Por: Juan Daniel Giraldo
En 1970, cuenta Carlos Martínez Simahan, que un periodista, ávido de una chiva periodística, mal interpreto los sondeos electorales con los escrutinios oficiales, dando a entender que el gobierno de la época le había arrebatado a Gustavo Rojas Pinilla la victoria presidencial. Este hecho, visto de una manera simplista se puede tomar como un “gazapo” periodístico; pero las consecuencias de aquél desacierto no pudieron ser más nefastas para el país: gracias a ello nació el Grupo Narco Guerrillero M19, y todo lo que sucedió después, es historia que todos conocemos, a nuestra medida, pero la conocemos.
Relato esta historia como introducción porque es necesario hablar de la doble responsabilidad: la gubernamental y la mediática, en la sensación y la percepción de seguridad que tiene un pueblo como el nuestro en medio de nuestra cotidianidad.
Hablar de seguridad se ha vuelto tan recurrente en el discurso público, que se convirtió en un tema de obligatoria discusión siempre que comienzan las campañas electorales. Candidato que se respete en campaña promete que bajará los indicadores de inseguridad y que será primordial la atención de ésta en su gobierno, en caso de ser elegido.
Pero creo que este tipo de discusiones debe ir mucho más allá. Pocas veces hemos hecho deliberaciones serias y con argumentos sensatos, que arropen los fenómenos locales y nacionales, incluso globales, para poder descifrar y solventar una amenaza que se convirtió en el calvario de todo gobernante. Los ideólogos de escritorio teorizan y lanzan postulados que muchas veces me parecen salidos de la mente de serafín o del mundo de Alicia en el país de las maravillas; todo ello porque se evaden de un postulado que cogió fuerza y ahora es la punta de lanza del discurso en torno a este tema: LA PERCEPCIÓN DE SEGURIDAD.
De nuevo, hagamos algo de historia. ¿Cuándo comenzó a escucharse este concepto? Diría que desde el atentado a las Torres Gemelas en EEUU, el pueblo norteamericano comenzó a determinar que existe una diferencia entre la seguridad y la percepción de seguridad. Podemos vivir en un estado o un pueblo relativamente seguro, pero si mi percepción como ciudadano o como sociedad, debido a fenómenos intra ó antrópicos, me lleva a concluir lo contrario, diré abiertamente que no me siento seguro.
Y otra anécdota más: durante más de 30 años los medios se acostumbraron a titular sus noticias gracias al terror que el narcotráfico y la guerra para-guerrillera generaba en el país: la noticia del día era un común denominador: masacres, carros bombas, atentados, secuestros, entre otros. No había otro titular ni primicia, era la constante; el resultado: vivir en un estado de alarma permanente, entendimos que vivíamos en un país inseguro, y nuestra percepción de seguridad era esa, vivir seguros en un país inseguro.
El Plan Colombia y la Seguridad Democrática cambiaron el panorama: ya no siguió siendo costumbre ver en los titulares periodísticos estos hechos; ahora, y lo digo con sensatez y certeza, ver en las ciudades actos terroristas o acciones delicuenciales son hechos aislados normalmente, salvo contadas excepciones, (como el vil atentado contra los estudiantes – cadetes de la Escuela General Santander), excepciones que deben ser revisadas, prevenidas, atacadas y condenadas, por la inteligencia y la investigación criminal, un tema que merece ser abordado en otro artículo.
Aquí cabe, bajo estos preliminares, dos grandes interrogantes: 1. ¿Qué papel deben cumplir los medios, como informantes de los hechos, de asegurar que la percepción de seguridad ciudadana no se menoscabe? 2. ¿Qué dialéctica deben manejar los gobernantes para que la comunicación de los hechos no afecten esta?
En primer lugar, los medios como responsables directos de la transmisión de los hechos, tienen la responsabilidad ética y moral, y con ello no quiero rayar en la censura, pero sí hacer hincapié en su deber de no generar caos y desorden a través de sus crónicas. Estamos en una época y un escenario histórico totalmente diferente al de hace 20 años, y pretender crear zozobra y pánico colectivo a través de noticias que bien pueden ser contextualizadas, ahorraría muchos efectos colaterales no deseados en los hechos nacionales y regionales.
En segundo lugar, a nuestros gobernantes debe quedarles claro que el lenguaje que ellos usen, es el mismo lenguaje con el cual serán medidos. Si yo como alcalde de una ciudad como Bogotá afirmo, sin un sustento de inteligencia y de análisis criminal claro, que haya grupos armados generando caos en el Sumapaz; como alcalde debo entender que informar ello generará sensaciones de inseguridad, y ello afectará enormemente la calidad de vida y tranquilidad de sus ciudadanos. La comunicación debe ser efectiva y afectiva con todos los demás entes involucrados, y así el mensaje que se envíe genere confianza, y no un sinsabor de inseguridad por falta de liderazgo de los mismos.
Finalmente, no podemos endilgar la responsabilidad plena de la sensación de seguridad a los entes policiales; ellos como ejecutores de las políticas diseñadas por el ejecutivo, muchas veces quedan en una sin salida por cuenta de esos cortos circuitos entre el gobierno, los medios, y la sociedad en general.