Por: Leandro Ramos
En enero de este año el ICFES publicó el Informe nacional de resultados para Colombia PISA 2018 (evaluación internacional de estudiantes de 15 años en lectura, matemáticas y ciencias). No se encuentran registros de algún evento académico de lanzamiento, con la asistencia del presidente, la ministra del ramo, alcaldes, rectores, investigadores, medios. Todo mundo.
Una oportunidad para presentar las líneas oficiales de reorganización de un subsistema de educación básica y media de muy baja calidad. La ponencia de Fecode hubiese sido una de las más esperadas, con propuestas para elevar el desempeño cognitivo de los estudiantes a su cargo; algunas de ellas recomendadas, con seguridad, por sus colegas de países asiáticos o de Canadá, donde los resultados son sobresalientes.
De los jóvenes colombianos que presentaron la prueba, próximos a alcanzar su mayoría de edad legal, el 49 % no poseen las habilidades de lectura que les permitan adquirir conocimientos y resolver, gracias a estos y con creciente autonomía, problemas prácticos. Tienen además dificultades o necesitan de indicaciones cuando se enfrentan a lecturas que no les son familiares; son extensas; requieren consultar otras fuentes; o tienen una complejidad moderada. El 28 % consiguió entrar en el nivel mínimo de competencias lectoras. Solo el 7 % llegó a niveles avanzados.
El 66 % no alcanzó el nivel mínimo de competencias en matemáticas. Lo que apenas consigue el 21 %, al probar su capacidad para emplear algoritmos, fórmulas, procedimientos o convenciones para resolver problemas con números enteros y hacer interpretaciones sencillas de los resultados. Prácticamente ningún estudiante se encuentra en los niveles más altos. En contraste con la décima parte y más de sus coetáneos en países desarrollados o en rápido desarrollo, donde este grupo refleja un pensamiento matemático avanzado; dominio de operaciones y relaciones matemáticas formales y simbólicas; y un recurso fluido al cálculo para resolver situaciones.
La mayoría tampoco demuestra conocimientos científicos básicos ni comprensión del método científico. Tan solo un 30 %. Cerca de un 20 % avanza un poco más y logran distinguir entre cuestiones científicas y no científicas, así como identificar la evidencia que respalda una afirmación validada. En esta área contamos al menos con un grupo reducido que puede formular un diseño experimental según aspectos procedimentales y planteamientos epistémicos. También son capaces de hacer interpretaciones de conjuntos de datos moderadamente complejos. Pero casi nadie se ubicó en los niveles que demuestran una familiarización superior con las lógicas de la producción del conocimiento científico.
Un futuro poco prometedor para la economía del país, sombrío para la convivencia civilizada y lánguido para el enriquecimiento cultural. Todo indica que continuarán ingresando a la vida pública cohortes con una masiva minoría de edad kantiana. No cabe sorprenderse. Luego de participar en cinco mediciones PISA, comenzando en 2006, la educación de los “niños, niñas y adolescentes” solo refleja retraso y decadencia sin inmutar a los responsables. Varios analistas se conforman porque nos mantenemos dentro de la media latinoamericana o porque tenemos en el “largo plazo” mejoras ínfimas en los resultados. En cualquier caso, lo que debió alarmar a este gobierno y organizar su plan de acción es que entre 2015 y 2018 el desempeño empeoró.
Comprender textos y más textos, calcular mediante operaciones matemáticas y entender a través de la ciencia todo tipo de realidad, constituye el núcleo de competencias y conocimientos que deben adquirir los jóvenes dentro del sistema de educación preescolar, básica y media. Lo demás es complementario –con grados de importancia, sin embargo: lo primero, comprensión del inglés.
Los resultados PISA son la mejor medición disponible sobre la calidad del primer sistema educativo, el reflejo de cómo las condiciones externas (familias, entornos), físicas, administrativas y de producción (objetivos, contenidos, medios, docentes) están funcionando. Una meta nación para subir diez puntos en cada área de las siguientes pruebas PISA en 2022 no es imposible. Para tal efecto se necesitan cambios radicales, especialmente en la educación pública. Los años de dispersión y discrecionalidad curricular tienen que terminar, así como la relativización de las evaluaciones de desempeño y de transiciones entre grados, por ejemplo. Solo hace falta claridad, decisión y liderazgo. Algún día.