Por: Miguel Gómez Martínez
La renuncia del primer ministro británico Boris Johnson es una reivindicación del valor de la verdad en política. La verdad es siempre una víctima de la política. Mienten los candidatos y, luego de resultar elegidos con mentiras, lo sigue haciendo cuando ejercen el poder.
Mentirosos en la política los ha habido siempre y en todas las latitudes. Otra víctima de la mentira fue el presidente estadounidense Richard Nixon. En el escándalo de Watergate era menos grave el hecho delictivo de haber intentado colocar micrófonos en las oficinas de Partido Demócrata. Lo que finalmente produjo la caída del mandatario fue haber encubierto y mentido sobre el conocimiento que tenía de lo sucedido.
En Colombia mentir es normal y no es considerado como algo grave. Los criminales confiesan sus delitos y luego sostienen que sus testimonios fueron falsos. Hay testigos que modifican varias veces sus versiones y la justicia considera que es normal. El perjurio, en otras palabras, jurar en falso, es de mucha gravedad en cualquier país serio. Se considera como un agravante y una señal que induce la culpabilidad. En Colombia no pasa de ser un mero incidente procedimental.
Los políticos más cínicos incluso argumentan que mienten por razones de estado pues los intereses superiores de los países exigen el engaño de los ciudadanos. Hay mentirosos compulsivos, ocasionales y oportunistas. En Colombia los hemos tenido todos. Mienten los viejos y los jóvenes; hombres y mujeres; de derecha, izquierda y de centro. Algunos intentan disimular sus mentiras con falsos argumentos y justificaciones. Otros lo hacen de frente, sin vergüenza ni disimulo.
En nuestro país la mentira le permitió a Samper llegar a la presidencia con los dineros del narcotráfico pues, a pesar de todas las evidencias, afirmó que se había hecho “a sus espaldas”. A Santos, maestro indiscutido de la mentira, le permitió afirmar: “nunca habrá curules gratis en el Congreso” mientras las otorgaba a las Farc en La Habana.
Por eso es bueno que, de vez en cuando, alguno tenga que pagar el precio político de sus mentiras y que se imponga sobre ellos una fuerte sanción social. Claro, esto sucede en países serios, pero soñar no cuesta nada.