Por: Andrés Villota
La revista Forbes incluyó al banquero colombiano David Vélez, fundador y CEO de Nubank, en la lista de billonarios del mundo. Sin embargo, el comunicador social que registró la noticia, cometió un error que se volvió habitual al decir que se trata del “primer magnate nacional que nace en la industria de la tecnología”. Vélez es banquero, dueño de un banco que fue autorizado por la Superintendencia Financiera de Colombia para captar recursos del publico por haber acreditado su idoneidad, su capacidad patrimonial y poseer la infraestructura necesaria para poder administrar el ahorro y colocar los recursos entre los que lo necesitan después de hacerles un análisis de riesgo crediticio, y sus ingresos provienen del margen de intermediación entre la tasa de captación y la tasa de colocación.
Que Vélez utilice herramientas tecnológicas, se apoye en aplicaciones que se puedan descargar en algún dispositivo móvil y que sean digitales los procesos de su banco, no quiere decir que el banco sea una empresa de “tecnología”. Ese mismo error lo cometió el head hunter que escogió a Hernán Rincón por su amplia experiencia en Microsoft para que fuera el presidente de Avianca porque le dijeron que iban a emprender una transformación tecnológica. Avianca es una aerolínea y por eso le fue tan mal a Rincón como CEO y casi la lleva a la quiebra por su falta de experiencia en el funcionamiento de una aerolínea.
Después de casi dos décadas dejaron de considerar a las redes sociales como empresas de “big tech”, al igual que a Amazon ya la empiezan a clasificar en algunos medios especializados en información financiera como una empresa de retail por tratarse de una simple página de ventas por catálogo, una versión digital igual a los catálogos físicos de Iserra que llegaban en diciembre o a los de tiendas como JCPenney y Sears del siglo pasado.
Ese fenómeno corporativo de autodenominarse empresa tecnológica o de tecnología o big tech o fintech, solo porque sus actividades se realizan a través de una plataforma virtual o una aplicación, o por contar con sus procesos digitalizados o tener automatizada su línea de producción, es una estrategia de percepción de las empresas frente a los consumidores dado el alto valor que le asignan a las marcas que son asociadas con la industria tecnológica, tal vez por eso, se hacen llamar así.
En el año de 1996 estuve en la última rueda de acciones de viva voz de la Bolsa de Valores de Bogotá que marcó la migración total del mercado bursátil colombiano hacia un mercado electrónico que lo hizo más profundo, líquido y seguro. Atrás se quedaron los tableros de tiza en los que se actualizaba la información de los precios de las acciones, la maraña que se armaba con los largos cables de los teléfonos fijos que le permitía a los corredores salir de sus cabinas a darle información a sus clientes, y se acabaron los mejores jugos, empanadas y almojábanas que ofrecían, gratis, en un salón de descanso ubicado en la entrada al trading room.
Paralelo a ese proceso, los títulos valores se desmaterializaron y dejaron de ser físicos, lo que permitió una mayor agilidad en su transferencia, trazabilidad de las operaciones, blindó a la industria de falsificaciones que eran habituales en esa época, a la vez que protegió a los mensajeros que, antes, arriesgaban sus vidas transportando verdaderas fortunas representadas en títulos que, en algunos casos, eran al portador.
Las entidades financieras que más se han demorado en implementar la tecnología en sus actividades comerciales, han sido las que administran las grandes fortunas del mundo dado el alto perfil de sus clientes que, desde siempre, han preferido el trato personalizado en una industria que se basa en la confianza, aunque en las actividades propias del back office la industria financiera fue pionera y desde hace muchos años ya contaba con robustos sistemas tecnológicos y había adoptado las herramientas financieras tecnológicas de soporte en sus procesos (fintech); en el trato comercial, se había resistido a volverlo virtual.
Hoy, en las grandes escuelas de finanzas y negocios del mundo, se volvió obligatorio enseñar a sus alumnos a programar para generar herramientas y soluciones acordes a las necesidades de las actividades propias de las entidades de servicios financieros. Paradójicamente, antes de la pandemia, los grandes bancos del mundo iban a abrir un gran número de oficinas de atención personalizada al público porque, para los clientes de las entidades financieras, la tecnología solo es importante para darle seguridad a las transacciones y para tener trazabilidad sobre sus operaciones pero el servicio personalizado es determinante para construir la confianza necesaria en ese tipo de industria.
Que el dólar americano, la libra esterlina o el yuan se conviertan en monedas digitales y desaparezca el dinero en efectivo, no quiere decir que las entidades financieras le presten plata a los que no tengan cómo pagarla. Si le hacen una trasferencia a alguien a través de un medio de pago electrónico, no significa que sea una persona “bancarizada” porque, en realidad, no tiene ningún producto bancario. Las cryptomonedas han servido para explicar la definición de hiperinflación porque por la mañana con un bitcoin se puede comprar dos casas y por la noche, del mismo día, solo se puede comprar una sola casa y, el crack de las cryptomonedas, servirá para demostrar la necesidad de retornar al Patrón Oro y de acabar con la emisión de monedas sin respaldo.
La tecnología es una herramienta útil en los Mercados de Capitales pero no significa que reemplazó o modificó la esencia y la lógica del negocio financiero.