Por: Jorge Cárdenas
No se si sea mito o realidad el que la mayoría de los americanos creen que su historia es la que cuentan en las películas.
Se dice que para muchos de ellos Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam o fueron los que lograron derrotar a los nazis, llegar primero a Berlín y provocar el suicidio de Hitler que terminó con la segunda guerra mundial, al menos en Europa.
Muchos, según dicen, juran que efectivamente Rambo o Chuck Norris han vencido batallones enteros de rusos o afganos tan solo con su fuerza y un cuchillo mantequillero.
Repito, no sé si el mito sea cierto porque hay que reconocer que de ese país han salido muchas de las mentes más brillantes de los últimos tiempos y es a los americanos a quienes les debemos muchos de los inventos y descubrimientos de los que disfruta la humanidad hoy en día.
El promedio de lectura por año entre los americanos es muchas veces mayor que el promedio en nuestro país sin embargo ese mito se ha arraigado y no hay que negar que entre sus mas de 328 millones de habitantes hay muchos que no han leído un solo libro en su vida y que creen fielmente lo que ven en las películas.
Pues parece que para muchos en nuestro país ese mito también se ha hecho realidad y creen que lo que ven en las series y novelas es la verdad de como sucedieron las cosas.
Estamos llegando a ese peligroso estado en el que muchos piensan que lo que se cuenta en un libreto es la realidad absoluta pese a que sus realizadores adviertan en cada capitulo que es una historia BASADA en hechos reales pero que sus personajes y anécdotas han sido modificados con fines dramáticos.
La semana pasada fui blanco de ataques e insultos por parte de los seguidores del desaparecido Jaime Garzón por un comentario sobre su participación en la negociación de secuestros.
Debo reconocer que fue una reacción desafortunada de mi parte ante un ataque patán y grosero por parte de un miembro de la caneca petrista y que debí haber medido mi trino antes de publicarlo en plena conmemoración de los 21 años de su asesinato. Sobre todo, porque entiendo que para su familia y amigos más cercanos la realidad de su asesinato no tiene que ver más que con una retaliación a sus constantes criticas al estado colombiano y a los políticos de turno, pero jamás con una orden de los lideres paramilitares contra alguien de la guerrilla que estaba involucrado en lo que, para mi, es el crimen más abominable que existe, el secuestro.
Nadie puede negar el talento de Garzón, su humor, su capacidad para dejar en evidencia los problemas del país y a la vez causar una carcajada, aún de quienes eran blanco de sus ataques.
Sorprende que los personajes más recordados como Nestor Eli, Heriberto De La Calle o Diocelina criticaran políticos y personajes de derecha y que no haya alguno con la misma recordación que condenara a políticos o personajes de izquierda y mucho menos a las “guerrillas”. Quizá el único (y no recuerdo el nombre) haya sido el del estudiante de izquierda que representaba al típico mamerto de la “nacho” pero que no se compara con lo que generaban los anteriormente nombrados.
Claramente, el humorista y quienes vivimos en las décadas de los 80s y 90s nos tocó una realidad perversa. Una lucha fratricida donde desde izquierda y derecha nos disparaban y secuestraban con el falso pretexto de buscar lo mejor para nuestro país mientras se enriquecían con el dolor y el sufrimiento de la mayoría de los colombianos.
Cientos de miles de muertos, millones de desplazados, familias enteras de todos los estratos que eran aniquiladas para satisfacer los intereses de guerrilleros y paramilitares. Todos bajo el manto del tráfico de drogas que ha sido el combustible de todas las desgracias de nuestra nación.
No fue justo de mi parte sacar en cara algo sobre una persona que ya no está para defenderse. Pero no se puede negar que tras su partida dejó muchos interrogantes entre quienes sabían de su cercanía con el ELN y las FARC, su participación en la liberación de secuestrados e incluso, como muchos lo aseguraban, su ayuda para el perfilamiento de estos.
Todos pasamos por la vida buscando dejar una huella entre quienes nos rodean. Unos tan solo tienen contacto con sus familiares, amigos y conocidos y otros logran alcanzar el reconocimiento de grandes multitudes.
El caso de Jaime Garzón fue meteórico porque en unos pocos años logró alcanzar el olimpo de la farándula criolla poniéndose a la par de personajes como Pacheco o Doña Gloria Valencia que estaban en las pantallas desde décadas antes que él.
Un talento e inteligencia poco comunes que lo llevaron a crear y representar personajes que resultarían difíciles de concebir incluso para actores de carrera.
Aprovechaba hasta lo que para otros sería una desventaja (como la perdida de sus dientes) para imprimirle a sus personajes un realismo y una cercanía con el pueblo, tan fuertes, que por eso ha prevalecido más de 2 décadas después.
Sus apuntes, para muchos proféticos, sobre la política nacional y sus protagonistas le permitieron tener millones de seguidores y no pocos enemigos, pero dudo mucho que fuera la causa para ordenar su asesinato.
No se trata de revictimizar a la victima. Se trata de analizar una cercanía con grupos delincuenciales que él mismo nunca negó pero que resultaba sospechosa para muchos.
Su participación en las filas del ELN donde el mismo Gabino le puso Heidi como nombre de guerra tras una anécdota que, como muchas en su vida, parece sacada de un chiste.
Su poca destreza en el manejo de las armas lo obligó a no ser parte de actos de “guerra” sino a labores menos protagónicas como la de sacar a asolear los billetes de las caletas para evitar que se pudrieran por la humedad. No lo digo yo, así quedo consignado en la revista Semana en septiembre de 1999.
¿De dónde podrían haber salido esos recursos?
En la misma revista; en enero del 99 año de su asesinato, durante la instalación de las mesas de dialogo del fallido “Proceso de paz” del expresidente Pastrana; causaba gran extrañeza la fraternidad del trato entre Garzón y Romaña, el llamado Zar del secuestro.
Esa cercanía no era algo que ocultara, pero era también algo que le permitía tener la confianza para lograr la liberación de muchos secuestrados los cuales eran liberados tras pagar enormes sumas de dinero.
¿Para algunos puede resultar una labor humanitaria, pero la verdad es que deja muchas dudas sobre cuál podría ser su beneficio en las transacciones?
No soy juez ni fiscal y no quiero condenar a quien la justicia no ha condenado, pero las dudas están a la vista.
De todas maneras, aún cuando fuera realidad, nada justifica que alguien se tome la justicia por su mano y ordene o ejecute un asesinato. Habría sido preferible presentar las pruebas y llevarlo ante la justicia para que fuera juzgado por sus delitos y no dejar el manto de dudas con el que ha vivido Colombia desde su muerte y que ha servido para dar un motivo más de división entre quienes no somos más que peones en un ajedrez que otros juegan.
No podemos permitir que llegue el día en que nos cuenten la historia amañadamente en películas, series o novelas, para televisión o internet, y que nuestra capacidad de discernimiento sea dictada por algún oportunista que, con fines electoreros, ponga en la picota pública la vida de cualquier ciudadano de cualquier nacionalidad en cualquier rincón del planeta. Cosa que ya está sucediendo.
Por romántico que parezca ese asunto de la “revolución”, nadie que haya empuñado un arma contra otro compatriota, que haya participado en grupos que tenían como práctica sistemática el secuestro, la extorción, el reclutamiento de menores, la violación y el asesinato, está buscando el bienestar de nadie más que de si mismo.
¿Si quisieron imponer sus ideales a sangre y fuego en contra del estado qué les impedirá imponerlas a la fuerza una vez consigan el poder? ¿Creen que respetarán la democracia?
¡DIOS nos ampare de pasar de una narconovela a una horrible película de terror a la que no le podamos gritar… Corten!