Por: Fernando Londoño
Convencido el Presidente de oír un bochinche, nos tiene en medio del conflicto más grave que padeció Colombia en varias generaciones.
Se dice que a Luis XVI lo despertó el griterío que el pueblo de París, que acababa de llegar hasta Versalles, levantaba al cielo para pedir tantas cosas como las que pedía después de siglos de silencio. Sobresaltado, preguntó a su ayuda de cámara qué cosa era aquel bochinche. Sin titubear, su sirviente le contestó: no es un bochinche, Majestad. Es una Revolución. Luis XVI no oyó la Revolución, como tampoco a su ayuda de cámara. Eso le costó el reino y la cabeza.
El Presidente Duque entrará a la lista larga de los sordos históricos. Esperemos, claro, que no pierda la cabeza. El reino lo tiene perdido, eso sí.
El pueblo empezó por pedirle la verdad, después de ocho años de sufrir la afrenta de un régimen de mentiras y engaños. El Presidente no oyó y prefirió callar para no ofender al santismo derrotado. Quería gobernabilidad.
El pueblo le pedía a gritos que desmontara la tramoya infame de puestos, canonjías, asesorías y consejerías de que Santos se valió para repartir mermelada en toda la tostada. El Presidente no oyó y mantuvo el escandaloso montaje de Santos. Quería estabilidad.
El pueblo demandaba impaciente la derrota inmediata de las mafias que se habían tomado el país. El Presidente no oyó y mantuvo intactas y crecientes las estructuras del narcotráfico. Esta es la hora, quince meses después, en que no ha caído del cielo un litro de glifosato. Quería calma.
El pueblo le pedía recortes fundamentales en el gasto público, para que los impuestos resultaran tolerables. El Presidente aumentó el gasto y la carga tributaria. De encima, anunció IVA para la canasta familiar. Fue tanto el bochinche, que dio un paso atrás en esa locura. Quería equilibrio fiscal.
El pueblo clamaba por empleos y los jóvenes se horrorizaban ante el panorama de una sociedad cerrada al crecimiento y las oportunidades. El Presidente deja crecer el desempleo y la informalidad. Quería economía naranja. El pueblo se preguntaba con qué haría mercado en el exterior, si el déficit comercial andaba tan alto, de modo que vivía de la gran farsa de las remesas y el turismo. El Presidente está debiendo un plan de exportaciones. No le interesa el tema.
El pueblo pedía a gritos una justicia limpia, eficiente, confiable. El Presidente prometió una gran reforma a la Justicia. Y la olvidó.
El pueblo gritaba porque quería salir a las calles sin miedo, ir a los campos sin recelos, recorrer el país sin sobresaltos. La inseguridad se multiplica, los desplazamientos crecen como la espuma y en la parálisis por un mes entero de la Carretera Panamericana el Presidente dejó saber que el asunto es cosa menor, allá en Palacio.
El pueblo está harto de la corrupción política y administrativa. El Presidente dice estarlo, igualmente, y a cada protesta en ese sentido le sigue un escándalo impune peor, más agresivo.
El pueblo esperaba una renovación total de la clase dirigente en la administración pública. Reconociendo que ha hecho nombramientos excelentes, el Presidente gobierna con sus amigos de la barra estudiantil. Prefiere la mediocridad al desafío de gobernar con los mejores.
Nunca vimos, ni imaginamos, hechos como los que sacuden a Colombia desde el 21 de noviembre. Y en medio de este caos pavoroso, el Presidente dice que ha oído la voz del pueblo, pero que no sabe lo que quiere. Este miércoles próximo sentará a la mesa a los promotores del paro, para enterarse. Pero no sabe el presidente que los del bochinche no son sus invitados. Los del bochinche andan en muy otra cosa que pedir presupuesto para el magisterio, más sueldo para los jueces, más salario mínimo. Los del bochinche quieren el poder y la cabeza del Presidente. Duque se hace el que lo ignora. Por ahora, lo que sabe, o cree saber, es que debe sentarse en muchas mesas a conversar. Tal vez de cada mesa salga un nuevo giro, como el que se hizo para los estudiantes que empezaron el bochinche hace un año. El gobierno pagó y los que pagamos por el gobierno no sabemos a dónde fueron a parar los billones de esa largueza. Y bien se ve que eso no calmó el griterío. Lo hizo tan fuerte, tan universal, tan aplastante, que hasta el Presidente Duque parece oírlo.
Pero el problema es otro. El problema no está en la gente que grita y abolla cacerolas, en los idiotas útiles. El problema está en que hay una revolución comunista ad portas, movida por Cuba, por Maduro y por Petro, y por las Farc y los Verdes, que el presidente no nota en la mitad de la trifulca. Y por eso estamos donde estamos. Convencido el Presidente de oír un bochinche, nos tiene en medio del conflicto más grave que padeció Colombia en varias generaciones.