Por: Fernando Álvarez
Sin ninguna duda Colombia es el país de las ocurrencias. Los mentirosos jefes del las FARC acaban de alborotar el cotarro con un rebuscado cuento. Sin ningún rubor decidieron dar un golpe de opinión en el que se achacan el crimen de Alvaro Gómez Hurtado y con alguna negra intención pretenden reescribir la memoria histórica del conflicto armado. Lo que deja ver que estos delincuentes, ahora con el cuello blanqueado gracias a un sórdido acuerdo de paz, actúan como lo peor de su calaña y no tienen empacho en intentar burlarse una vez más del país y de su justicia. Al mejor estilo de los sicarios, los testigos falsos y los asesinos en el bando de sus émulos paramilitares, están dispuestos a darle un nuevo golpe a la buena fe de los colombianos.
Pero lo escalofriante que se adivina es lo que habrán tenido que hacer para que parezca creíble su historia. Todo indica que ya se han encargado de algo aún más macabro que inculparse, porque tienen que desaparecer las evidencias de lo que ocurrió realmente. Al estilo de José Fedor Rey, a quien probablemente si mataron, porque tenían sobradas razones para ajusticiarlo como ocurría en ese mundo medio mafioso de la guerrilla, deben haberse ocupado de que los del JEGA, que fueron quienes lo asesinaron por contrato con el Cartel del Norte del Valle, no puedan ya chistar nada. Ellos los acogieron en su seno cuando pagaban escondederos a peso y lo más probable es que ya no existan porque para armar semejante tinglado no pueden dejar cabos sueltos vivos.
Es obvio que las FARC sí supieron en su momento cómo fue el asesinato del dirigente conservador que ahora pretenden hacer creer que ellos lo querían matar casi desde chiquito. En el bajo mundo que maneja sus principales vasos comunicantes en las cárceles del país, se sabe todo. Y si bien es cierto que esa organización guerrillera se había despeñado vertiginosamente por el camino de la lumpenización y abandonó a pasos agigantados los principios románticos que pudieron inspirar a algunos de sus iniciales dirigentes, por los días en que asesinaron a Alvaro Gómez existía una coyuntura particular que nada tenía que ver con el famoso discurso facho que le endilgaron comunistas y guerrilleros a Gómez durante toda su vida, y esa no era su tarea del momento.
En 1995 Gómez representaba un peligro para el gobierno de Ernesto Samper, no solo porque era una posible figura para asumir el poder como querían algunos golpistas, que le alcanzaron a sugerir que tomara la batuta, sino que amenazaba con amargarle la vida a quienes desde la famosa “comisión de absoluciones” encubrían a Samper para que no fuera juzgado por haber sido elegido con los dineros del Cartel de Cali y del Cartel del Norte del Valle. Como en muchos casos los propios analistas filomamertos se preguntan, en este caso hay que saber que quien se beneficiaba de este crimen era directamente el gobierno e indirectamente los carteles que lo habían puesto presidente.
Y las FARC lo supieron, como lo supieron los jefes del Cartel de Cali. Pero ninguno de ellos participó en este asesinato. Fueron los jefes del Cartel del Norte del Valle, quienes además en ese momento ya no le copiaban a los Rodríguez Orejuela, los que cuadraron la vuelta en la cárcel con Hugo Antonio Toro Restrepo, alias “Bochica” el jefe del JEGA. Quizás los Rodríguez ya no podían hacer nada para evitarlo, pero ellos sabían que ese crimen a quienes menos les convenía era a ellos, ya que habían quedado demasiado expuestos y al descubierto con el “telefóno seguro” del “Loco” Alberto Giraldo, por lo cual contra ellos se voltearía la opinión pública y se les acrecentaría la presión norteamericana.
¿Y entonces por qué las FARC salen con estas? Esta guerrilla blanqueada no está lavando la cara a Samper como creen algunos e incluso los familiares de Gómez Hurtado. Los dirigentes guerrilleros le están haciendo el mandado a los del Norte del Valle y esto sólo se hace por dinero. O acaso alguien se imagina que Timochenco o Carlos Lozada o Pastor Alape o Pablo Catatumbo se parecen más a Pepe Mojica que a Santrich, o son más de la estirpe de Nelson Mandela que de la de Iván Márquez, que no es nada diferente de la de “El Paisa”, o de la de Popeye, a quien le daba lo mismo decir que oyó cuando Alberto Santofimió le ordenó a Pablo Escobar que asesinara a Luis Carlos Galán.
Quienes desde una perspectiva diferente a la de los militares, o a la del B2, o la de los militares en retiro, o a la de la extrema derecha, han seguido de cerca los movimientos de las FARC saben que su capacidad de decir la verdad es nula y que esperarla es una utopía. Esta fue una guerrilla que cada vez más perdió los valores humanos, sociales o ideológicos. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde que Silva y Villalba les cantara “A quién engañas abuelo”, como un homenaje en que reconocía cierto romanticismo a aquellos chusmeros cachiporros que con sueños de justicia social se enfrentaban a los chulavitas que hacían las veces de “pájaros de la violencia”, y que, entre otras cosas, también le eran endosados a Alvaro Gómez Hurtado.
¿Por qué los mentirosos de las FARC no han salido a hablar de las niñas violadas y de los dineros que no han entregado y si vienen en estas a salir con semejante historia? Una guerrilla qu aparentemente está en contra de sus disidencias y no ha hecho nada por aliarse con el Estado para que las derrote. Unos dirigentes guerrilleros que se construyeron en el bajo mundo del tráfico de armas versus el de drogas, que secuestraban y cobraban hasta tres veces el rescate y luego entregaban muerto al secuestrado. Unos lumpenguerrilleros que no han querido decir la verdad y nunca han jugado limpio y ahora salen con una sospechosa verdad.
No deja de sonar raro que le resulte más fácil a Ernesto Samper creer que un periodista de la talla y la probidad de Mauricio Gómez, o que un Miguel Gómez honrado parlamentario de una familia decente están tras unos pesos por una indemnización del Estado y le quede difícil imaginarse que unos lumpenguerrilleros estén tras unos pesos en alianza con algunos narcos del Norte del Valle. Y para terminar ¿por qué Piedad Córdoba sabía lo que no sabían la mayoría de los militantes de las FARC y no sabía Fidel Castro, ni sabía Hernando Gómez Bustamante, alias “Rasguño”?