Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
La tragedia de El Espinal (Tolima) nos tiene que llevar a reflexionar sobre la necesidad de acabar con toda práctica que implique maltrato animal. No hay tradición cultural que justifique condenar a un ser vivo a vejamen alguno, mucho menos si se trata de divertirnos un poco.
Podemos preservar festividades y costumbres, pero adaptándolas a un mundo que está llamado a proteger la vida de manera integral. En primer lugar, no es posible que sigan construyendo esas corralejas improvisadas que ponen en riesgo la integridad física de las personas, en especial de los niños.
La guadua y las tablas amarradas por lazos son trampas mortales que deben ser reemplazadas por escenarios en concreto, que cumplan con todas las normas de seguridad, para que no tengamos que volver a presenciar imágenes tan dolorosas como el desplome de los ocho palcos de El Espinal, que dejaron cuatro muertos y más de 300 heridos.
Pero, por encima de todo, sin esperar que los tribunales de justicia lo ordenen, tenemos que tomar conciencia sobre la imperiosa necesidad de ponerle punto final a las corridas de toros, las peleas de gallos y perros, las cabalgatas, los espectáculos de circo que impliquen afectar la integridad de los animales y hasta el tráfico de especies.
Por eso, desde este espacio celebramos la decisión de las autoridades de Juan de Acosta, en el departamento del Atlántico, de suspender las corridas taurinas, sin afectar el resto de festividades, las cuales son fuente de importantes ingresos para cualquier municipio.
Como turista que he disfrutado de las fiestas de docenas de pueblos de Colombia y otras partes del mundo estoy seguro de que la eliminación de cualquier evento que violente a los animales en nada afectará el espíritu mismo de las mismas.
Es probable que en el ayer hayamos disfrutado de la tauromaquia como lo plasmó el Premio Nobel Ernest Hemingway en su memorable obra Muerte en la tarde, donde relata con maestría la magnificencia de las corridas de toros y convierte en arte esta polémica tradición que hoy está llamada a desaparecer de la cotidianidad del ser humano moderno.
No vamos a reescribir la historia para condenar al olvido a toreros de la talla de Pepe Cáceres o César Rincón que, en su momento, escribieron páginas memorables de valentía y coraje en los ruedos de España, Francia, México y, por supuesto, Colombia.
La evolución misma del ser humano ha estado ligada a los animales. Imposible imaginar los trabajos del campo sin el concurso de un caballo, una mula o un asno e impensable las hazañas libertadoras de Simón Bolívar sin Palomo o las de Alejandro Magno sin Bucéfalo.
De ahí que no se trata de entrar en polémicas, sino de entender que los tiempos cambian y que, de la mano de la ciencia y los avances humanísticos, hoy hemos llegado a la conclusión de que no hay argumento válido para violentar a un animal.
Así lo reclaman en especial nuestros niños, quienes son dueños de una mayor conciencia ecológica y de respeto por todas las formas de vida presentes en la naturaleza.
Y así lo señala la ciencia: los animales no humanos también son seres sintientes, experimentan dolor, ansiedad y sufrimiento, físico y psicológico, cuando se les mantiene en cautividad o se les priva de alimento, por aislamiento social, limitaciones físicas o cuando se les presentan situaciones dolorosas de las que no pueden librarse.
En ese sentido hay que terminar incluso con prácticas cotidianas como las que a diario presenciamos sobre la Avenida Caracas de Bogotá, donde en negocios de mascotas permanecen enjaulados pequeños animales en precarias condiciones, que prácticamente les impiden hasta el movimiento.
De seguro, el próximo 20 de julio, tras la instalación del nuevo Congreso de la República, se volverán a radicar proyectos de ley para prohibir o, en el menor de los casos, regular todas las actividades que impliquen cualquiera de las seis formas de crueldad animal: negligencia, sobreexplotación, maltrato físico, abuso sexual, maltrato emocional y abandono.
Las cifras señalan que en el país hay más de un millón de animales domésticos abandonados, de los 600 millones en esa condición en todo el mundo, según lo revela la Fundación Día de los Animales Callejeros.
Otro fenómeno que afecta gravemente la fauna colombiana es el tráfico ilegal, que tiene en riesgo de extinción a 234 especies de aves, 76 de mamíferos, 27 de reptiles y 9 de anfibios, ocupando el segundo lugar a nivel global, de acuerdo a estudios del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.
Está demostrado que, por sus destrezas y capacidades, muchos animales se convirtieron en aliados imprescindibles del ser humano, que va desde compañía, aliviar la depresión, reducir el estrés o aumentar el sentido de responsabilidad, hasta potencializar el deporte, contribuir a facilitar el trabajo, combatir el delito y salvar vidas.
Por citar tan solo un ejemplo, en nuestras Fuerzas Militares y de Policía, los caninos son fundamentales para detectar explosivos, drogas y dinero ilícito y proteger la integridad de centenares de uniformados. Por eso, al igual que los equinos, gozan del mejor de los tratos e incluso cuentan con su propio hogar geriátrico en Facatativá, donde tienen todos los cuidados dignos de lo que son: héroes de guerra.
Insisto, no es hora de continuar alimentando estériles polémicas, sino de entender, de una vez por todas, que debemos proscribir para siempre cualquier forma de maltrato animal.