Por: Abelardo De La Espriella.
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Muy poco podía esperarse de un candidato que inventaba efímeras huelgas de hambre para sortear las crisis en las encuestas durante la pasada campaña electoral. Se trata del mismo sujeto que fue condenado por la justicia laboral por negarse, con artimañas, a pagar la seguridad social de quien durante años fue su empleada de servicio doméstico: esa es la calaña del alcalde que hoy mal gobierna Cali.
El nefasto populista de izquierda (que tiene detrás a Petro) le mintió al electorado caleño, que, en su desespero, eligió al que ofreció “puro corazón” pero que hoy persigue sin compasión, disfrazado de “cazacovid”, a las poblaciones más vulnerables: los desplazados por el régimen de Maduro que se refugian por cientos de miles en la Sultana del Valle y los habitantes del sur occidente de Colombia que huyen del maldito conflicto del narcotráfico que campea en los departamentos vecinos. Esas personas son a las que acusa Ospina de ser los causantes de los desastrosos índices de contagio del Covid, para esconder su ineptitud en el manejo de la pandemia. Después de Bogotá, Cali es la ciudad del país más afectada por ese virus. Las dos capitales corrieron la misma infausta suerte: ser gobernadas por populistas de izquierda, disfrazados de verdes.
Jorge Iván Ospina es un fraude como gobernante. Tan solo dos meses después de estar en el cargo, ya sonaban las campanas de alerta de lo que tanto decía combatir: la corrupción tocó a las puertas de su gabinete y le costó la cabeza al secretario de educación Rubén Darío Cárdenas, a quien el concejal Roberto Ortiz denunció por la presunta falsedad de unas firmas en una contratación de más de 35 mil millones de pesos.
Como administrador tampoco lo hace bien: su gabinete es un sainete de amiguismo acomodado a las facciones políticas que lo ayudaron a elegir; seis meses duró en interinidad una de las más importantes empresas públicas de la ciudad, EMCALI; justo cuando escribo esta columna, me entero de que el señor Ospina ha nombrado a su amigo, Juan Diego Flórez, como gerente de esa empresa pública y se lo “apunta” como cuota política al representante a la cámara de Juan Carlos Abadía, Álvaro Monedero. Pero el alcalde se ha dedicado a hacer propuestas traídas de los cabellos para generar titulares, para distraer a la opinión: que si fiestas callejeras en la pandemia, que si amarrarse a las puertas de un lote, que si irse disfrazado a cazar rumbas… payasadas para lanzar cortinas de humo sobre lo que realmente ocurre en su administración.
En la emergencia por la pandemia, tan pronto como llegó el coronavirus, se despertó la voracidad contractual y Ospina salió presuroso a comprar mercados de 27 mil pesos cada uno, en un contrato de 4 mil millones de pesos que firmó con una unión temporal compuesta por especialistas en maquinaria pesada, representada legalmente por uno de los más grandes contratistas de infraestructura del Valle del Cauca. En otras ciudades, los mercados costaban entre 6 mil y 11 mil pesos; los de Cali, costaron cuatro y cinco veces más.
Los organismos de control deben poner la lupa sobre la contratación en Cali y seguir la pista de lo que es un secreto a voces en esa ciudad: los hermanos del alcalde están en todo, empezando por Mauricio, ¿será que las “ías” son las últimas en enterarse de lo que todo Cali sabe?
Cali sufre la catástrofe económica derivada del Coronavirus: sus principales fuentes de ingreso urbano (el turismo, los espectáculos de salsa, la comunidad artística, el comercio, los informales, los empresarios caleños, que son los que siempre se han echado al hombro el desarrollo de la ciudad) son ignorados por su alcalde; no hay interlocución con los gremios y mucho menos con la comunidad; la ciudad se contagia y se empobrece, mientras Jorge Iván se refugia en las redes, se esconde tras su disfraz de “cazacovid”, juega a hacer operativos cubiertos por un séquito de camarógrafos, influenciadores, “viralizadores” de redes sociales y otras aves por el estilo e invoca a los dioses de la santería para que protejan a la ciudad que él debía gobernar apropiadamente, pero no ha podido.
Me duele mucho que la Sucursal del Cielo esté regentada por un demonio de la improvisación y la politiquería.
La ñapa I: Muchos de los que atacan injustamente a la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez por el problema que tuvo su hermano son los mismos que han tenido a familiares en similar situación y que, además, defienden con ahínco la impunidad regalada a los genocidas de las Farc. Amén de que más de uno consume drogas, financiando con ello el negocio que públicamente dicen aborrecer. De falsos moralistas y querulantes está llena la Patria.
La ñapa II: La marcha convocada por Fecode para mañana es una afrenta a la sociedad colombiana. Nada bueno puede esperarse de esa organización de izquierda ni de la “educación” que sus integrantes imparten a los niños colombianos.