Por: Juan Daniel Giraldo
Quizás uno de loas cosas que no hemos podido aprender de la dialéctica izquierdosa es el manejo del símbolo: crearlos, mitificarlos y usarlos como emblemas de sus luchas para llegar al poder.
El Guerrillero y genocida Guevara, culpable de asesinato de homosexuales y sacerdotes en Bolivia y Cuba, de crear campos de concentración al mejor estilo de los nazis y otros vejámenes más, fue inmortalizado en la historia universitaria como un guerrero de las clases sociales, y su rostro maltrecho, desceñido y pintoresco abunda en campus de educación superior como símbolo de la ‘justa lucha universitaria’. En Colombia se han querido crear nuevos símbolos: comenzaron con el grafitero, continuaron con el tal Dylan, siguieron con el abogado y buscarán algún otro en el futuro para que sirvan como armas que generen e incentiven el odio de los cautos e ingenuos de la sociedad.
Lo curioso de estos ‘símbolos’, es el hecho de servir como elementos para crear un drama, un cuento, una historia con gran parte de mentira y un tanto de verdad. Sorprende por ejemplo que estos símbolos se usen para inflar sobre manera el famoso número de más de 100 ‘desaparecidos’ por cuenta del reciente ataque terrorista de la mal llamada ‘primera línea’, desaparecidos que en buena hora la fiscalía ha desvirtuado y ahora las ONGs y los opinadores de oficio solo atinan a endilgar culpas al mismo ente acusador por no desmentir desde el comienzo sus afirmaciones mentirosas.
Usan el símbolo para recordar que el Estado (y por ende su Fuerza Pública), como unos asesinos y represores de derechos, mostrando casos aislados como elementos de un supuesto ‘accionar sistemático’ de estos estamentos. Lo curioso de esto es que en varias ocasiones ello deriva en demandas millonarias de las cuales estas ONG terminan lucrándose, o buscando y ganando jugosos contratos con el mismo Estado Opresor, a costas del erario público. Y todas las veces que terminan siendo confrontados y rebatidos, solo actúan con un silencio cómplice, como si nada hubiese pasado, cuando el daño moral y ético quedó hecho.
Sirva lo anterior para mostrar que la falta de símbolos de nuestra parte, su ausencia y el deseo imperante de desaparecer los pocos que tenemos, solo terminan imponiéndonos una verdad que no es la propia. Hace unos días tuve la oportunidad de presentar relatos en nombre de los policías víctimas de estas infamia ante la comisión de verificación de la CIDH, y llegué a esa conclusión: QUE TENEMOS SÍMBOLOS Y NOS LOS USAMOS, o peor aún, que no creemos en ellos.
Cuántos policías secuestrados, desaparecidos y vilmente asesinados podrían ser nuestros símbolos sociales de una guerra urbana contra un entruncado estructurado de ideólogos y agentes armados que sólo quieren imponernos su verdad y ética? Recordar al subteniente Quintana, de 21 años, con menos de un año de servicio activo, a quien este infame remedo de paro le acabo su proyecto de vida, sus posibilidades de crecer y proyectarse como profesional de policía, por cuenta del ojo perdido en medio de los disturbios? Será que el comité del paro y la supuesta primera línea ya hicieron un acto de perdón público y de resarcir y restablecer sus derechos y proyecto de vida? Quién va a asumir el costo económico del daño personal, físico y moral que le causaron? Ese es solo de nuestro más recientes símbolos, y podemos mencionar otros más.
Ejemplos como el anterior tenemos por decenas solo en estos eventos recientes, símbolos que la CIDH y algunas entidades estatales sólo toman como ‘números’, estadísticas que se presentan a diario para mostrar los daños que han causado estos hostigamientos, olvidando que detrás de cada número hay una historia de vida, un ejemplo, un símbolo que debemos hacer visible, tomarlo como nuestro y recordarlos en el tiempo. O es que ahora el soldado Pinchao, que en su momento se mostró como héroe, ya no es un símbolo de nuestra victoria sobre las FARC?
Nuestro símbolos vivos existen. No son meros números de una estadística que se engrosa a diario, y deben ser relatos que debemos evocar y recordar a diario, para que nuestra historia y la verdad no se distorsionen.
Y para terminar: gran equívoco ha cometido la recién nombrada Ministra de Cultura al retirar, en plena discusión con los agresores, el monumento de los Reyes Católicos. Es un mensaje que invita a pensar que el Estado se ha doblegado a aceptar que debemos dejarnos imponer la historia que los mal llamados indígenas quieren contar. En una cultura que se creó a través de la mezcla de razas y continentes, hacernos creer que somos invasores, no es más que dar por sentado que tienen la razón en un equívoco. Es esa la cultura que nos quiere imponer ministra?