Por: José Félix Lafaurie Rivera
Tuve una pesadilla. Amanece el 8 de agosto de 2022 y Petro se levanta adormilado, se tercia la banda presidencial, se mira al espejo, se empina, saca pecho y se regala su mejor sonrisa socarrona. Se siente el Bolívar -no Gustavo sino Simón- del siglo XXI, como Chávez y como Maduro, invitado especial a su posesión.
Y ahora… a cumplir promesas. Fiel a una de ellas, en su primera alocución, que serán semanales, como “Aló presidente”, anuncia la suspensión de la exploración de petróleo y más impuestos a las industrias extractivas…, para desestimularlas.
A la semana siguiente, el pueblo está de fiesta en las calles por el cumplimiento de otra promesa: los subsidios de pandemia, que hace un año tildaba de “limosna” del gobierno a los más pobres, dejarán de serlo y, por ello, ahora serán permanentes y subirán a un salario mínimo.
Su estrategia de empleo también arranca, con el apoyo a las pymes a través del prometido aumento en la financiación de sus nóminas, que será del 100% con recursos del Presupuesto.
Las promesas son para cumplirlas y, por ello, para financiarlas, y después de hacer aprobar el Acto Legislativo que le quita autonomía al Banco de la República, el presidente “progres” ordena emitir. Durante la pandemia propuso 15 billones mensuales para los pobres, así que hoy, con poder, pues la cifra no importa, si son regalados a los pobres en mercaditos a lo CLAP.
No ha expropiado tierras, como prometió, pero, como también prometió, suben escandalosamente los impuestos a la tierra que considera improductiva, para obligar a sus propietarios a venderla y pagarles con bonos. Está ansioso por comprarle “El Ubérrimo” al expresidente Uribe, para dárselo a los pobres y producir comida. Uribe es ganadero, pero, para Petro, la carne y la leche no son comida, como tampoco el azúcar. Desde 2018 dijo que “sería bonito” comprarle a Ardila Lulle la hacienda de Incauca “para entregársela al pueblo campesino “. Y para que Colombia produzca su propia comida, como debe ser, desconoce los TLC “imperialistas” y sube aranceles a la importación de alimentos.
Muy pronto completa su tarea económica con disminución por decreto de arrendamientos, control de precios, fortalecimiento de la banca pública con miles de empleos, impuestos confiscatorios a dividendos para “desestimular que se saquen recursos de las empresas para sus propietarios”, como si no fueran sus propietarios. ¡Ah! y para acabar la “intermediación financiera en el sector salud”, ya han sido eliminadas las EPS.
Terminado su tercer año, mientras persigue adversarios a lo Ortega y resucita la reelección, pues necesita más tiempo para salvar a Colombia; vuelven las colas al también resucitado Seguro Social; la inflación sobrepasa el 100%, el desempleo el 30% y muchos no trabajan para recibir su mínimo gratis. Las petroleras salieron corriendo, Ecopetrol no despega en energías alternativas y el país se estrena como importador de petróleo. Se incumple el pago de la deuda externa, pero aparecen créditos blandos…de Rusia y China. Los precios de los alimentos están por las nubes por la escasez; Uribe no vendió, pero Incauca sí, y muchos más, y la economía minifundista no logra alimentar al país, mientras el contrabando, el narcotráfico y la corrupción crecen como espuma y culminan negociaciones con el ELN, acompañadas por Venezuela, Cuba y… la ONU.
Su pueblo amado -y acorralado-, quiere protestar, pero… está prohibido. Entretanto, Timochenko, visa americana en mano y “desenguacados” sus ahorritos de narcotraficante, se instala en La Florida para escapar de “la Colombia de Petro”.
De pronto, me despierto sobresaltado, pero sabiendo por quien NO votar.