Por: Mayor General (RP) William René Salamanca
El próximo martes, todos los colombianos debemos hacer un alto en el camino para rendirle un sentido homenaje a nuestra amada patria. Es un día para darle gracias a la vida por habernos permitido nacer en este paraíso terrenal, en esta tierra que llevamos en el corazón y que nos ha hecho derramar más de una lágrima.
Celebraremos 211 años de aquel lejano, pero siempre presente Grito de Independencia que desde el 20 de julio de 1810 nos enrutó por el camino de valores humanos tan esquivos como la libertad y la democracia. No es una fecha para estériles debates históricos ni para recriminaciones, sino para celebrar el orgullo de ser colombianos y demostrarlo, en especial recuperando una de las más bellas tradiciones de nuestros padres y abuelos: izar desde muy temprano el tricolor nacional en cada uno de los hogares de Colombia y hasta en el último rincón de nuestra nación, tal como lo hizo, por primera vez, el 12 de marzo de 1806, el precursor Francisco Miranda, en su velero Leandro.
Fue el propio Miranda quién, un año más tarde de nuestro Grito de Independencia, propuso elevar el tricolor a insignia nacional de nuestra patria; idea que se consolidó en 1813, cuando el libertador Simón Bolívar escribió de su puño y letra: “El pabellón que la victoria ha enarbolado en todos los pueblos de Venezuela y que debe adoptar la nación es el mismo que se usaba en la primera época de la República, esto es, de los tres colores: amarillo, azul y encarnado”.
Luego, en 1819, Francisco Antonio Zea, lo calificó como el símbolo de las libertades públicas de la América redimida. Más tarde, en 1861, el presidente Tomás Cipriano de Mosquera decretó la posición horizontal de las tres franjas y el tamaño de cada uno de los colores, tal como los conocemos hoy en día, pasando por un pequeño ajuste, en 1887, año en que se suprimieron las estrellas que descansaban sobre el azul y la inscripción “Estados Unidos de Colombia”, para dar paso a “República de Colombia”.
Otra forma de demostrar nuestro amor por Colombia consistiría en sacar tan solo unos minutos de nuestro tiempo para conocer algo de la vida y obra de quienes ofrendaron hasta su existencia para que hoy podamos disfrutar de unos mínimos derechos. Este ejercicio, de seguro, nos permitirá comprender por qué la mujer colombiana siempre ha sido tan valiente y aguerrida.
Fue Manuela Beltrán la comunera que se atrevió a arrancar el edicto que sometía a su pueblo a pagar más impuestos. Fue Antonia Santos la combatiente que ayudó a anticipar las comunicaciones secretas de las tropas realistas. Fue Policarpa Salavarrieta la espía indomable, quien incluso ante sus verdugos no se doblegó: “Aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. No olvidéis este ejemplo… Muero por defender los derechos de mi patria”.
Fue Presentación Buenahora la llanera que aprovisionó de víveres y caballos al ejército patriota. Fue doña Casilda Zafra la campesina que -tras tener un premonitorio sueño, en el que una de sus yeguas daba a luz un potro blanco, el cual sería montado por un destacado General- no dudó en regalárselo a Simón Bolívar, para dar origen a la leyenda del gran Palomo. Fue doña Juana Velasco quien no dudó en entregarle al mismo General a sus dos hijos para que ganara nuestra libertad. Fueron cientos de mujeres que se despojaron de sus joyas para ayudar a financiar la noble causa. Y fueron, incluso, las señoras de la alta sociedad bogotana quienes no tuvieron problema alguno en aceptar el castigo de barrer calles por apoyar las ideas libertarias.
El martes es un buen día para aprender de hombres como José Antonio Galán, descuartizado por defender los derechos de nuestros indígenas, afros y demás oprimidos; Antonio Ricaurte, el héroe que prefirió volar en átomos antes que poner en riesgo la campaña libertadora; Antonio Nariño, quien a sus 16 años ya lideraba un batallón de milicias, el mismo que duró preso casi 16 años por traducir e imprimir de manera clandestina la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; Francisco José de Caldas, ‘El Sabio’, no solo científico, botánico, periodista e ingeniero militar, sino un mártir de la libertad; José María Córdova, el inmortal ‘Héroe de Ayacucho’, considerado por nuestro Ejército Nacional como su máximo exponente; y Francisco de Paula Santander, ‘El Hombre de las Leyes’, en cuyo honor se bautizó la Escuela de Cadetes de nuestra Policía Nacional.
La lista es larga: Camilo Torres, José María Carbonell, José Acevedo y Gómez y miles de hombres, mujeres y niños que no fueron inferiores a su época.
Por todo lo anterior, el martes 20 de julio también es un buen día para ponernos la camiseta por Colombia, como lo hacemos cada vez que juega nuestra Selección de Fútbol, porque el significado de nuestro símbolo patrio por excelencia está más vigente que nunca.
Colombia sigue siendo un país inmensamente rico, pero tiene el reto de dejar de ser uno de los países más inequitativos del mundo, para sacar de la pobreza a más de 21 millones de compatriotas y frenar ese ecocidio y hasta terricidio que, según el Ministerio de Ambiente, en tan solo 2020 nos dejó más de 170 mil nuevas hectáreas deforestadas, 12.700 más que en 2019.
Nuestro país también sigue siendo una potencia hídrica, con 2 mares, 6 nevados, más de 32 mil humedales, el 60 por ciento de los páramos del mundo y más de 700 mil cuerpos de agua, entre ríos, quebradas, caños y lagunas. Pero la misma deforestación, la pesca indiscriminada, la economía extractiva y la contaminación cotidiana del azul de nuestra bandera son graves amenazas para el futuro de nuestra nación.
Y el rojo de nuestros corazones sigue latiendo, no solo para rendirles tributo a nuestros héroes de la Independencia y a nuestros soldados de tierra, mar y aire y a nuestros policías que hoy luchan por defender los ideales más sagrados de nuestra sociedad, sino para trabajar con tesón de arrieros por una mejor patria. Pero también es innegable que los violentos lo han confundido con odio, extremismos, discriminación, vandalismo, destrucción y muerte.
Por eso, nuestra invitación a todos los colombianos es a cuidar nuestra libertad y democracia de fenómenos tan peligrosos como el populismo y el totalitarismo, porque, aunque imperfectas, siempre serán superiores a las tiranías. Por último, solo nos resta hacer votos para que en este martes de júbilo inmortal, cuando se instala una nueva legislatura del Congreso de la República, los actuales “padres de la patria” interpreten el sentir popular y las justas peticiones y exigencias de un pueblo que demanda soluciones efectivas para heredarles a nuestros hijos un mejor futuro, siempre bajo el manto protector de nuestra bandera.