Abrebocas de los 12 capítulos del best seller de Abelardo De La Espriella que ya agotó existencias de su primera edición en ventas en línea y las más grandes librerías del país. Los ingresos se destinan a la campaña Cosecha Solidaria
Abelardo De La Espriella presenta su obra literaria Amores Criminales, doce historias de crímenes cometidos por amor en distintas e insólitas situaciones de la vida. El libro, basado en historias reales mezcladas con la ficción, transcurre bajo una técnica narrativa propia de los escritores profesionales. Abelardo logra la construcción de personajes complejos en una serie de historias que atrapan desde los primeros párrafos y van aumentando el interés del lector con la fluidez de su lenguaje como quien dibujando describe lugares y situaciones tan sorprendentes con la magia que envuelve las buenas narraciones propias de la buena literatura y las mejores series de televisión.
Primera entrega
EL DUELO
No existían por ese entonces esas moles arqui- tectónicas blancas, con vidrios azules de mal gusto, que tratan de imitar fallidamente los paisajes de cierta capital californiana.
Por alguna razón que todavía escapa a mi comprensión, los habitantes de esas tierras siempre han querido parecerse a gente de otros lares. No existían los conjuntos residencia- les que ahora se levantan como hormigueros a cada lado de la carretera que da hacia el mar.
La ciudad no se extendía un poco más allá de la mu- ralla, pero sus habitantes sentían que vivían en la urbe más grande y próspera del mundo. Los ricos se alejaban cada vez más del centro y empezaban a urbanizar la peri- feria para apartarse de la pobreza que hería sus delicadas vistas y no les permitía conciliar el sueño. No digamos mentiras, esta siempre ha sido una ciudad excluyente, donde al pobre se le esconde para que no dañe el paisaje, y dentro de las casas se le uniforma con la única inten- ción de que se funda en el mobiliario y su presencia pase desapercibida.
El desarrollo urbanístico acelerado sin planeación, como todo en este improvisado país, no previó la cimentación de una robusta red de distribución y abastecimiento de agua, por lo que, en comparación con las ciudades vecinas, que ya hace rato lo tenían solucionado, esta estaba apenas en proceso de construcción de un nuevo sistema de acueducto que proveyera del líquido preciado a todos los rincones de la creciente ciudad.
A pesar de la desigualdad y de la pobreza se podría de- cir que era una ciudad en crecimiento, con mucho movi- miento y oportunidades de trabajo. El muelle era apenas una tercera parte de lo que es hoy y también estaba en plena edificación.
Cientos de personas, por no decir miles, llegaban en tre- nes provenientes de diferentes rincones de la geografía na- cional, con el objetivo de enlistarse en las filas de la Armada Nacional, o para unirse a los consorcios constructores del puerto y del acueducto. Y así fue como llegó Nemesio Flores Cortés, en un tren proveniente del interior junto a unos dos mil nuevos reclutas que venían, como él, con la esperanza de cumplir la promesa de encontrar una nueva vida al lado del mar, pero no movidos por el ideal de servir a la patria sino más bien motivados por esa idea romántica de la vida del marinero que va dejando un amor en cada puerto.
Con apenas diecinueve años, Nemesio tenía muy claro que su vida pertenecía al mar sin siquiera haberlo cono- cido. Era un hombre nacido en la montaña, de ancestros orgullosamente campesinos cuyas raíces estaban sembra- das en el corazón mismo de nuestras cordilleras. Pero él sentía en sus venas el llamado del agua, de la arena, de la sal. Su abuela se había encargado de llenarle la cabeza de historias de altamar supuestamente vividas por el padre de ella, un marino aventurero que siempre estuvo ausente recorriendo el mundo en busca de tesoros que nunca en- contró o que despilfarró antes de regresar a casa, porque siempre volvía con las manos vacías.
Sus historias fueron el único legado que dejó a sus hijos y Nemesio las recibió directamente de su abuela, a quien visitaba prácticamente a diario para sumergirse en las pro- fundidades de las aventuras llenas de peligros y de gloriosas gestas de su bisabuelo.
Nemesio creció fantaseando con lo que oía de boca de su abuela. Esa quimera se convirtió en realidad cuando es- cuchó por radio que la Armada estaba reclutando jóvenes valientes que prestaran sus servicios a la preservación de la soberanía marítima de la patria.
Habiendo terminado sus estudios secundarios un par de días atrás y no teniendo nada que lo detuviera, Nemesio se dirigió a la oficina dispuesta en la alcaldía del pueblo, firmó los formularios, empacó los corotos1 y se fue en un camión a la capital de su departamento, donde lo embutieron en un tren junto a otro millar de jóvenes motivados por historias similares a las que él escuchó desde pequeño.
Hay que decir que Nemesio se adaptó muy rápido al ca- lor del Caribe y a sus costumbres, tan diferentes a las de la montaña. Muy pronto aprendió a entender el dialecto y a disfrutar de la música y, más pronto aún, a apreciar la comi- da, las noches de fiesta de tiro largo con los pies descalzos en la arena y los monumentales amaneceres que alborota- ban las ganas de enamorar a cualquiera.
También se acostumbró rápidamente al entrenamiento y a la disciplina militar que, a decir verdad, no se diferenciaba mucho del régimen matriarcal que se vivía en la casa de su abuela. Se habituó fácilmente a levantarse temprano, a asear pisos y a limpiar trastos, a trotar bajo el sol incandescente y a someterse a todas las privaciones y restricciones que impone el uniforme….