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DE BOMBARDEOS Y FUMIGACIONES

por El Expediente
marzo 14, 2021
en Opinión
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Por: Fernando Londoño

Estará ya harto, lector querido, de oír y ver comentarios sobre el bombardeo de nuestra Fuerza Aérea contra el campamento donde dormía el empedernido criminal que se hace llamar Gentil Duarte. (“Gentil” semejante monstruo que mal parió la humana naturaleza)
Pues la descaminada crítica nuestra anda dedicada a discutir si en ese lugar maldito la canalla tenía almacenados menores de edad. Probablemente. O seguramente. A estos miserables siempre les gustaron los niños. ¿Qué más les da? Así fueron siempre los Catatumbos y Timochencos y Tornillos que ahora se reúnen a hurtadillas con el Presidente Duque.

Pues vamos al tema por muy otro camino. Porque todo este fenomenal escándalo no tiene más propósito que descalificar y neutralizar el poder contundente de nuestra Fuerza del Aire contra estos bandidos.

Si se quiere mirar dónde talla el zapato a esta canalla, basta ver dónde se queja y dónde consiguió ventajas con el traidor Santos. Pues está bien claro. Los dos elementos esenciales de esa claudicación sin orillas, fueron los bombardeos y las fumigaciones con glifosato. Ahí está el centro nervioso de toda esta impostura. La paz de La Habana no tenía más que ese doble objetivo, ampliamente conseguido. El resto de esa insufrible retórica de más de trescientas páginas, es la montaña de basura que tapa esos elementos esenciales.

El de las FARC, como de sobra sabemos, no es un ideal, sino un negocio. Lo demás es paja. Lo que interesó a esos sinvergüenzas, y les sigue interesando, es el poder y el dinero, y ambas cosas se resumen en una sola mágica palabra: cocaína.

Si tienen paciencia para repasar las 310 páginas de aquel estercolero retórico, verán que todas se dirigen a un solo objetivo, el permiso para sembrar, recoger, procesar y vender coca sin problemas. Lo demás es puro cuento.

Santos, la más siniestra figura de toda nuestra Historia, diseñó ese mamotreto, o lo hizo diseñar, porque ni de semejante porquería es capaz, con el único fin de entregarle el país a esos bandidos. Esa bellaquería tenía dos partes: dejarles ganar lo que llaman, con tal mal nombre dicho, la guerra, y hacerlos vencedores de las instituciones republicanas. Lo que buscaron en balde, al precio de mil sucesivas derrotas, Santos se los entregaba entre vítores, aplausos y francachelas. Así fueron siempre los festejos que la historia recuerda de atrocidades similares.

Parece que no termina por convencerse nuestro ingenuo pueblo, del valor que en “billete” como en la calle se dice, tiene el negocio de la cocaína. Hace muchos años que Pablo Escobar doblegó la democracia colombiana, utilizando también esa vez como instrumento al Banco de la República, que con la ventanilla siniestra inmortalizó semejante felonía. De Escobar se ha dicho bastante, aunque no suficiente, y casi nada de la coparticipación en ese crimen de nuestro Banco Central.

Hemos vuelto a las andadas, porque la Historia se repite. Solo que ahora la conspiración fue más completa, como lo prueba el acuerdo grotesco de La Habana.

Bombardeos y fumigaciones, los dos regalos que Santos y sus amigos ofrecieron a los narcos de ahora. Y por eso, no lo pierdan de vista, son las dos cosas que no pueden volver.

La fumigación aérea se maquilla con los grupos erradicadores que sin clemencia matan los bandidos, sin piedad los hacen volar en pedazos y los dejan lisiados para siempre. Ni la Corte Constitucional, la de Santos claro, ni el Gobierno se duelen de estas tragedias. A nosotros, los ciudadanos de esta Patria Boba, nos trae sin cuidado. Al fin y al cabo, muerto más o menos, lisiado más o menos, poco importan. Apenas cuentan en la escabrosa estadística de nuestras vergüenzas.

El Ministro Molano nos ha hecho renacer la esperanza. Ha vuelto por el decoro de la Nación y con el reciente bombardeo, que esperamos seguido de cuantos sean menester, nos ha recordado cuál es la única ventaja real y concluyente que la Nación tiene contra sus más implacables enemigos.

Por eso está tan alborotado el cotarro de los cómplices de aquellos bandidos sin entrañas. Y por eso acuden a los más bajos expedientes para conseguir que los aviones se silencien otra vez.

Cualquiera que no sea tarado mental sabe imposible que un bombardeo se haga con previa identificación de los asistentes al campamento objetivo. Pero eso, precisamente, es lo que buscan. Ponerle a esa operación militar una condición imposible. Y por eso el escándalo con los menores que pudieron morir en la operación contra Gentil Duarte. Nada más.

La única manera de callar esa tropa santista y plañidera, es con nuevos bombardeos. Con los que sean necesarios para derrotar a esos enemigos del género humano. Y para que combinada esa terapia heroica con la fumigación que debe empezar sin dilaciones, podamos respirar en paz en un país próspero y decente.

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