Por: Germán Valencia Castro
Los maestros somos sembradores que sembramos semillas en el corazón de nuestros alumnos. Es allí, y no en la cabeza, donde realmente se comprenden las cosas que nos hacen ser felices y disfrutar de la vida. Tenemos la oportunidad y la suerte de llegar a su corazón e inundarlo de alegría. Ellos, a la vez, tocan el nuestro llenándolo de algo que yo identifico como gozo.
El maestro que inspira debe hacer lo posible porque el alumno desarrolle competencias, participe en su propio aprendizaje, genera confianza, se auto-descubra. Así, se estaría dando crédito cuando dicen que la inspiración surge desde lo interno, desde el corazón, desde el alma.
Hoy la tecnología de la información y la comunicación, permite compartir muchas herramientas para mediar aprendizajes, generar, crear, innovar, analizar, resolver de la mejor manera, proponer soluciones a problemas comunes desde el aula de clases.
De esta manera la inspiración es una herramienta para motivar al estudiante a trabajar en sus retos, conectarse con otros y aprovechar talentos conjuntos para llegar a momentos de innovación, proponer cambios, mejorar formas de aprendizajes.
Compartir experiencias es una forma de inspirar, como herramienta puede utilizarse para compartir con los estudiantes y permitir que se acerquen a nuevos proyectos que haga del aprendizaje un momento real, expectante, donde la imaginación haga números vuelos.
Desde ese cúmulo de ideas, la inspiración se relaciona con el arte y educar es un arte de los más complejos y hermosos que existen. El docente crea cada día una obra de arte con cada uno de sus alumnos cuando responden a sus propias expectativas.
Educar es inspirar y para educar hay que estar inspirado. El principal objetivo del docente que inspira y que enseña, debe ser que el estudiante aprenda, participe, capaz de autoformarse con la guía del profesor, de esta manera, posibilita con sus acciones que los alumnos aprendan por sí mismos. Para inspirar hay que ser un buen modelo.
Lamentablemente Colombia ha permitido que pocos cínicos practiquen la politización de la Educación que ha perjudicado a los niños, a los docentes, a las familias y al presente y al futuro del país. No conseguir un pacto centrado exclusivamente en una mejor Educación tiene un alto coste en cohesión social, en calidad democrática, en equidad y en crecimiento económico.
Tumores como el adoctrinamiento sea de la vertiente que sea, izquierda o derecha, socaban los esfuerzos de docentes que sí desean sembrar esa semilla de sostenibilidad social, de evolución y de construcción de vida.
Partiendo del rigor y la lealtad (de los grupos políticos y la comunidad educativa) y basándonos en políticas fundamentadas en evidencias, hay que perseguir la combinación de igualdad de oportunidades y calidad (que no son incompatibles) y de la satisfacción del derecho a la Educación con el respeto a la libertad de los ciudadanos.
La educación debe redimensionar y reconstruir la imagen de ser humano, debe recuperar urgentemente la dimensión humana creadora para responder activamente a los desafíos que el mundo le ha planteado, para actuar, generar, proponer y humanizar al mundo. La educación debe concebirse ahora no sólo como transmisora cultural, sino como creadora de cultura, es decir, la educación debe promover el diálogo constante del ser humano con el mundo y nutrir su capacidad de respuesta desde el presente. Es el momento que como educadores dejemos una huella indeleble en nuestra profesión y en la sociedad, luchemos por construir sociedad, alejados del sectarismo conveniente.
Germán Valencia Castro – @ValenciaGermanC, Twitter