Hemos visto con preocupación lo que ha estado sucediendo en las tres principales ciudades del país en materia de inseguridad. Los índices de las actividades criminales siguen en aumento y a diario crece el temor de los ciudadaLnos que temen por su vida y por sus bienes.
El atraco en las calles y el hurto en residencias y negocios comerciales se ha convertido en el pan de cada dia y al punto que la mayoría de los habitantes de Bogotá , Medellín y Calí piden más acción de sus alcaldes y aumento de la fuerza pública ante la implacable actividad de los delincuentes.
La percepción de inseguridad por parte de los ciudadanos, que no suele medirse en estadísticas concretas sobre índices de delincuencia, demuestran que tenemos unas ciudades sumidas en el temor, en las cuales las personas no únicamente dejan de actuar en su vida normal sino que dejan de denunciar ante las autoridades y prefieren estar sometidas silenciosamente al influjo de grupos criminales organizados.
La extorsión a hogares, comercio y transporte, el hurto de motocicletas, bicicletas, y celulares, la presencia de expendios de drogas en todas las zonas de las ciudades, son demostración de una cantidad de hechos cotidianos que a los ciudadanos los afectan, sin resultados certeros y eficaces de parte de las autoridades locales.
Muchas de las cifras reales de estos delitos están completamente subestimadas, por cuanto los ciudadanos prefieren evitar la tramitología estatal, o el temor de tener que enfrentar en sus comunidades a esos grupos criminales organizados.
Por tanto, los cantos de victoria de algunos alcaldes, amparados en unas cuestionables cifras oficiales, demuestran la completa desconexión con los ciudadanos y, al contrario, permiten la consolidación de la criminalidad y la absoluta desazón de las personas, sin importar su condición socio-económica.
Entre tanto, si se miran con detenimiento las cifras de percepción sobre inseguridad ciudadana en Medellín, Bogotá y Calí, aunadas a las crecientes cifras de victimización, se llega a la conclusión del completo fracaso de los gobiernos de estas ciudades en la contención del crimen organizado.
Por el contrario se genera una espiral inquietante en la que, gobiernos sin escrúpulos, abran la puerta a negociaciones ocultas con grupos criminales para que, aprovechando la falta de intervenciones reales por cuenta del estado, se termine entregando resultados maquillados sobre reducción de la violencia, pero siempre cobijados bajo la complicidad de dichos grupos que entregan trofeos a las autoridades con las cuales negociaron con el fin de intentar callar voces opositoras.
A los gobiernos de BOGOTA, MEDELLIN y CALI les quedo grande el tema de la seguridad. Entre tanto, millones de ciudadanos recorren con temor sus calles, callan ante el avance de la criminalidad rampante, y, escondidos en el anonimato prefieren decir la verdad en encuestas o en conversaciones privadas en vez de hacer las denuncias de rigor.
Si los alcaldes no pueden liderar, los ciudadanos tenemos el derecho a removerlos democráticamente.