Por: Jair Peña Gómez
¿Hasta dónde llegan tus ansias de poder, Gustavo? Sabes bien que las más de tus propuestas son irrealizables y las menos indeseables, y aun así no dejas de mentir, de actuar, de apegarte a un libreto como histrión. ¿Por qué proclamas el perdón como bandera cuando en tu corazón sólo hay espacio para la venganza?
¿Qué te motiva realmente? Lo pregunto porque hay pasados de pasados y personas de personas; algunos en tiempos remotos —como dice el adagio— sembraron vientos y cosecharon tempestades, se arrepintieron y enmendaron su andar, mientras que tú, que gozas de impunidad, te empeñas en seguir destruyendo, ya no desde los campos, ya no con la fuerza de las armas, pero sí con la palabra mal empleada. De tu boca sólo salen dardos con ponzoña, a diestra y siniestra (esa que representas), y bien reza el texto sacro que «de la abundancia del corazón habla la boca».
Ya se cumplió un año del paro criminal convocado por ti y tus partisanos, que puso en jaque la estabilidad económica de Colombia y produjo desabastecimiento de alimentos en el país, y nunca te cansaste de llamar a la “movilización social”, de invitar a las masas furiosas a salir a las calles a poner contra las cuerdas la institucionalidad, la tranquilidad de la patria, la democracia misma. Eso a pesar del hambre y la enfermedad.
Desde cada tribuna que tienes, ya sea Twitter, los canales privados de televisión (de los que tanto despotricas y que estando en el poder acabarías), la radio, la prensa o una tarima en medio de multitudes fanáticas, aprovechas para generar odio hacia el empresario, hacia el colombiano que cuenta con alguna comodidad, hacia el establecimiento, hacia el modelo económico que tantas personas le ha arrebatado a la pobreza, hacia todo el que no piense como tú piensas, fracturando hondamente la sociedad colombiana. La nación ya no se fragmenta por cuenta de la desigualdad de oportunidades, cosa que has sabido capitalizar muy bien en términos políticos, sino que ahora está dividida y enfrentada en términos ideológicos.
Al divisar el panorama electoral, no dejo de asombrarme con lo lejos que han ido tus ideas, jamás pensé que un candidato con una visión tan pobre y simplista de la realidad, con un ánimo revanchista como el tuyo, pudiera tomar tanto vuelo. Te has sabido abrir paso entre la ignorancia y la apatía, entre el desaliento y la angustia, y te has vuelto un adalid del caos, la representación viva de la anarquía y la desaprensión, y eso, triste pero irremediablemente, atrae a muchos.
No pretendo ser neutral cuando te digo todo esto, porque como afirmaba el Dante, «el lugar más oscuro del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis moral» y además porque parece que el criterio periodístico se extravió y son muy pocos los que se atreven a decirte un par de verdades.
Espero, desde el fondo del corazón, por lo que fuimos, por lo que somos y por lo que seremos quienes vivimos en esta tierra bendecida, que tú no llegues, ni ahora ni nunca, a ser presidente. Colombia merece más.