Por: Andrés Villota
El antropólogo Thomas Fisher hizo una compilación de los relatos de extranjeros que visitaban a la Bogotá de la primera mitad del Siglo XIX. Los relatos coinciden en describir a una minoría de la sociedad bogotana que pretendía “diferenciarse ostentosamente” del resto de los habitantes de la ciudad y de las otras partes del país “dando importancia al exclusivismo” exaltando la altura social que les otorgaba el “refinamiento de los gustos” y basándose en la “apariencia decente”.
La distinción social no estaba asociada a la riqueza porque el lugar en el que estaba las fuentes de riqueza del país y vivían los más ricos (tanto en esa época como en la actual) era en las provincias, no en Bogotá. Por eso exaltaban su exclusividad con elementos no asociados a la riqueza, tales como el origen puro y sin mezclas raciales de su familia o la educación y el conocimiento. Se hacían llamar “doctores” así su grado de instrucción fuera básico y asumían que los “otros” eran ignorantes y sin instrucción lo que trajo como consecuencia que “el estilo de vida tipo europeo cultivado por las capas altas de Bogotá servía a la reproducción de las desigualdades”, según Fisher.
Doscientos años después se mantiene ese fenómeno al interior de la sociedad colombiana con el agravante que ahora mutó a un “decentísmo egocéntrico mesiánico” en el que los colombianos deben emular en todo al selecto grupo bogotano y tomar como base para su vida los gustos y preferencias personales, ideales, principios, valores y convicciones para que el resto pueda “salvarse”.
Lo vimos con la Parábola de la Mermelada cuando un bogotano decentísimo le arrebató a las regiones la posibilidad de usar los ingresos que generaban, en lo que ellos quisieran, porque en Bogotá si sabían en qué y cómo invertir los recursos. Desde Bogotá sí se podía esparcir la mermelada de una manera eficiente por toda la tostada del mapa nacional. Los decentes iban a salvar a Colombia de gastar en lo que los otros no saben o no deben, aunque eso signifique un desincentivo para la producción y un fuerte atentado contra las libertades económicas que distorsionan y afectan la eficiencia natural del mercado en la asignación de recursos y en la distribución de la riqueza.
Lo hemos visto en las Consultas Previas cuando aparece el activista de una ONG domiciliada en Chapinero que, para cumplir con su misión de salvar el planeta, le plantea a la comunidad el falso dilema de dejar de tomar agua a cambio de tomar gasolina si votan a favor de un proyecto productivo. Sin importar el desempleo que lleve a la comunidad y la destrucción de tejido social que eso implique para una región con enorme potencial de riqueza en recursos naturales pero que gracias al decente queda condenada a perpetuar la miseria en favor de los intereses de los dueños de las economías ilegales depredadoras que pueden prosperar libremente sin la presencia de la institucionalidad y de la producción responsable de empresas con métodos amigables con el medio ambiente que han sido ampliamente probados en otras latitudes.
Lo leí en algo escrito por una joven que se ufanaba de salvar el futuro electoral de un político por haberle dado una receta para cautivar al voto juvenil. El consejo era que hablara de los cinco temas que a ella, desde su visión, le importan y le interesan. Ojalá el político no le haga caso porque en las regiones y en la Bogotá no vanguardista, las dinámicas productivas, la innovación y los intereses de los jóvenes no tiene relación alguna con el discurso de los jóvenes decentes bogotanos.
Aunque la candidata demócrata a la vicepresidencia de los Estados Unidos, Kamala Harris, debe tener a la “decentada” inmersa en una enorme encrucijada por haber dicho que está a favor del fracking, és desde Bogotá que más se opina y más se oponen a esa práctica de la industria petrolera. Los que se oponen, paradójicamente, lo hacen vestidos de pies a cabeza con lycra, poliéster, terlenka y demás fibras producidas por la industria petroquímica que tanto cuestionan sin tener claro que, por eso, van a regresar a la era del caucho natural, del algodón, del lino, de la lana o del cuero a lo que, sobra decir, también se oponen.
El tema que ocupa hoy a los decentes bogotanos, con el que van a salvar a Colombia, es la ratificación del Tratado de Escazú. Como si no tuvieran suficiente con las Consultas Previas ahora quieren imponer un fast track para que cualquier ciudadano lleve a la ruina a una comunidad si siente que un proyecto productivo o la labor de una empres afecta sus “derechos”.
Las grandes potencias económicas del continente no lo van a ratificar y advierten sobre los enormes riesgos que crea en materia de estabilidad jurídica su ratificación. La incertidumbre y el riesgo que trae la “democracia ambiental” va en contravía de la confianza inversionista necesaria para atraer a la inversión extranjera. Sin embargo, uno de los rasgos de un grupo supremacista intelectual es su nula capacidad para aceptar la crítica o reconocer un error o admitir el fracaso. Lo fácil no es recurrir a los argumentos sino descalificar a todos los que no piensan igual a ellos.
Los decentes bogotanos están convencidos que los equivocados son los que no van a ratificar el tratado. Ellos son los únicos que ven lo que los otros no fueron capaces de ver. La humanidad es la equivocada, no ellos. Consideran que están a la vanguardia de todos y de todo, por eso unos estudiantes de la universidad que se convirtió (desde el año pasado que cambiaron al rector) en la cuna del decentismo bogotano, propusieron que Colombia se saliera de la OCDE porque, supongo, ven que estamos muy por encima de los otros miembros de la organización y debemos estar en un foro superior.
Mientras esa discusión transcurre en medio de las cumbres de los Andes desde las que se observa a los demás con desdén, Barranquilla fue incluida dentro del Top 10 del ranking de Ciudades del Futuro 2021 con mayor capacidad para atraer inversión extranjera directa (FDI por su siglas en inglés). El estudio fue desarrollado por el centro de inteligencia del periódico británico Financial Times.
Barranquilla es la única ciudad de Colombia y de Latinoamérica que logra ese reconocimiento después de varios años de trabajo fortaleciendo su infraestructura, capacitando a sus habitantes y sacando ventaja de su posición geográfica privilegiada. Han desarrollado una estrategia para invitar a las empresas que están saliendo de la China Popular, Argentina y México ante la debacle económica que se avecina, para que lleguen a establecerse en Barranquilla a generar empleo, desarrollo económico y bienestar para sus habitantes.
La avant-garde bogotana espera con su discurso, desconectado de la realidad, de la racionalidad económica y de las dinámicas de los inversionistas mundiales, atraer a Marshall y su plan. Con sus delirios vanguardistas lo que está logrando, más que salvar a Colombia, es llevar a la economía colombiana a la Edad de Piedra. Imposible llevarla a la Edad de los Metales, no olvidar que también se oponen a la minería.