Por: Eduardo Mackenzie
José Miguel Vivanco, un director de la Ong HRW (Human Rights Watch), le pide a la Fiscalía de Colombia que le “muestre las pruebas que tiene” de la acción criminal de las bandas narco-terroristas en los desastres de estos días.
Vivanco dice que no cree que el “ELN, las guerrillas y los narcos” (como si esos tres aparatos de muerte no fueran todos narcos) hayan infiltrado las “manifestaciones”. Vivanco no habla de disturbios, ni de levantamientos armados. No ve nada de lo que está ocurriendo en Colombia. No ve sino pacíficas marchas callejeras que son atacadas por crueles policías.
Vivanco, el propagandista, es reacio a la idea, señalada por la Fiscalía, de que las bandas sangrientas, expertas en matar, esconder el bulto e intoxicar al pueblo con informaciones falsas, tengan algo que ver con las muertes de civiles y de policías de estos días.
Vivanco muestra que está del lado de los vándalos. Dice que “le preocupa” que la Fiscalía piense eso, que diga que aparatos terroristas como el ELN están metidos en los desmanes y muertes de estos días.
Vivanco, en cambio, está dispuesto a gritar desde los micrófonos de Washington que la policía colombiana ha asesinado a “once manifestantes” y a otros tantos, en estos días. El no es capaz de decir lo mismo del ELN, de las Farc y de otras bandas armadas.
El chileno omite, claro, el hecho de que él no tiene pruebas de lo que dice contra la Policía colombiana. Lo dice y se lo debemos creer porque lo dice él, Vivanco, y los bonzos de HRW. Así es la cosa. Y tienen éxito: muchos, hasta algunos funcionarios del gobierno, beben sus palabras y sus cifras sin objetarlas.
Las argucias de Vivanco son siempre las mismas. Vivanco conoce bien la técnica de transformar el humo en arma contundente. Veamos cómo lo hace.
Lo primero es utilizar la palabra “balance”. El, nos dice, ha hecho el balance de muertos y heridos de las pacíficas manifestaciones brutalizadas por la policía de Colombia.
Después desliza este otro sofisma: que él “tiene confirmados once fallecimientos de manifestantes a manos de agentes policiales”. Sin embargo, Vivanco no dice tener pruebas de eso. Tampoco dice que las va a mostrar, aunque él sí le pide a la Fiscalía de Colombia que exhiba pruebas.
Lo de Vivanco descansa sobre la creencia y el temor reverencial, no sobre hechos. Pide que la gente trague entero porque sí, porque él ha hecho un “balance” y porque si uno hace un “balance” nadie puede pedirle que las cifras de ese “balance” sean verificadas.
Tal es el método viciado de Vivanco y de Human Rights Watch (HRW), organismo que, además, no es independiente ni da garantía de nada, salvo de un militantismo marxista sin falta, y de unos prejuicios anti colombianos muy marcados. Nadie ignora que HRW es la voz de su amo: la poderosa OSF, la Ong del millonario George Soros.
Vivanco conoce el arte de hace caer a la gente en el juego de los sinónimos. Esta vez él se inventó esto: prueba de actos ilegales de la policía es sinónimo de “las circunstancias”.
Vivanco dice que tiene “las circunstancias, la identidad y las ubicaciones de las personas que murieron en las manifestaciones”. Pero una cosa es tener la identidad de los fallecidos y otra es probar que ellos fueron mortalmente heridos a bala, o por otros medios, por policías. Probar es mostrar de manera irrecusable qué policía mató a qué estudiante y en qué momento y en qué lugar y tener testigos de eso y tener otras pruebas físicas de eso y tener hasta confesiones verificadas. Lo demás es humo, es palabrería para cerrarle la boca a los tontos.
Vivanco dice que once fueron muertos por los policías “durante las manifestaciones”. No dice haber visto que algunos cayeron probablemente mientras incendiaban edificios y trataban de matar a grupos de uniformados, o mientras agredían a la fuerza pública con piedras y armas de fuego y bombas incendiarias. No dice que hay decenas de vándalos adiestrados en ese tipo de agresión que están sembrando la muerte y la destrucción en varias ciudades contra la fuerza pública de Colombia, contra sedes de medios de información, como RCN de Bogotá, contra edificios públicos, como el Capitolio de Bogotá, y contra decenas de estaciones de policía (CAI), almacenes, buses, estatuas, iglesias, etc. No dice que gente armada y pagada está tratando de bloquear por hambre varias ciudades colombianas.
Vivanco no quiere ver lo que está ante sus ojos. Ofrece, en cambio, un relato falso. Para eso debe dar cifras y hablar de “balance” y de “circunstancias” sin detalles. El, para resumir, no tiene prueba de nada. Tiene a lo sumo rumores y micro leyendas fabricadas por los protagonistas de las asonadas.
Hay otro Vivanco: el que, sentado sobre su “balance” supuesto, se cree en el deber de dictarle al presidente Iván Duque lo que debe hacer. Vivanco le exige a Duque que “respete el diálogo”. ¿Cuál diálogo? En una democracia los cuerpos intermedios dialogan con el gobierno de manera civilizada. Estos no le rompen primero la cabeza al gobierno para después acusarlo de no querer dialogar. Eso es lo que hacen la CUT, Fecode, Gustavo Petro y sus comparsas.
¿Cuándo le pidieron “diálogo” a Duque para que no erradique los cultivos de marihuana y coca, para que baje del cielo enormes partidas de dinero para darle un salario a cada habitante, trabaje éste o no, para que “defienda la producción nacional”, para que destruya la universidad pública y privada prohibiendo las matrículas, para que no mejore los servicios públicos mediante la privatización. ¿Cuándo esos personajes le pidieron diálogo al jefe de Estado para que no “discrimine a las mujeres por ser mujeres”, para que acabe con el Covid-19 en una semana y vacune a todos sus compatriotas, haya o no las vacunas necesarias?
Eso es lo que piden esos capitostes, desde sus escondites y en sus “pliegos”, para asustar a la opinión y sobre todo a los muchachos que se creen “revolucionarios” y no son más que borregos hipnotizados por charlatanes. Esos capitostes, con Petro a la cabeza, no son capaces de “socializar” esos delirios pues saben que, despojados de las artimañas retóricas, obtendrían como respuesta una gran carcajada nacional.
Vivanco oculta el hecho de que quienes rompieron el “diálogo” son los que usan como carne de cañón a los jóvenes y los que empujan a sus zombis entrenados para que maten y destruyan. Diálogo no puede haber con los terroristas. Dialogar con ellos es decirles agraven señores sus barbaridades.
Declarar o no la conmoción interior es un acto propio del Estado colombiano. Vivanco no tiene por qué dar consejos sobre eso. Vivanco le dice a Iván Duque que no utilice esa palanca constitucional para defender a la nación de la agresión que sufre. Vivanco no ha sido elegido por los colombianos para que dirija el país. Nadie le ha pedido al marxista chileno substituir las autoridades elegidas.
Ya es hora de que Colombia aprenda a tirar al tarro de la basura las gesticulaciones rutinarias de gentes como Vivanco, y de las dudosas “personalidades internacionales” que detestan a Colombia y piden la cabeza de los ministros que obstaculizan la agenda subversiva.