Por: Jorge Ignacio Pretelt Chaljub
Por motivos ampliamente conocidos —la injusta privación de la libertad a la que he sido sometido como resultado de un montaje judicial— no me fue posible asistir a los funerales de mi entrañable amigo Jaime Lara Arjona. Aun en la distancia, su partida ha dejado una profunda huella en mi espíritu, y me siento en la necesidad de rendirle este homenaje escrito.
Pocas veces una persona reúne tantas cualidades entrañables en un solo carácter: sencillez, humildad, generosidad y una disposición innata para servir a los demás. Jaime era un ser especial. Poseía un temperamento sereno, conciliador, que le permitía conectarse con todo tipo de personas, sin importar su condición o pensamiento. En múltiples ocasiones fue el puente que permitió reencontrar amistades quebradas por malentendidos o diferencias menores. Tenía el don de unir lo que parecía ya perdido. Era, sin duda, un gran mediador.
Lo conocí desde mi juventud, como amigo cercano de mi padre, y desde entonces cultivamos una amistad que se fortaleció con los años. En los últimos tiempos compartimos numerosas jornadas de conversación y alegría. Nos unía, entre otras cosas, la pasión por navegar: juntos recorrimos ríos y mares muchos fines de semana, en esa complicidad que solo nace entre quienes saben valorar el silencio, la naturaleza y la buena compañía.
En el terreno político, Jaime no tuvo el camino más fácil. Enfrentó acusaciones que nunca fueron aclaradas, pero su temple y su dignidad le permitieron sobreponerse. De aquel episodio oscuro emergió más fuerte, reinventándose como empresario en el sector de los servicios públicos, y luego como gestor de proyectos agroindustriales de gran impacto para Córdoba. Fue uno de los impulsores de la extractora del sinú SAS, primera zona franca permanente especial agroindustrial de Córdoba, gracias al apoyo de grupo Dabbon, Jaime Lara Arjona, David de la Rosa , Nicolás Barguil, Juan David Posada y otros palmicultores de aceite de palma, próxima a operar en el municipio de Lorica, con una capacidad inicial de procesamiento de 20.000 toneladas de fruta, con la posibilidad de duplicarse en la medida que el cultivo se expanda. Un proyecto que no solo habla de su visión, sino de su compromiso con el desarrollo de la región.
La familia era el eje de su vida. Sus hijos, fruto de dos matrimonios, eran su mayor orgullo. A todos los llevaba consigo, con la ternura que se reserva para lo más sagrado. Esteban , Natalia, Jaime David , Juan Sebastián , María José y María Juliana ocupaban un lugar privilegiado en su corazón.
Tuve acceso a las palabras que algunos de ellos pronunciaron durante la eucaristía. Fueron intervenciones sentidas, que confirmaron lo que todos sabíamos: que su padre era un hombre excepcional. Hablaron de su calidez, su generosidad, su espíritu servicial. De su inmenso sentido humano. De su capacidad para escuchar y tender la mano, incluso a quienes apenas conocía. Dijeron —y con razón— que fue un hombre que buscó siempre la paz, no solo para sí mismo, sino para quienes lo rodeaban.
Esa misma opinión la he escuchado repetidas veces en Montería y en todo Córdoba, cada vez que su nombre ha sido recordado. Jaime Lara Arjona dejó una estela luminosa de afecto y admiración en todos quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y compartir con él.
Su legado permanece, no en monumentos, sino en los recuerdos vivos, en las obras que emprendió y en la nobleza de su ejemplo.