Por: Fernando Álvarez
El momento no puede ser peor para la izquierda en Colombia. Quienes alguna vez soñaron románticamente con que la llegada al poder de Gustavo Petro permitiría impulsar la búsqueda de un mundo mejor, donde la explotación del hombre por el hombre se acabaría y el campesinado y proletariado colombiano encontrarían el sendero de la justicia social y se cerraría la brecha económica entre ricos y pobres, hoy tienen que reconocer que su apuesta fracasó. Aquellos que a pesar de los espejos de Cuba, Nicaragua y Venezuela pensaron que Colombia sí haría la revolución social, hoy sienten que la ilusión se desvanece melancólicamente. Y los filocomunistas o neosocialistas que ignoraron la trágica historia de los países de la cortina de hierro del siglo pasado hoy ven como se derrumban estrepitosamente sus muros ideológicos. Ya los artistas, intelectuales y demócratas que se colgaron al avión cayendo ante la decepción con la clase política tradicional no solo no saben donde meter la cabeza de vergüenza, sino que ya no tienen cómo más lamentar esta equivocación.
Hoy para desilusión de no pocos reformistas, desazón de muchos bienintencionados y frustración de algunos extremistas el presidente Petro se irá con el rabo entre las piernas. No hizo la revolución ni consiguió poner a andar ninguna transformación social, pero lo que sí generó fue el contraataque que inevitablemente producirá el triunfo de la derecha. Durante mucho tiempo a los colombianos no se les volverá a ocurrir apostarle a un proyecto aventurero como el que termina, con más pena que gloria, y que bien se pudiera describir sin margen de error como un experimento suicida en materia de salud, anarquista en asuntos de recursos naturales y nihilista en temas de ética de lo público. Un gobierno que cambió el hambre por el hambre con rencor, la desigualdad por la igualdad por lo bajo, la búsqueda de oportunidades por el rebusque de oportunistas reencauchados y que si bien neutralizó en algo la corrupción de derecha logró fomentar la más hedionda corrupción de izquierda.
Petro nunca se dedicó a gobernar con un criterio reformista, que era lo que mandaba un proyecto realmente progresista como el que algunos demócratas soñaban, porque prefirió asumir una actitud pendenciera y revanchista. Su belicismo heredado de sus épocas guerrilleristas, sus sueños de líder continental y su angustia por pasar a la historia al lado del “Che” Guevara y Fidel Castro lo colocaron en permanente estado belicoso contra los ricos y la clase empresarial para alborotar las emociones de una tribuna popular cargada de resentimientos, venganzas y visiones maniqueas. Su incapacidad personal para ejecutar la sustituyó por su morbosa ansiedad agitacional. Su ego mezclado con su irresponsabilidad conceptual, más su pretensión de posar de intelectual ambientalista lo llevaron a construir discursos plagados de sandeces casi cantinflescas que solo aplaudían los mas ignorantes de sus seguidores.
Por estar pensando desde el día 1 en lo que pasaría el 7 de agosto del 2026 Petro se olvidó de gobernar. Por pensar más en atizar el odio de clase para construir una fuerza reactiva de barras bravas en estado preinsurreccional, dejó de lado la posibilidad de lograr consensos y concertar reformas que le hubieran permitido avanzar con logros en bienestar general para la población, con acogida popular, que de seguro le habrían garantizado mucho más un escenario digno de prefabricar decorosamente su heredero. Su desgaste para acabar con su enemigo natural, el expresidente Alvaro Uribe, lo llevó a desperdiciar la ocasión de haber impulsado un pacto social que impidiera la polarización y permitiera encontrar lugares comunes con la oposición, con lo que hubiera generado condiciones para que en franca lid le apostara a dejar un legado de progreso y con hechos habría legitimado su sucesor con perpectiva reformista.
Pero todo eso era como pedirle peras a un olmo, como decía mi mamá. Petro no pensaba en Colombia ni en los colombianos, piensa en él. Por eso hoy que el expresidente Alvaro Uribe acaba de ser declarado inocente y que se demuestra que el juicio en su contra ha sido un burdo montaje, así pueda resultar culpable de otras cosas, se desvanece la idea de que la izquierda repita en el gobierno. Su principal artillero, el senador Iván Cepeda, quien había montado su candidatura para continuar el proyecto petrista a partir del fallo amañado de una juez libreteada por el ministro de justicia, que funge como supuesta victima del expresidente, verá irremediablemente caer sus acciones en la puja electoral. Los errores cometidos por la avaricia del poder de varios de los alfiles de Petro tienen al bode del colapso una consulta partidista que esta más herida por el fuego amigo que por la inercia de la oposición. Hoy la consulta del Pacto Histórico para escoger su candidato está perrateada, para usar el lenguaje de Abelardo de la Espriella, y todo indica que no despierta el más mínimo entusiasmo.
Con el gris de este panorama y a escasos 7 meses de la batalla electoral Petro tiene dos caminos. Insistir en generar el caos interno recurriendo a los grupos armados, los de supuesta izquierda, los de supuesta derecha, los lumpen, los narcos y los que más se puedan convertir en milicianos, vándalos, primeras líneas o indígenas anarquizados, para terminar por decretar la conmoción interior. Otra variable de esta opción es inventarse la forma de promover el poder constituyente que más allá de que lo logre pondrá en calzas prietas las elecciones. El hecho es intentará impedir las elecciones y tratar de quedarse hasta que San Juan agache el dedo, jugar al “Petro se queda”, que marcó su estancia en la alcaldía de Bogotá con movilizaciones permanentes y un ambiente insurreccional per se. La otra salida es apoyar a Sergio Fajardo para que pase a segunda vuelta a partir de reconocer que se ha equivocado, que la izquierda no repite y que el centro tendría posibilidades de llegar. Así la final seria entre el centro y la derecha.
Algo como lo que debió hacer 8 años en lugar de atravesársele a Fajardo y de seguro hoy otro gallo cantaría para las fuerzas de centro. Pero como esta última opción requeriría nobleza, humildad, contrición de corazón y propósito de enmienda, eso no va a pasar. Petro actuará como los ladrones más lumpenizados que cuando no se pueden robar algo lo destruyen. Entonces, la tercera opción sería jugar limpio y aceptar la muenda que le darán en las urnas los uribistas. El Centro Democrático renace hoy con el fallo que deja al expresidente Alvaro Uribe en libertad y fuera de toda culpa, se fortalecerá a partir de un fallo jurídico en un juicio político. Su consulta interna llegará con un segundo aire y la senadora María Fernanda Cabal se llevará las palmas. El partido en pleno le brindará con entusiasmo su respaldo porque en cierta forma muchos miembros del Centro Democrático consideran que es lo justo con una batalladora, disciplinada que ha enfrentado el petrismo con coraje y sin bajar ni un minuto la guardia.
Paloma Valencia y Paola Holguín serán sus jefes de campaña y Miguel Uribe, el padre del senador asesinado, le entregará la posta. Andrés Guerra se pondrá las botas y el partido revivirá con la fuerza de un león herido. Fortalecido, además, quedará el Tigre Abelardo de la Espriella, a quien Donald Trump, parece haberle copiado su frase de campaña según la cual Petro es el jefe de la mafia y quien ha defendido a Uribe como un tigre desde siempre. Y Fortalecida queda Vicky Dávila, que ha sido férrea defensora de Uribe e implacable denunciante de la corrupción petrista. En ese escenario uribista vendrá la capacidad de convencer al centro y al centro derecha para que, sí es que hay elecciones, se fajen los candidatos a sacar lo mejor de sí para que se logre hacer un acuerdo que les permita ganar en primera vuelta.




