Por: TC (r) Gustavo Roa C
“La sociedad colombiana está en el centro de las irresponsables provocaciones de Petro a los Estados Unidos. Las consecuencias no las sentirá él, ni su grupo de poder; las padeceremos los ciudadanos de la clase media, trabajadora, productiva y popular. Petro busca la desestabilización nacional para cumplir un siniestro plan ideológico, donde el hambre, la miseria y el narcotráfico sean los pilares de una cruel gobernanza.”G.R.C.
Colombia atraviesa uno de los momentos más delicados de su historia reciente. La tensión diplomática entre Gustavo Petro y Estados Unidos, exacerbada por sus discursos y provocaciones públicas dentro y fuera del país, ha generado una incertidumbre sin precedentes. El choque con Donald Trump —expresado en declaraciones directas, acusaciones y confrontaciones— no es un episodio menor: sus efectos recaerán sobre el ciudadano común, no sobre los círculos de poder.
Para muchos colombianos es evidente que el discurso de Petro no responde a simples impulsos individuales, sino a una estrategia alineada con la izquierda radical latinoamericana. Esta narrativa busca enemistar a los pueblos con Estados Unidos, debilitando la cooperación histórica y empujando a países como Colombia hacia modelos autoritarios de dependencia política y económica con regímenes como Cuba, Venezuela, Rusia o China.
El resultado previsible es el deterioro económico, el aumento del desempleo y la pérdida de inversión extranjera. Así ha ocurrido en otras naciones donde proyectos “progresistas” terminaron convirtiéndose en dictaduras disfrazadas, consolidando élites de poder mientras empobrecen a sus pueblos.
Quienes hemos servido a Colombia en las Fuerzas Militares conocemos de cerca el daño causado por grupos narcoterroristas. Vimos caer compañeros, campesinos asesinados y niños reclutados como carne de cañón o esclavos sexuales. Hoy resulta indignante que un presidente de Colombia sea señalado
internacionalmente por posibles vínculos con estructuras criminales. Donald Trump, con acceso a inteligencia global y respaldo institucional, no hizo una acusación ligera al calificar a Petro como un “anti-líder” relacionado con el narcotráfico, en la misma línea de otros gobernantes como Maduro, Lula o los Kirchner.
Este señalamiento tiene consecuencias profundas. Colombia ha sido aliada estratégica de Estados Unidos durante décadas en la lucha contra el narcotráfico. Miles de soldados, policías y ciudadanos han dado su vida en esa guerra. Por ello, que el actual gobierno quede bajo sospecha compromete no solo la institucionalidad, sino la credibilidad internacional del país.
Las medidas que Estados Unidos pueda tomar impactarían directamente la economía nacional. El 92 % del empleo en Colombia depende del aparato productivo privado, que a su vez sostiene más del 68 % de sus operaciones comerciales y tecnológicas con Norteamérica. Una ruptura o degradación de la relación bilateral afectaría exportaciones,
inversiones, intercambio tecnológico y cooperación en seguridad.
También las Fuerzas Militares y de Policía sufrirían recortes en inteligencia, interdicción, capacitación, armamento y mantenimiento. La moral institucional se vería golpeada de manera grave. Para muchos colombianos, este choque diplomático no es casual, sino una búsqueda deliberada de confrontación como parte de una agenda populista que pretende victimizarse ante el “imperio” y justificar medidas autoritarias internas.
Resulta alarmante que Petro haya llegado al punto de provocar a Trump incluso en suelo norteamericano, e incitar, directa o indirectamente, a la insubordinación de las fuerzas militares estadounidenses. Ese tipo de comportamientos no solo compromete la imagen del país, sino que puede desencadenar sanciones políticas, comerciales y estratégicas que recaerán sobre la población.
Frente a este panorama, las nuevas generaciones nos exigirán cuentas por nuestra pasividad o silencio. Sería imperdonable permitir que la diplomacia colombiana se hunda por caprichos ideológicos o cálculos de poder. No podemos convertirnos en una sociedad cómplice por omisión ante la corrupción, el crimen y la destrucción institucional.
Colombia necesita claridad sobre las acusaciones hechas por Trump. Estados Unidos cuenta con herramientas de inteligencia humana, tecnológica, satelital y digital para verificar cualquier vínculo con redes criminales. Si estas denuncias tienen sustento, el país debe conocerlo y actuar. Ocultarlo o negarlo solo agravaría la crisis.
Hoy, millones de ciudadanos perciben que el crimen organizado campea sin control y que algunos de sus exponentes han penetrado estructuras estatales. La sensación de indefensión aumenta mientras las instituciones se debilitan y la confrontación internacional se agudiza.
Petro actúa con un fanatismo que raya en la obsesión. Su actitud parece guiada por el resentimiento hacia sectores sociales que no le son afines. No ha hecho uso responsable de los canales diplomáticos, sino que ha adoptado un estilo pendenciero y visceral, similar a las peleas de plaza pública.
Colombia merece retomar el rumbo. Necesita estabilidad, respeto institucional y relaciones maduras con sus aliados históricos. No podemos permitir que el país se hunda por decisiones temerarias o agendas ideológicas ajenas al interés nacional. Lo que hoy está en riesgo no es un gobierno: es la institucionalidad, la economía, la seguridad y el futuro de millones de familias.
Ojalá este episodio sirva para despertar conciencias y evitar que el destino de Colombia quede sometido a la deriva diplomática y el desvarío personal de un dirigente que no representa la voluntad ni los valores de la Nación.




