Por: Rafael Nieto Loaiza
No hay duda de que el Covid19 es muy agresivo con los adultos mayores y, en cambio, es mucho más benévolo en jóvenes y niños. Miremos los números. De los 182.140 contagios confirmados al viernes pasado, el 7.9% eran adultos entre los 60 y 69 años y el 6,9% eran mayores de 70. Sin embargo, de los 6.288 fallecidos que se atribuyen al virus, 1.149, el 18,3%, tenían entre 60 y 69 años, y 3.151, el 50,1%, tenían más de 70. Es decir, aunque los contagiados mayores de 60 son solo el 14,8% de los confirmados, acumulan casi el 69% de los muertos. En cambio, aunque los niños y jóvenes menores de 19 años son el 10,5% de los contagiados, solo 20 de ellos han muerto, el 0,3% de todos los fallecidos. Los muchachos entre 20 y 29 años son el 22% de todos los contagios confirmados y de ellos han fallecido 83, el 1,3%. En resumen, los menores de 30 años son el 33.5% de los infectados comprobados y suman el 1,6% de quienes murieron.
Sin embargo, con el propósito de evitar que niños y jóvenes contagien a los mayores, el Gobierno suspendió las clases presenciales y si bien ha abierto, por cierto con muchas dificultades, algunos sectores productivos, no hay fecha de regreso para preescolares, colegios y universidades.
Como consecuencia, el sistema educativo tuvo como única alternativa acudir a tecnologías de información y comunicación remotas para intentar paliar que niños y jóvenes no vayan a las escuelas y universidades. Es lo que se ha denominado «educación virtual».
El término es equívoco. Incluso errado. Una cosa es educar y otra muy distinta es instruir. La instrucción procura la transmisión de conocimientos y la adquisición de competencias cognitivas. La educación, en cambio, busca formar el “ser”, entregar herramientas para el desarrollo de personas dignas e íntegras. Para educar no basta con desarrollar la inteligencia y el saber, sino que es necesario formar personas emocionalmente equilibradas, independientes, cultas, con valores, responsables. Y por ello capaces de contribuir a las sociedades en las que viven. La instrucción escolariza, la educación humaniza.
El uso de tecnologías de información y comunicación remotas puede contribuir a instruir, pero no puede reemplazar la actividad presencial que se necesita para educar.
Por eso, entre otras razones, los resultados e impactos de la educación virtual son muy distintos para preescolares, educación básica y media, y terciaria. Las universidades, incluyendo aquellas que no tenía cursos virtuales o tenían muy pocos, se volcaron a ofrecer alternativas a distancia, con disímiles resultados. Algunas simplemente se limitaron a impartir las típicas clases magistrales de manera remota, enviar lecturas y poner tareas, sin aprovechar las ventajas que pueden obtenerse con los llamados objetos virtuales de aprendizaje. Más complicado la tienen los institutos de formación técnica, porque muchos de ellos necesitan del ejercicio práctico para la transmisión adecuada del conocimiento. Pero todos, universidades e institutos técnicos y tecnológicos, cuentan con la ventaja de que ellos no tienen educar, en el sentido más pleno, como su fin primordial.
Ese en en cambio, o debiera ser, el objetivo fundamental de los sistemas de preescolar, básica y media. En estos niveles el proceso educativo no puede limitarse a la adquisición de saberes y de competencias cognitivas. En ellos, la construcción de capacidades emocionales y el aprendizaje de valores son las claves. Y para eso es indispensable la convivencia, el intercambio con los compañeros, familias y maestros, el juego, la vida en comunidad. Solo así, además, es posible aprender a autocontrolarse y comunicarse asertivamente, a colaborar y trabajar en equipo, a deliberar y tomar decisiones, a construir reglas y respetarlas, a reconocer la diversidad y participar en los procesos democráticos.
Sí, no hay duda, el desarrollo de tecnologías de información y comunicación y su uso remoto permiten paliar en algo los problemas que se ocasionan por la prohibición de las actividades presenciales en colegios y universidades. Además, si se tuvieran y se usaran adecuadamente, si se aprovechara todo su potencial, las nuevas tecnologías y los programas de inteligencia artificial, que combinan diversas disciplinas, videojuegos, imágenes, sonido, simulaciones y permiten ejercicios interactivos, serían muy útiles para hacer más efectivos los procesos de instrucción. Y no solo en esta coyuntura.
Pero no los tenemos y, cuando los hay, los maestros, en su inmensa mayoría, no están capacitados para hacer uso de ellos. Para rematar, solo el 53% de los hogares en Colombia tiene conexión a internet (en las zonas rurales es peor: el 84% no lo tiene). Es decir, solo una de dos familias tiene internet y, por tanto, por lo menos la mitad está por fuera de la «educación virtual”. Digo por lo menos porque en muchas de las que sí tienen internet solo puede usarlo el padre o la madre, que deben trabajar a distancia, o no tienen suficientes equipos para acceder, o simplemente su escuela no tiene capacidad para impartir «educación virtual”.
Para decirlo con todas las letras: la prohibición para que niños y jóvenes vayan al colegio y la universidad ahonda, y de manera muy grave, la desigualdad de nuestro sistema educativo. Y profundiza su déficit de calidad.