Por: Leandro Ramos
El malestar de varios congresistas con los resultados del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) debería compartirlo todo el país. El propósito de este ministerio debería ser fundar las estructuras duraderas de una economía nacional de talla mundial; instaurar que los procesos de transformación estatal, social y medio ambiental se soporten en evidencias; y madurar grandes referentes educativos y cívicos en torno a la razón, la libertad y el bien común. Nada de eso está ocurriendo.
La ministra y sus viceministros están sin duda manejando Colciencias bajo una nueva denominación. Desde el comienzo del nuevo gobierno, fue evidente que la oferta de este equipo no iría más allá de continuar con la administración de recursos para una larga lista de “actividades” y “programas” heredados de poca trascendencia.
A la lista agregaron este año la financiación de proyectos relacionados con la “pandemia”. Ojalá estas últimas investigaciones culminen satisfactoriamente y hagan aportes al acervo de conocimientos y técnicas. Pero su convocatoria desestructurada nunca atendió el riesgo obvio de redundancia, dado que las grandes potencias de investigación científica están haciendo lo mismo y superarán con creces los resultados locales. Una convocatoria sin ton ni son a la que llamaron “mincienciatón”.
Conclusión, tenemos dos años más con miles de millones de pesos asignados a decenas y decenas de micro o meso proyectos de todo tipo, incluyendo la financiación de doctorados. Imposibles de articular o escalar, ajenos a programas nacionales de investigación o innovación bien concebidos, sin alcance ni impacto previsible. Como siempre.
Mientras tanto, el país sigue a esta altura sin una política gubernamental de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI); al fin y al cabo, solo el tiempo permitiría construir una política “pública”, de Estado. No existe ese documento rector que, empujado por un tipo de liderazgo muy especial, fija los puntos de llegada claros y acotados a los que aspira llegar el país en la materia, esa formulación contagiosa para los especialistas y la población en general sobre lo que haremos concretamente en ciencias básicas, ciencias aplicadas e Investigación & Desarrollo. De ahí que la reciente publicación de Minciencias de un documento desorganizado y enredado sobre: “Lineamientos para una Política Nacional de Apropiación Social del Conocimiento” no le provoque a nadie “apropiárselo”.
Lo inaudito es que la tarea de formular la política quedó bastante adelantada gracias al informe de la nueva Misión de sabios. Restaba seleccionar de allí las “apuestas” en CTI con mayores probabilidades de realización y cambiar la estructura de funcionamiento de cuerpos administrativos, fondos y “sistemas” (entiéndase por estos últimos, innumerables reuniones de “todos los actores” en las cuales no se toma ninguna decisión ni se evalúa ninguna realización). La separación de Minciencias de la administración de los fondos para organizarlos en una agencia de Estado, como lo recomendaron los sabios, es tan esencial como difícil para quienes encuentran que lo más atractivo políticamente, abre todas las puertas y obtiene venias por doquier es “manejar presupuesto”.
En efecto, se requiere un ministerio que comunique al país que se producirá ciencia de primer nivel en áreas concretas de la física de partículas, de la bioquímica y la química orgánica, y de la biología, por ejemplo; las cuales a su vez estarán ligadas a una investigación en ecosistemas y biodiversidad, ciencias de la salud para ciertas enfermedades, ciencias del mar y nuevos materiales. Todo lo cual podría generar el nacimiento o revitalización de industrias farmacéuticas, atención de vanguardia en salud, producción de materiales avanzados para múltiples sectores y desarrollo de astilleros y otras tecnologías marítimas.
En cualquier caso, la política de CTI debe encauzarse de manera consistente con las condiciones de nuestra economía, ligada a la explotación y refinación de hidrocarburos, y a la producción agropecuaria; asentada además sobre un potencial infinito de recursos biológicos e hidrobiológicos. Pare de contar. Las demás inversiones serían periféricas y a la espera de que sus resultados prometedores las hagan entrar en las grandes ligas.
En el caso de las ciencias sociales, los mismos recursos públicos que se desperdician en “arquitecturas de gestión” y otras modas inútiles, bien podrían redirigirse a la financiación de grandes proyectos en sostenibilidad, criminología o neurocognición. Sus resultados servirían simultáneamente a varias entidades públicas y a sus procesos de interacción de autoridad o servicio hacia el ciudadano.
Minciencias no puede quedarse entregando recursos públicos a todo el espectro CTI. Sin norte y sin criterio. Incluyendo a todo lo que se enmascara como tal. El presidente está a tiempo de detener una nueva frustración para el país y la comunidad científica, de ingenieros y de innovadores dispuestos a alistarse en grandes proyectos.
La persistencia de la actual situación solo asegurará nuestro sempiterno rezago respecto a la frontera CTI y permanecer atascados en economías de bajos valores agregados o que a duras penas consiguen seguirle el paso a los estándares internacionales. En CTI, es preferible participar y ganarse medallas en dos o tres disciplinas que inscribirse en todos los deportes pero nunca ganar en ninguno.
Digresión. Como por fortuna parece ser, el próximo 27 de agosto será elegida la nueva Procuradora General de la Nación, lo que le permitirá contar con cerca de cinco meses para preparar los cambios urgentes y profundos que requiere esa entidad.