Por: Fernando Álvarez
Hace algunos años dejé de ser suscriptor de la revista Semana. Me dolía cómo lentamente el otrora medio de comunicación más importante de Colombia, por su independencia, su capacidad investigativa y su persistente búsqueda de la verdad y el equilibrio informativo, habían entrado en franca decadencia y poco a poco la revista se convertía en una especie de trinchera mediática de la izquierda o un medio ingenuamente conciliador con la extrema izquierda y complaciente con los más crueles criminales de lesa humanidad que ha brotado país. Aunque mantenía su constante tarea de respirarle en la nuca a los políticos corruptos se desdibujaba cuando los temas terminaban manipulados por quienes de una u otra manera entraban en la onda del antiuribismo. Semana entonces era un medio en el que la verdad no era lo importante y la objetividad no existía como valor sagrado para sus periodistas. Lo clave era que fueran enemigos o contradictores del expresidente Alvaro Uribe Vélez, que para bien o para mal se había convertido en el fenómeno político de las últimas dos décadas en Colombia.
Me dolía porque pertenecí a ese grupo editorial durante su primera década y había participado de lo que fue el buen juicio periodístico, la imparcialidad en la información y sobre todo la agudeza para ir más allá de lo que decía el común de la gente. Me sentía orgulloso de formar parte del equipo de periodistas que querían siempre encontrar el gato encerrado y develar las ventanillas siniestras por donde se filtraba la información o por donde se pretendía generar la desinformación. Semana producía tal calidad de artículos que no era difícil encontrar personas en algún rincón del planeta que prácticamente recitaban textualmente párrafos de algún articulo. La revista era escrita con gracia y elaborada con amor, aunque había temas que producían tensión que a su vez provocaban las ganas de seguir con más tesón. Viví la pasión por la verdad y me entristecía que ahora se había dado paso al gusto por la suspicacia, la inclinación por la especulación y el culto al silogismo simplista, que a la postre gestaba el reino de la subjetividad. Ya no se hacía periodismo de campo, sino que ahora tenía el arte de halar expedientes y producir titulares amarillistas, que obtenían taquilla, ahora el nombre del juego.
Era vulgar su alineación con el llamado proceso de paz porque nunca fue genuina. Confluían intereses, aún no muy claros, del expresidente Juan Manuel Santos a través de su sobrino el director de la revista, Alejandro Santos, con los celos de la aristocracia bogotana encarnada en Felipe López Caballero, más los temores de la clase política tradicional porque de un plumazo Uribe les había arrancado el control total del poder en el país. Eso que se ha dado en llamar “El Establecimiento“ nunca se pudo tragar el sapo de que un provinciano paisa hubiera logrado lo que ni siquiera pudo conseguir Alfonso López Michelsen, padre de Felipe López, con sobrados méritos académicos, incomparable abolengo político y el apoyo total de la institucionalidad, porque se le había atravesado otro provinciano paisa llamado Belisario Betancur, en el camino a la reelección presidencial que intentó en 1982.
Semana había nacido en la década de los 80 con veleidades con la izquierda democrática, que de cierta forma eran justificables. Los progresistas del momento representaban una perspectiva socialdemócrata y estaban conectados con una tecnoburocracia que buscaba el equilibrio social y la alternatividad política. Hacían parte de una clase política que aún mantenía el espíritu de servicio público y cada vez más se enfrentaba a esa nueva casta emergente que asumía este oficio como un negocio y que recurría cada vez más a la senda de la corrupción. Semana fue determinante en las denuncias sobre el narcotráfico, el paramilitarismo y la narcoguerrilla en su primera década, pero perdió el rumbo cuando se emparentó en su segunda década con la nueva clase política que surgió a raíz del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán, a manos de la mafia. La revista se volvió casi el órgano oficial del expresidente César Gaviria, quien llegó al poder como por arte de mafia y se montó una elite de nuevos poderosos que poco tenían que envidiar a los nuevos ricos emanados del narcotráfico y supo ser zalamero y darle contentillo a la aristocracia criolla. Semana fue a su vez el medio que mejor enfrentó la peor crisis institucional que haya vivido el país, caracterizada por el famoso Proceso 8.000, cuando el Cartel de Cali aportó el dinero que llevó al poder al expresidente Ernesto Samper Pizano.
La revista años atrás había sobrevivido al virus del arribismo que le apareció con la llegada a la dirección de un extraño judío de nombre Isaac Lee, que se movía más en el mundo de los mercenarios israelís que en el ámbito periodístico. Pero por arte de birlibirloque terminó como director de Semana, lo que le costó un desagüe económico considerable a la empresa editorial gracias a la ostentosa vida de ejecutivo de multinacional que llevaba este estrafalario personaje, quien además le endosó a la revista al periodista Daniel Coronell Castañeda, porque reunía las tres condiciones para generar un nuevo rumbo en Semana. Era arribista, hasta el punto de que de la noche a la mañana se transformó en judío y para lo cual le agregó una L a su apellido, era antiuribista furibundo y mamerto por conveniencia. Y con la ayuda de Alejandro Santos en la dirección, casado con el Acuerdo de paz de La Habana, el cual a todas luces se había firmado en contra de la voluntad popular expresada en el plebiscito, se consolidó el cerco final a Semana que la llevó a ser casi el vocero oficial del gobierno de Juan Manuel Santos, lo cual le valió a la revista perder credibilidad y se le esfumaron miles de suscriptores que vertiginosamente perdieron sus afectos ganados en los lectores colombianos.
Pero como mi Dios es muy grande, vino el milagro que salvó a la revista de seguir el camino de Cambio y otras publicaciones con militancia periodística, al tiempo que salvaba a Felipe López de la quiebra. Los Gilinski, dueños del Banco de Colombia compraron la mayoría de las acciones de la revista y un joven de escasos 33 años llamado Gabriel Gilinski se puso al frente de la empresa editorialcon una visión moderna y un claro concepto de la eficiencia. Sin complejos de derecha decidió acabar con la cuachafita mamerta que le tenían montada Daniel Coronell, Daniel Samper Ospina, María Jimena Duzán, Vladdo y otros periodistas comprometidos con la causa del Socialismo del Siglo XXI. Se trajo a Vicky Dávila para que dirigiera la revista y le dio carta libre para que ejerciera el equilibrio informativo y retomara el camino de la investigación periodística que Semana había abandonado. El hijo del banquero Gabriel Gilinski resultó además un audaz emprendedor en el tema de las nuevas tecnologías y ha puesto a Semana a la vanguardia de los medios digitales. Su proyecto anuncia ser totalmente innovador y uno de los más prósperos en esta área de las comunicaciones.
Gilinski ha entrado con paso firme en los medios y parece haber llegado para quedarse. Y a diferencia de Santodomingo o Sarmiento Angulo, que son poderosos económicos que saben que acrecientan su fortaleza al ingresar al cuarto poder, Gabriel Gilinski se ha metido en este mundo con el sueño de ser el más poderoso emprendedor en los medios digitales. Lo que ha hecho es apenas el comienzo y las sorpresas aún están por verse. Y aunque meterse de lleno y con seriedad en este emprendimiento le ha traído uno que otro detractor porque se le atribuye ser el causante de la desmamertización de Semana, Gilinski no es un hombre de derecha como lo quieren pintar la horda mamerta venida a menos. De hecho, hasta hace poco le criticaban otros a esta familia los apoyos que le habían dado al líder de la Colombia Humana, Gustavo Petro. Pero la realidad es que esos aportes ya son cosa del pasado para Gabriel Gilinski, quien hoy está convencido de que Petro representa una amenaza real para la libre empresa y la libertad.
Este viraje empresarial que ha devenido en giro ideológico ha hecho que mi alma haya recuperado la confianza en Semana, que ahora quiera que llegue el fin de semana para encontrar la información que marcará la agenda de la semana política o económica del país, que los domingos amanezca con la ilusión de toparme con una revelación periodística o una exclusiva investigativa. Hoy me vuelvo a suscribir a Semana porque Gilinski y Vicky me han reconciliado con que nadie es eterno en el mundo y que no hay mal que dure 100 años. Gracias joven emprendedor porque mi casa periodística volvió por sus fueros. Y a los mamertos tengo que decirles como dijo Facundo Cabral “yo no me fui, Ustedes se quedaron“.