El Partido Verde en Bucaramanga y Santander se ha especializado en la práctica de la doble moral, esa habilidad para exigir justicia solo cuando el caso no los involucra directamente.
Mientras celebran con entusiasmo la condena de Luis Francisco Bohórquez en el caso «Manantial de Amor», piden condecoraciones para el fiscal que lo llevó a juicio, como si de repente fueran los campeones de la ética.
Pero, curiosamente, sus voces se apagaron ante el escándalo de «Vitalogic», el oscuro caso de corrupción de su propio socio político, Rodolfo Hernández.
Es asombroso cómo se deshacen de su moralidad cuando la corrupción toca a su puerta. La indignación es selectiva: se rasgan las vestiduras cuando su enemigo político es señalado, pero guardan un silencio cómplice cuando la corrupción proviene de su propio círculo.
La lucha contra la corrupción no puede ser una herramienta para desgastar a los adversarios políticos mientras se tapa la podredumbre de los aliados.
Pero eso es exactamente lo que está haciendo el Partido Verde en Bucaramanga y Santander, una práctica de conveniencia que pone en evidencia que para ellos, la ética es negociable, y la justicia, un lujo que solo sirve cuando está alineada con sus intereses.
Es hora de que se entienda que la lucha contra la corrupción no debe tener excepciones ni colores, y que la verdadera justicia no se mide en función de a quién se persigue, sino de qué tan dispuestos estamos a enfrentarnos a todos los casos, sin importar el costo político.