Por: Argiro Castaño
Comencemos por decir que vengo de las épocas de los pies descalzos y no precisamente los de la canción de Shakira, los remiendos en los calzones y los piojos en la cabeza.
Vengo de las épocas de familias numerosas que crecimos en medio de enormes dificultades económicas y que gracias a eso siempre fuimos muy agradecidos con lo poco o lo mucho que se tenía.
Mi padre un aserrador de serrucho largo se partía la mula trabajando para llevar el sustento a su familia de 9 hijos, muchas veces solo tomando agua sal, agua panela o partiendo una arepa en 4 pedazos y la única proteína que comíamos era cuando nos mordíamos la lengua. Parece un poco exagerado hablar de una pobreza tan extrema pero a veces chicaneo porque éramos aún más pobres de lo que relato acá…
Mi padre hizo casi de todo en esta vida para sacarnos adelante; fue aserrador, quemador de carbón, trabajó en un trapiche, fue albañil, peluquero, sobaba huesos descompuestos y tuvo un grupo musical no muy famoso conformado por él, mi madre y su compadre Tulio Sepúlveda, de nombre “los alegres compadres” cuando algún desprevenido cliente los contrataba por primera y última vez para una tocata o serenata, aprovechaba esos centavos extras para llevar un kilo de carne pulpa para su casa y se volvía motivo de fiesta y regocijo los almuerzos con carne frita, arroz y papas machacadas. Es que ver carne en esos tiempos en mi casa era todo un acontecimiento y hacíamos un ritual al lado del fogón de leña para ver ese espectáculo cuando la carne caía al sartén con la manteca hirviendo y se iba dorando bajo la mirada ansiosa de toda la familia, ahora lamento no haber tenido redes sociales en esos tiempos para haberme hecho una selfie con un pedazo de carne en una mano y la arepa en la otra.
Teníamos varias primeras líneas… unos íbamos recoger leña, otros a traer agua de la cañada, otros juntábamos candela pa´ prender el fogón y otros más trabajaban con mi viejo.
“recuerdo q en mi niñez con mi viejo trabajaba y él a la vez me enseñaba cuanto valía la honradez” – La loma del tamarindo, gran combo de Puerto Rico.
Desde muy pequeños nos inculcaban el amor por el trabajo y el respeto por padre y madre.
Cargar leña pal fogón fue mi primer empleo no remunerado a la edad de 5 años y se hacía sin mucha protesta y sin pensar que nos estaban maltratando. No teníamos traídos del Niño Dios porque mis padres aún no lo habían dejado entrar a la casa, entonces como no lo conocíamos no nos hacía falta. Andábamos descalzos con los pantalones llenos de remiendos y nos servía por correa una cabuya porque lo importante era tener los calzones bien amarrados!
Nuestros pies de tanto caminar descalzos formaban una capa de piel como de 3 cms (cayo) podíamos patíar una piedra sin sacarnos siquiera un moretón, cuando íbamos por leña al monte pisábamos tunas y rastrojos como si lleváramos puestas unas botas de campaña, no en vano nos ganamos el nombre de los “pati anchos”.
Vivíamos felices a pata limpia y la verdad nos sentíamos mejor sin zapatos, nos compraban los primeros pa´ la primera comunión y desde ahí fue cuando yo los comencé a usar.
Comencé mis estudios a la edad de 8 años y a los 10 estaba haciendo la primera comunión, ya mi padre tenía la carpintería y la situación económica de la familia había mejorado un poco, nos podíamos dar ciertos lujos. viajé con mi madre a Medellín por primera vez a comprar mis zapatos para la ocasión, bonitos zapatos mocasines de color verde me compró mi vieja, en un lindo almacén de Junín con carabobo, tal vez esa dirección nos estaba dando un mensaje porque nos vieron la cara de bobos por el relato que vendrá más adelante.
Ese día fue especial para mí! fuera de zapatos nuevos y cachaco había ido a Medellín por primera vez.
Me contrataron taxi, así como lo oyen: TAXI!
El hermoso taxi cole pato modelo 60 de don José Dolores único taxi que había en mi pueblo, después llegaron los taxis de Don Alejandro y luego el casi eterno simca de don Ernesto Ramirez, nunca supe por que al buen don José le tenían el apodo de “dolores” un hombre tranquilo que se sentaba los días enteros en el hermoso patio de su enorme casa colonial a leer el Colombiano, hasta los avisos clasificados se leía. Nunca gastó afán para nada en esta vida y se murió cuando le dio la gana casi a la edad de 100 años.
Llegó el día y don José llegó puntual en esa hermosa y brillante lancha de color verde como mis zapatos. Me monté orgulloso y me pedí la ventanilla, me sentía Abelardo De La Espriella y casi pido música italiana y una copa de vino con tabla de finos quesos para el despegue…
Arrancamos del sector la fe al Retiro y yo sacaba pecho mientras miraba hacia abajo con orgullo mis hermosos zapatos mocasines verdes, el moño en el pescuezo me apretaba y me sentía todo un Julio César turbay, miraba el paisaje desde mi privilegiado puesto de la ventanilla y don José Dolores iba tan despacio que casi me bajo a coger guayabas o mortiños (ahora agrás).
Cuando por fin llegamos al atrio de la iglesia estaba toda la primera línea de niños y niñas que íbamos hacer la primera comunión y empezó el solemne desfile por las calles del pueblo.
Después de la misa nos fuimos a la casa y había sudado de gallina sarabiada con yuca, papa y arroz. Los enormes costillales sobresalían de las bandejas y los pescuezos rellenos con sangre, papa y arroz eran dignos de fotos que se hubieran vuelto vírales subiéndolos a Instagram en estos tiempos.
Al verse la cabeza de la inerte gallina con los ojos cerrados y el pico abierto, eso era una poesía y un plato que envidiaría hoy en día el mismísimo Abelardo De la Espriella.
Plata si hay! me dije a partir de ese día mientras miraba el camión de plástico con vaquitas en la parte de atrás que me habían comprado de regalo mis padres. Ese día y tal vez en ese momento me volví terrateniente o ganadero… tal vez por eso me dicen ahora en Twitter “Argiro paraco el pueblo está verraco” con semejante derroche y exhibición de Plata desde tan pequeñito.
El lunes madrugué para irme a la escuela y mientras metía en mi taleguera mi termo con agua panela y la coca con arroz y papas, le dije a mi madre que si me podía poner mis zapatos nuevos, a lo cual ella respondió sin ningún problema: hágale mijo! pero cuidado los pela. me fui orgulloso en el camión escalera poniendo mucho cuidado de no ir a pelar mis hermosos mocasines verdes, estudié normal todo ese día y fui objeto de algunas burlas de mis compañeros que me hacían chanzas al verme con tan hermosos zapatos, “eso es que tienen envidia estos malparidos” me decía, y no les paraba bolas.
Salí tipo 4 de la tarde de clases ese día y estaba cayendo un enorme aguacero, cuando escampó bajaban hermosos ríos de agua calle abajo y como todo niño olvidé las recomendaciones de mi madre… de un solo brinco salté a media calle a jugar con los arroyos.
Feliz brincaba entre los charcos y pateaba el agua sin percatarme que tenía mis hermosos mocasines puestos, solo hasta que sentí que mis pies estaban livianos y vi que los zapatos se deshacían delante mis ojos… que solo quedaban las suelas enteras que la corriente se iba llevando arroyo abajo… supe del problema tan ifueputa en el que estaba metido! corrí tras de las zuelas, las agarré para meterlas en mi taleguera y así tener algo para justificar ante mi madre mi osadía de meterme en los charcos con mis zapatos nuevos y que la pela no fuera muy violenta. Llegué donde mi madre con un miedo terrible y casi seguro de que ese día me pondría las piernas moradas de los juetazos que me daría con el zurriago de mi padre; le dije: mirá mamá como se volvieron mis zapatos nuevos!!! me miró sin mucho asombro y me dijo: como se veían de finos mijo! y para mi asombro no agarró el zurriago y no dijo nada más.
Aún me asalta la duda de si mi vieja sabía o no de la calidad de los zapatos y jamás supe cuánto pagó por ellos, esta viejita siempre fue muy negociante…
Moraleja: y si tus zapatos son de cartón no te preocupes por eso, es preferible unos zapatos de cartón para caminar tranquilo por la vida que unos de fino cuero Italiano sí son para patíar a tus semejantes.
Argiro.