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Los medios digitales auxilian la política legítima

por El Expediente
octubre 24, 2020
en Opinión
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Por: Leandro Ramos

Las descalificaciones dirigidas al flujo incesante de opiniones, datos y posiciones sobre política que se publican y circulan en las “redes sociales” son inútiles. Esta avalancha continuará, aumentará y ampliará sus audiencias. Los que se establecen como productores en estos medios digitales continuarán avanzando en su fortalecimiento técnico, aumentando sus fuentes de financiación y cualificando sus contenidos.

Portales web, blogs, micro blogs, video canales o pódcast, hace rato se consolidaron como medios masivos de comunicación. Como ocurre con cada reorganización de base tecnológica en el campo público informacional, será el mercado el que defina quiénes serán los sobrevivientes, hasta dónde llegará el nivel de su influencia o el alcance que tendrá su dominio en un segmento específico. En conjunto, llegaron no solo para quedarse sino para imponer otras reglas de juego.

El derribo de las barreras de acceso para convertirse en un productor de contenidos en plataformas digitales esconde de hecho la longitud y las dificultades del trayecto que tienen por delante estos periodistas-emprendedores. Sus audiencias, que se expresan como seguidores, reenvíos, los me gusta, tendencias, comentarios, etc.; son muy difíciles de ganar y conservar. Su medición es empero instantánea. Lo más desafiante: a la vista de todos. Las estadísticas específicas de tráfico están además disponibles.

En televisión, al contrario, se puede recibir a dedo, por ejemplo, la adjudicación de un canal o un noticiero; posar por largo tiempo como “independiente” o “profesional”; y mantener convencidos a los anunciantes de llegar a consumidores gracias a ratings aproximados, vagos y tardíos. Al final, siendo muy tarde, toda la estantería se cae.

Los consumidores digitales son esquivos, dispersos y exigentes a su modo. De ahí que sea común presenciar en estas aplicaciones a estrellas fugaces del análisis de coyuntura, del humor político, del pensamiento por escolios. Poseen una agudeza inicial, una gracia novedosa, un bagaje olvidado. Uno que otro es de izquierda. El lío es que puede que se agoten esas facultades o aburran rápidamente. Los que se sostienen por sí solos, a veces en esfuerzos colectivos bajo una unidad de criterios editoriales o ideológicos más o menos explícitos (“bodegas”), consiguen, al precio de un trabajo dedicado y constante, ofrecer el contenido que mejor se ajusta al medio y una resonancia fiel que empieza a marcar como auténtica influencia.

En materia periodística, las “nuevas” plataformas consiguen reactivar el conjunto de prácticas antes asociadas con la calidad, como la imparcialidad, la exhaustividad y el seguimiento. Puede que reportajes como los de Gabriel García Márquez, Germán Espinosa o Germán Castro Caycedo no vuelvan a aparecer ni consigan recuperar su anterior lugar preeminente. Pero el periodismo digital destaca por indagar extensamente, por ejemplo, en la información sobre contratación pública y en torno a la trayectoria personal y laboral de los políticos. El resultado es con frecuencia un contraste entre discurso y realidad ácido y revelador. Se consigue la objetivación del político dedicado a personalizar su función.

El que asegura ser el campeón de la transparencia, la meritocracia o los valores democráticos, estos medios lo descubren contratando o favoreciendo a sus patrocinadores, rodeándose de sus viejos amigos y familiares, y silenciando y persiguiendo a sus críticos y opositores. Los que coleccionan militancias o posiciones contradictorias durante su carrera política ya no pueden escapar a la publicación del algún tipo de registro audiovisual que pone a dudar a sus electores.

Las tácticas de la vieja política de ocultar, tergiversar o mentir aun ocupando altos cargos públicos ahora se desmontan con cinco trinos desde tres cuentas. Además, las contribuciones de la población a estas plataformas digitales de periodismo político no se enfrentan con los obstáculos gratuitos ni los espacios asfixiantes que los medios tradicionales abren para la “participación” de la “ciudadanía”.

Esta recuperación del develamiento sistemático del funcionamiento del poder, como lo hace notablemente El Expediente, es ahora prácticamente imposible encontrarlo en las anquilosadas referencias de los medios tradicionales, como las entrevistas a “voces autorizadas”, las réplicas simples de notas de prensa de entidades públicas, los “cubrimientos de eventos”, la recitación mecánica de declaraciones de fuentes de moda.

Aun así, continúa la minusvaloración a blogueros, tuiteros o yutuberos por parte de los medios tradicionales. Con mayor razón cuando son productores emergentes y nativos de estas redes sociales. Estas expresiones terminarán por agregarse a las anécdotas de grandes de una industria que luego desaparecen ante nuevas formas de producción y comercialización, dejando atrás toda una estela de declaraciones arrogantes.

A los medios tradicionales, las rutinas que les impone la tradición y el compincharse con el poder político les impidió darse cuenta que sus noticias, editoriales y columnistas consagrados perdían mercado y valoración. La crisis de la financiación privada que apenas aliviará temporalmente la pauta gubernamental continuará profundizando estos problemas. Poco les aporta su “conversión tecnológica”, que se percibe como una actualización ficticia, creando webs cargadas de anuncios, suscripciones y cuentas oficiales en todas las redes, donde se replican las mismas piezas de la fuente original.

El medio no es el mensaje, aunque no está exento de contribuirle. Si bien la prensa, la radio y la televisión no desaparecerán, es claro que apenas comienza en nuestro contexto el florecimiento de los medios digitales.

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