Por: Ricardo Angoso
Que los extranjeros, incluso los nacionalizados como es mi caso, no contamos en este país es una triste y patética realidad.
En un país en que, seguramente, hay más de tres millones de extranjeros viviendo, mayoritariamente venezolanos, resulta realmente chocante que no haya ningún candidato foráneo a ninguna de las instituciones políticas del país, tanto a nivel local, regional y central. Mas que chocante me atrevería a decir que hasta preocupante. ¿Tal es el nivel de inquina que tiene la sociedad colombiana hacia sus minorías? ¿Tan poco interés tienen los partidos políticos colombianos en recibir los votos de los extranjeros que votamos acá?
Mientras que en otros países del mundo se fomenta, apoya e incentiva la participación de los extranjeros en la vida política del país, tal como ocurre en Alemania, Estados Unidos, España y Francia, por citar solamente algunos ejemplos de países desarrollados, en Colombia la exclusión de los extranjeros en todas las instituciones es la tónica dominante, un asunto que me parece, a estas alturas de la película, desolador y que refleja el grado de aislamiento, en términos de comportamiento siguiendo los estándares internacionales, de la sociedad colombiana.
Refleja, además, que el país parece querer vivir de espaldas a una realidad social que está en nuestras calles, que se manifiesta a diario en los centros de trabajo, en los barrios humildes, en los semáforos y en cualquier esquina del país, y tratar de ocultarla, e incluso ignorarla como hacen todos los partidos políticos, equivale a querer vivir en una suerte de burbuja en donde no llegan las influencias externas ni querer entender lo que está pasando fuera de la misma. Colombia siempre vivió de espaldas a las corrientes migratorias que se daban en el continente, e incluso selló sus fronteras en numerosas ocasiones para evitar la entrada de extranjeros, pero ahora, con la llegada de millones de venezolanos, podría haber comenzado a cambiar e iniciar una nueva era, algo que, desgraciadamente, no ha ocurrido. Ni seguramente ocurrirá dada la atrofia congénita que sufre la élite política, social y económica colombiana, enferma crónica de sus complejos, estereotipos y absurdidades congénitas heredadas.
Aparte de estas consideraciones, que darían de por sí para un largo debate, resulta sorprendente, con lo que está pasando en nuestro entorno fronterizo, especialmente en el que compartimos con Venezuela, que ningún candidato ni partido haya hablado de la política migratoria a la hora de afrontar el caos que padecemos en la frontera colombo-venezolana, en la que miles de personas que huyen del oprobioso régimen narcocastrista de nuestro país vecino. Por no hablar, claramente, de las riadas humanas que cruzan nuestro país rumbo hacia los Estados Unidos, en este caso por la frontera con Panamá. Ese problema no existe, como diría el inefable y gran “estadista” Juan Manuel Santos.
La ausencia de ideas brillantes, iniciativas inteligentes, programas audaces y respuestas lógicas a nuestros problemas parecen ser, por desgracia para este país, la ola dominante de los candidatos presidenciales y también de los aspirantes a los cargos legislativos. Ningún partido político moderno en el mundo, bien sea de Europa u otras latitudes, de izquierdas o de derechas, carece de una política migratoria, tal como acontece en Colombia; los flujos migratorios se han convertido en uno de los mayores desafíos que enfrentan hoy en día casi todos los países del mundo, incluyendo a Colombia aunque su clase política lo ignore.
EL CASO DE LOS ESTADOS UNIDOS
Ahora, cuando ya están cerradas todas las listas y los aspirantes a cargos públicos comienzan el circo político-mediático para ser elegidos, es cuando he querido escribir estas líneas para dar fe de esta grave carencia de la sociedad colombiana, que parece querer encerrarse aferrada a sí misma y sin permitir que permeen las influencias externas, tan enriquecedoras como estimulantes, tan productivas para un país como efectivas en todos los ámbitos de la vida. La necesaria integración de los inmigrantes en la vida de un país está comprobado que ofrece más beneficios que perjuicios; el 37% de los Premios Nobel de medicina, química y física ganados por Estados Unidos en los últimos 20 años correspondieron a científicos inmigrantes formados fuera y dentro del país.
Si los Estados Unidos es la primera potencia del mundo es gracias a que construyó su identidad nacional, basada en el multiculturalismo y la riqueza multinacional, sobre sus inmigrantes, a los que supo integrar, darles una existencia digna, permitirles trabajar y abrir empresas y, sobre todo, forjar una sociedad libre y cosmopolita con oportunidades para todos y abierta a todas las influencias externas. Estados Unidos es el modelo, el paradigma a seguir en la estela correcta hacia el desarrollo, la prosperidad y el éxito como nación. Lo contrario, tal como nos ocurre, es la abyecta mediocridad en la vivimos, algunos sin saberlo.
Pero, a la vez que constato con tristeza esta exclusión de millones de migrantes en la vida política colombiana, la estrategia, en términos electorales, no puede ser menos inteligente y carente de sentido absolutamente. Miles de colombianos procedentes de Venezuela, incluyendo a sus hijos nacidos en este país, están regresando a su patria y votarán, o podrán votar mejor dicho, en las próximas elecciones y dejarlos fuera de juego, como se ha hecho, les invitará a abstenerse de un devenir político al que consideran ajeno y que les margina a ser unos parias en su propio país.
Los partidos políticos colombianos, junto con sus poco imaginativos candidatos presidenciales, parecen vivir en otra galaxia, en un mundo que no recoge las realidades cambiantes que implica la globalización, la ausencia de fronteras físicas y el intercambio de ideas y conceptos en un contexto volátil y supersónico en todos los ámbitos de la vida. Abstraerse a estas ideas, infundiendo a la vida política un ramplón nacionalismo cateto, arcaico, montañero y tercermundista, es negarse a aceptar la sociedad del siglo XXI y sus reglas basadas en la ya citada globalización imperante, aunque algunos todavía, desde sus polvorientas poltronas, sigan añorando el mundo de ayer y, quizá, una sociedad sin extranjeros ni inmigrantes. Pobres desgraciados, así estamos por ellos, anclados en una mediocridad rampante sin rumbo hacia ninguna parte ni ningún destino conocido. Mejor será irse a otra parte