Por: TC (r) Gustavo Roa
Los colombianos tenemos un problema común; poseemos una memoria inmediatista, acompañada de una visión estrecha, para reconocer, muchas veces y a regañadientes, los errores del pasado, cometidos por gobiernos conservadores, liberales y de coaliciones de izquierda. Pero de la misma forma, y de manera aún más grave, hemos olvidado con impresionante rapidez, a los protagonistas de épocas de violencia y terrorismo en todas sus formas, donde surgieron haciendo parte de movimientos armados, con ideologías nacidas en lo más profundo del comunismo continental. Gracias a la bondad del Estado, ese mismo “establecimiento” que combatieron por años con ferocidad y a la manipulación de una justicia permisiva, hecha a propósito y a la medida de sus exigencias, para satisfacer no solo los intereses de los integrantes de los grupos terroristas, sino también sombríos intereses económicos de políticos tradicionales. Hoy, increíblemente y bajo el asombro, de ecuánimes analistas sociopolíticos del mundo, los cabecillas de estos grupos, se han incorporado, por vía seudolegal, a la vida democrática, incluso llegando a los más altos cargos de la Nación, para dirigir a los colombianos, que nunca hemos traspasado la línea de la legalidad y hablarnos con cinismo y repugnante descaro, sobre transparencia, igualdad, justicia, libertad y desarrollo.
Esos antiguos terroristas, recientemente se han autodenominado como “progresistas”, (de la miseria), un llamativo adjetivo, que trata de borrar de tajo, la violencia histórica, con la cual le dieron vida a su sangrientos movimientos, y sembraron de terror y desolación los campos de Colombia. Ahora han tratado de sepultar lentamente los principios comunistas de Marx, y maquillan sus anacrónicos principios, con remozadas tendencias filosóficas kantianas.
Estos “extremistas de la sinrazón”, ven, pero no les importa, los graves hechos que cometen, como respuesta a su resentimiento, odio y venganza, alimentado hace años desde las madrigueras que utilizaban como escondites. Estás personas creen que la ideología y las engañosas coartadas de un cacareado “cambio”, les permite alardear que son los dueños absolutos de la verdad revelada, pisoteando la Constitución y la ley, a la cual se acostumbraron en el pasado a punta de trompetillas de fusiles y hoy con conocimiento de causa, conscientes sobre las acciones violatorias de principios y normas legales, lo siguen haciendo amparados en el poder, que erróneamente y bajo estratagemas políticas, le entregaron millones de incautos colombianos..
Los nuevos «progres», muchos de ellos sin la más mínima preparación, experticia o formación académica, para desempeñar cargos críticos en el gobierno, se convierten, como represalia de la “adolorida” izquierda, en despreciables fanfarrones, que aprovechan a “tutiplén”, la oportunidad que les dio el destino, para asumir una responsabilidad, que nunca se imaginaron, gracias a las engañosas promesas, que adornan los discursos populistas y populacheros, a los cuales nos tienen acostumbrados. Aparentan ser embajadores de “buena voluntad”, hablan en sus costosos, frecuentes e inoficiosos viajes fuera del país, de proyectos macroeconómicos, que no entienden, no digieren, simple y llanamente, porque no tienen conocimiento de lo que expresan. Terminan con sorprendentes propuestas intergalácticas, dónde el escaso auditorio, que no comprenden tantas “palabras talismanes”, califican la intervención, como una manifestación de cómica ignorancia y terminan atónitos, abandonando el recinto.
Se presentan ante foros internacionales, promulgando la igualdad social, con esa diatriba absurda, desgastada y anacrónica y ya conocida en guiones preconcebidos y delirantes, desde hace muchos lustros. Aprendieron seguramente de Mao y de Stalin promesas para acabar con los ricos y para darle a los pobres, discurso convertido en una apología al engaño, a la mentira, a la falsedad y a la utopía. La historia, nos ha demostrado lo que ocurrió, con las promesas de Stalin y la creación de los dantescos gulags soviéticos, que superaron el salvajismo, de los campos de concentración nazi.
La nueva versión de “progresistas”, les permite asistir a cuanto evento internacional sea posible, utilizando millones de pesos del presupuesto oficial, pero al mismo tiempo creando un discurso grandilocuente, cínico y retador, olvidando su pasado criminal, desacreditan sin contemplación a los que disienten de sus “mágicas propuestas”. Eso sí, los contribuyentes, ciudadanos extorsionados por Estados absolutistas, terminan pagando, a manos llenas, sus costosos viáticos, exóticos comportamientos y astronómicos gastos de representación para que accedan a foros inocuos y allí desarrollen su «calumniosa diplomacia antiimperialista».
Manifiestan sin ninguna vergüenza y lo proclaman con incongruente orgullo, conocer, ser referentes y admirar a violentos dictadores socialistas, incrustados en los muros y paredes de universidades públicas latinoamericanas, gracias a la dialéctica engañosa de la izquierda extrema, cuya historia astutamente, los ha encumbrado como mártires de los pueblos. Al referirse a ellos, hacen mención a la presunta persecución de la extrema derecha, pero no a las verdaderas causas, por las cuales han sido apartados del poder, la verdad la ocultan y manipulan a propósito, apoyados en su fastidiosa dialéctica victimizante.
Pretenden aparecer, ante los auditorios, como faros de virtud y abanderados de la equidad social, luchadores, rebeldes y no terroristas y defensores de la justicia social. Hablan entonces con inexplicable orgullo de los “logros” de Fidel, de Allende, de Guevara, de la Kirchner, de Lula, de Ortega, de Chávez y de Maduro, muchos de ellos protagonistas de escandalosos episodios de corrupción en sus países. Son tan descarados, que se alaban entre ellos mismos, incluso colocan cuadros con fotografías alusivas a estos sujetos, en los palacios de gobierno y en urnas, colocan sombreros pertenecientes a antiguos terroristas, imitando a algunos museos de la vergüenza, que conservan prendas de Hitler, Goebbels o Himler.
Hacen una descripción perfecta de mundos quiméricos, donde los recursos de la producción privada terminan siendo administrada por el Estado socialista y este con estrategias populistas, les reparte las migajas, que queda de la ostentosa vida de la oligarquía comunista a las clases sociales menos favorecidas.
De esta manera, logran alimentar una fuerza electoral hipnotizada con el engaño, utilizando palabritas talismanes, cuyo significado real, es el paternalismo oficial, generador de la holgazanería popular, ecuación social, aprovechada por la dialéctica progresista como otra hábil estratagema de engaño, que les permiten a hurtadillas del pueblo, ser los más cotizados capitalistas, del mágico mundo de la riqueza.
Existe un desesperado proceder para ganar día a día un ciego fervor y veneración popular, aprovechando la persuasión a través de términos anticapitalistas y promesas creadas por verdaderos ilusionistas de la desgracia.
Logran colocar un acento atractivo en la construcción discursiva, especialmente aquellos que son entrenados, como agitadores profesionales, para dirigirse a grupos selectivos de jóvenes de grupos “istas” y “diversos”, como, ecologistas, feministas, pacifistas, y ahora los lgtbiq. Es tal la fuerza del engaño dialéctico de la izquierda, que los lgtbiq, hoy portan la fotografía del “Che Guevara” en sus camisetas y banderas, aquel genocida que hace apenas unos años, los descuartizaba, convirtiéndose, con esto, en icono del socialismo latinoamericano, a pesar de la comisión de miles de crímenes, por la orientación sexual, de sus víctimas.
Preparan su dialéctica para lograr objetivos de persuasión preconcebidos, tal como lo afirma el filósofo del leguaje John Austin, en el tratado sobre el discurso performativo, el cual concluye que el objetivo final de la dialéctica progresista, es lograr fabricar y difundir relatos que vayan generando conflictos funcionales, y de esta forma permitir a la nueva izquierda, navegar en aguas tranquilas”.
Pregonan y vitorean públicamente, cualquier iniciativa encaminada a estar aparentemente en contra de la corrupción y de la negligencia contra el medio ambiente, la desigualdad y la injusticia, pero callan y ocultan, cuando éstas acciones están vinculadas con sectores específicos, afines a los intereses de la demagogia popular socialista.
Por esa razón nunca manifiestan ni siquiera una reclamación o exigencia a los grupos terroristas de izquierda, que continuamente afectan a campesinos, agricultores, ganaderos, finqueros, atentando contra el medio ambiente y recursos hídricos, trafican con narcóticos y personas, cercenan la libertad individual, asesinan, extorsionan y practican sexo y reclutamiento de menores de edad.
Pero lo más inexplicable es que algunos de los progresistas oficiales, defienden implícitamente las acciones de los grupos narcoterroristas. El progresismo está construido sobre la mentira, la trampa, la hipocresía, predican la «filosofía del engaño», viven de sentimientos de rencor, hacia el capitalismo, a pesar de ser sus más grandes cultores.
Desacreditan sin cesar al establecimiento como si algunos antiguos integrantes de grupos terroristas, con nefastas actuaciones y terribles consecuencias, fueran originadas por el establecimiento, que, por el contrario, un día los indultó y los acogió como actores políticos y democráticos.
Sin embargo, abrazan y disfrutan con insaciable apetito de poder, las prerrogativas de sus altos cargos políticos y oficiales asignados, en ocasiones con triquiñuelas seudolegales y con el beneplácito de algunos medios de comunicación, reproducen masivamente sus insulsas y mal intencionadas pretensiones, anunciadas a la opinión pública, como «píldoras somníferas», para estimular sueños irrealizables.
Son especialistas en mostrarse tan sensibles y sociales, como el que más; con hipócrita afabilidad, usan finas y costosas prendas de vestir, mientras el pueblo hambriento es alimentado solo con la esperanza de un supuesto y verdadero “cambio”.
Esos tipos, me fastidian y me causan repugnancia. Todos esos ilusionistas populistas y seudoprogresistas, que cacarean y reproducen el frustrado discurso socialista, como silogismos aprendidos en la clandestinidad, mientras viven una vida de riqueza y placidez capitalista.
A ellos, hay que quitarles las máscaras de la hipocresía, comunicando a la luz pública, la verdad verdadera, esa que los progresistas ocultan y manipulan con tanta habilidad, para convertir lo malo en bueno y lo bueno en malo…