Por: T. Coronel (R) Gustavo Roa C.
“Los discursos de Petro, y sus palabras altisonantes incluso con vulgaridades y temerarias acusaciones y amenazas, revelan más, un pasado no resuelto, que una visión de reconciliación nacional, qué ha ido desapareciendo progresivamente a lo largo de su periodo presidencial, incrementando un odio visceral, entre sectores políticos, que hoy también es explotado, por sus seguidores y nuevo candidato del Pacto histórico, frente a las futuras elecciones”. GRC.
Desde la misma posesión, de Gustavo Petro, para ocupar la Casa de Nariño, éste ha venido haciendo gala de su conocida dialéctica histriónica, aderezada con populismo progresista, y preparada fuego lento con amenazas, odios, resentimientos y perfidia. Ha calificado al Estado colombiano de “genocida”, comparándolo con el régimen hitleriano, ese mismo estado del cual ha hecho parte durante casi 40 años, usufructuando todas las mieles del poder. Afirmaciones temerarias e irresponsables, al recordar los delitos cometidos por un reducido pero identificado, grupo de miembros de la fuerza pública, que lamentablemente hicieron parte de la descalificable dinámica criminal, de un conflicto interno del cual él, como antiguo miembro del grupo terrorista, también fue sujeto activo. Olvida, o por lo menos nunca lo menciona, que también los grupos terroristas de izquierda han perpetrado, a lo largo de más de 70 años de violencia, atrocidades horrendas contra la población civil.
Ciertamente, hubo uniformados que cometieron crímenes y deben ser castigados con todo el rigor de la ley. Pero sus actos fueron individuales, no política de Estado ni doctrina institucional. Sin embargo Petro, dentro de su vociferante dialéctica, generaliza, comprometiendo la integridad moral de más de setecientos mil miembros de la fuerza pública y de miles de servidores públicos.
La pregunta que surge es inevitable: ¿cómo puede un presidente que integró una de las estructuras más violentas del conflicto, el M-19, olvidar su propio pasado? Ese grupo terrorista sembró de muerte y dolor al país con secuestros, asesinatos, extorsiones y chantajes, bajo el disfraz de un falso nacionalismo bolivariano. Es por eso que resulta primordialmente oportuno, recordarle a jóvenes y olvidadizos colombianos, que los dolorosos y violentos antecedentes de Petro, padre del movimiento denominado “Pacto Histórico”, pretenda continuar utilizando la animación, como proyecto político para las elecciones del año 2026, a través de otros seguidores, afines también con otros grupos terroristas de izquierda, aún más extremistas, para mantener la heredad de su siniestra política de odio, amenaza y retaliación.
ANTES DE ELEGIR, VOLVAMOS A RECORDAR EL VIOLENTO PASADO DE LOS ORÍGENES PETRISTAS.
El M-19 erigió las llamadas “cárceles del pueblo”, prisiones subterráneas donde se torturaba física y psicológicamente a los secuestrados. Testimonios describen aquellos agujeros como verdaderos campos de concentración, comparables a los del nazismo o los gulags soviéticos. Son hechos que la memoria colectiva, convenientemente manipulada, ha preferido olvidar.
A ello se suman los vínculos del M-19 con el narcotráfico y su persecución criminal contra empresarios, sindicalistas, políticos, campesinos e indígenas. Las nuevas generaciones, víctimas de una educación ideologizada, apenas conocen los excesos oficiales, pero ignoran los crímenes cometidos por los grupos subversivos.
Si de verdad se busca la reconciliación, debe hablarse con sinceridad y sin manipulación del pasado. La generosidad del Estado quedó demostrada cuando los exmiembros del M-19 fueron incorporados al llamado “establecimiento”. Petro, en particular, ha ocupado todos los espacios posibles: personero, concejal, asesor, diplomático, congresista, constituyente, alcalde y hoy presidente. Resulta, por tanto, incoherente que, tras casi cuatro décadas siendo parte activa del Estado, lo compare con un régimen genocida.
No se puede olvidar tampoco la larga lista de crímenes del M-19: la toma a sangre y fuego del palacio de justicia con el asesinato de magistrados, funcionarios y visitantes, en su interior, el robo de armas del Cantón Norte; el secuestro y asesinato de Marta Nieves Ochoa y José Raquel Mercado; la masacre de Tacueyó, con más de 160 indígenas asesinados; la toma de la Embajada de la República Dominicana en 1980; la toma de la Casa de Nariño; el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado; y el asesinato de tres niños de origen extranjero, entre otros actos infames.
Durante su posesión presidencial, Petro pidió que le llevaran la espada de Bolívar —la misma que su grupo había robado años atrás—, en un gesto más simbólico de desafío que de reconciliación.
No es, pues, una cuestión ideológica, sino de resentimiento. Petro actúa más como un candidato en campaña que como un estadista. Su permanente ataque contra la clase productiva, los empresarios, la clase media trabajadora y los inversionistas nacionales o extranjeros demuestra una peligrosa animadversión hacia los sectores que sostienen la economía lícita del país, así como la populista, irresponsable, absurda y perjudicial, política exterior
Mientras tanto, los delincuentes, narcotraficantes, terroristas y corruptos gozan de privilegios, apoyo y trato preferencial. Esa distorsión moral erosiona la confianza ciudadana y profundiza la división social.
El poder no debe ser instrumento de revancha ni de arrogancia, sino de equidad y servicio. Colombia necesita un líder que una, no que divida; que gobierne con grandeza, no con resentimiento. Por esta razón resulta indispensable, que los electores para cuerpos colegiados y para presidencia de la república en el próximo año, antepongamos la conciencia al interés ideológico. Nuestros hijos nietos y generaciones venideras, merecen un país en paz, con un presidente ecuánime y justo y una clase política que trabaje por el progreso y estabilidad nacional. En nuestras manos está el futuro de nuestros descendientes.




