Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
“La más hermosa imagen del mundo es la de un niño recorriendo con alegría y confianza el sendero que, con amor y sabiduría, sus mayores le han indicado”.
Esta máxima del pensador chino Confucio contrasta con el oscuro camino que les hemos trazado a muchos de nuestros niños. Las recientes imágenes de pequeños alimentándose de basura en Vichada y La Guajira son más que indignantes y desesperanzadoras.
También son perturbadoras las escenas de menores de edad abandonados en las calles, maltratados en sus hogares, reclutados por los grupos al margen de la ley, instrumentalizados para cometer todo tipo de delitos y hasta amenazados de muerte y asesinados por el solo hecho de defender la naturaleza, como ocurrió esta semana en zona rural del Cauca.
Una de las herramientas más importantes para cambiar esta triste realidad es a través de la educación, cuyo día internacional se celebra mañana a instancias de la Organización de las Naciones Unidas para la Cultura, las Ciencias y la Educación (Unesco) y que este año lo hace bajo el lema: “Cambiar el rumbo, transformar la educación”.
Sin duda alguna, los colombianos tenemos la ardua tarea de transformar nuestro sistema educativo, para así corregir el rumbo, que en criterio de la Unesco requiere reequilibrar de manera urgente la forma en la que nos relacionamos entre nosotros, con la naturaleza y con la tecnología, porque así como nos trae oportunidades innovadoras, también nos plantea graves problemas de equidad, inclusión y participación democrática.
En el mundo, según la Unesco, 262 millones de niños y jóvenes siguen sin estar escolarizados, 617 millones no pueden leer ni manejan los rudimentos del cálculo y unos 4 millones de pequeños refugiados no asisten a escuela alguna. A ellos se suman 750 millones de adultos en condición de analfabetismo, lo que contribuye a condenarlos a la pobreza y la marginalización.
En Colombia, todavía sorprende que tengamos al menos un millón 857 mil personas que no saben leer ni escribir, según lo reveló la más reciente Gran Encuesta Integrada de Hogares del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane). A esto se agrega la eleva deserción escolar, ya que de cada 100 niños que comienzan la escuela, solo 44 se gradúan; fenómeno que se agudizó durante la pandemia, tiempo en el que más 243 mil abandonaron sus estudios.
A este sombrío panorama se suma que solo la mitad de nuestros bachilleres tiene acceso a la universidad, pero de ellos el 50 por ciento no termina la carrera. Es decir, de 2,2 millones de jóvenes aptos para la educación superior, solo 550 mil obtienen un título, sin contar la calidad de la instrucción académica.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), en materia educativa Colombia sigue ocupando el último puesto entre sus 38 países miembros, con pésimos resultados especialmente en matemáticas, ciencias y lecturabilidad.
Esta ínfima capacidad de lectura la ratifica la Cámara Colombiana del Libro. Mientras nosotros leemos en promedio 2,7 libros por año, en Finlandia alcanzan los 47 y en Argentina o Chile, los 5.
Al buscar explicaciones al bajo nivel educativo de nuestro país, la Ocde nos revela una de carácter tecnológico. Ocupamos el último lugar de este selecto grupo de países en tener acceso a un computador por familia. Mientras que en Corea más del 70 por ciento de los hogares tiene un ordenador en funcionamiento, en Colombia apenas el 37 por ciento goza de esta necesidad básica.
Desde este espacio hacemos un urgente llamado a los distintos candidatos presidenciales para que prioricen en sus programas de gobierno una verdadera revolución educativa que la convierta en lo que es: un derecho humano, un bien público y una responsabilidad colectiva.
Tenemos que dejar de ver la educación como un negocio e invertir mucho más en ella, que incluya fortalecer instituciones tan importantes como el Sena, revisar los planes de estudio universitarios y hasta la duración de las carreras, ampliar la cobertura de internet y capacitar a nuestros jóvenes en profesiones no tradicionales, que nos permitan aprovechar la enorme riqueza de nuestra tierra y darles valor agregado a las exportaciones.
Es urgente cubrir el déficit de profesionales en el sector digital que, según la Federación Colombiana de la Industria de Software y Tecnologías Informáticas Relacionadas (Fedesoft), en 2025 puede alcanzar los 200 mil profesionales e incluso mucho más, ya que a raíz de la pandemia el 60 por ciento de las empresas aceleró su inversión en esta área.
Adicionalmente, es apremiante abandonar la categoría de “dominio bajo” en el manejo de un idioma tan importante como el inglés, en especial por su trascendencia en el mundo de los negocios, incluido por supuesto el turismo, sector que está llamado a ser uno de los motores de nuestra economía. Sin embargo, según el estudio English Proficiency Índex 2021, ocupamos el puesto 17 entre 20 países latinoamericanos medidos.
También podemos aprender de nuestra capacidad innovadora y resiliencia. Recuerdo que en la Dirección de Protección y Servicios Especiales de nuestra Policía Nacional no nos faltó creatividad para llegar hasta la Colombia profunda y olvidada con iniciativas educativas y culturales, como ‘La caballoteca viajera’, ‘El burro paseo’, la ‘Biblio-Van’ o ‘Cine al parque’, todas encaminadas a satisfacer el voraz anhelo de superación de nuestros niños, quienes se someten a extenuantes caminatas, muchas veces sin alimento alguno, y hasta exponen su integridad en precarios puentes colgantes o peligrosos ríos con el firme propósito de vencer la ignorancia.
Además, hay que aprender de exitosos modelos internacionales, donde la educación es integral, los profesores son reconocidos como auténticos formadores y remunerados de la mejor manera y a los estudiantes les suministran las herramientas necesarias para que respondan con éxito a las necesidades de un mundo laboral cada vez más exigente y cambiante; pero que al mismo tiempo los preparan para atender incluso contratiempos de la cotidianidad. A manera de ejemplo, en Estados Unidos es común que en los libros venga impresa información precisa para que los niños sepan actuar frente a cualquier emergencia, como un incendio. Allí aparecen recomendaciones básicas, que van desde saberse el número del Departamento de Bomberos, hasta no jugar con fósforos.
Ofrecerles una educación de calidad a nuestros hijos es una impostergable tarea que nos debe comprometer a todos los colombianos, si queremos hacer realidad la imagen más hermosa que del mundo tenía Confucio: un niño recorriendo con alegría y confianza el sendero que nosotros los mayores les hemos trazado con amor y sabiduría.