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La irreparable pérdida de 130.000 vidas

por El Expediente
diciembre 26, 2021
en Opinión
Tiempo de leer:4 mins read
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Paremos la violencia
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Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez

En momentos en que la variante ómicron asusta a la humanidad y crea nuevas incertidumbres sobre el fin de la pandemia, nuestro país alcanza la dolorosa cifra de los 130.000 fallecidos por cuenta del covid-19.

 

Cada muerte es mucho más que una fría estadística. Es un drama humano que afecta a un hogar colombiano, tal como ocurrió con la familia Riatiga, de Santa Marta, que perdió a diez de sus seres queridos; toda una tragedia que, en los últimos dos años, se ha repetido en miles de hogares, incluido el del ministro de Defensa Nacional, doctor Carlos Holmes Trujillo.

 

Mañana, durante la conmemoración del Día Internacional de la Preparación para las Epidemias, creado en 2020 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el propósito de resaltar la importancia de prevenir estos flagelos y prepararnos para darles una respuesta integral, los colombianos debemos hacer un alto en el camino para expresar nuestra solidaridad con las víctimas y sus familias, y reflexionar sobre los compromisos, individuales y colectivos, que tenemos que asumir en los años venideros, no solo para superar los estragos de esta pandemia, sino las que azotarán a la humanidad.

 

Como bien lo advirtió la ONU, al lanzar la estrategia Respuesta Integral de las Naciones Unidas a la Covid-19, la actual pandemia, que ya ha dejado más de 5,3 millones de víctimas, es mucho más que una crisis sanitaria. Se trata de una crisis económica, humanitaria, de seguridad y derechos humanos, que ha puesto de manifiesto las fragilidades y desigualdades dentro de los propios países y entre ellos. “Para salir de esta crisis será necesario adoptar un planteamiento que involucre a toda la sociedad, a todos los gobiernos y a todo el mundo, y que esté impulsado por la compasión y la solidaridad”.

 

A lo anterior es importante agregar que debemos aprender de la historia, porque, contrario a lo que se cree, el flagelo de las epidemias y pandemias no es un fenómeno nuevo en Colombia. Con el Descubrimiento de América también arribaron de Europa la viruela, la gripa y el sarampión, enfermedades que cobraron la vida de casi tres millones de indígenas en tan solo nuestro territorio.

 

En el siglo XVII, el tifo o tabardillo volvió a golpear con fuerza a nuestra diezmada población indígena y a los demás sectores de la sociedad, incluidos 44 religiosos.

 

A finales del siglo XVIII fue la viruela la que generó estragos, matando a centenares de compatriotas en todo el país, entre ellos los padres de la siempre recordada heroína Policarpa Salavarrieta. En ese entonces, cuentan los historiadores, por primera vez comenzó a estudiarse la posibilidad de crear en Colombia incipientes vacunas, con base en el conocimiento científico adquirido durante la Expedición Botánica.

 

A mediados del siglo XIX, el cólera arribó en barcos mercantiles, generando estragos en la Costa Caribe colombiana, donde fallecieron al menos 20 mil lugareños. Y hasta la temida gripa española, que a comienzos del siglo XX dejó más de 50 millones de muertos en el mundo, afectó a nuestro país, donde se registraron unas 1600 víctimas.

 

En este entonces, tal como se anunció en medio de la pandemia del covid-19, también se habló de la necesidad de modernizar y fortalecer nuestro precario sistema de salud.

 

Si bien somos los primeros en resaltar los importantes logros alcanzados en materia de vacunación, no podemos olvidar que muchas de las muertes las hubiésemos podido prevenir si la improvisación y las decisiones tardías, sumadas a las difíciles condiciones del sector salud, no hubieran sido el común denominador en los comienzos de la pandemia.

 

Nuestra cuota de sacrificio es mucho más preocupante cuando observamos cómo en países, como Corea del Sur, con similar número de habitantes que Colombia, han muerto 4906 personas, lo que equivale a menos del cuatro por ciento de los fallecidos registrados en nuestro país.

 

Por eso, no podemos bajar la guardia. Frente a la gravedad de la nueva variante, gobiernos, como el de Israel, anunció la aplicación de una cuarta dosis, y el de Estados Unidos acaba de tomar medidas extraordinarias. En ese país, por ejemplo,  un Home Test Covid se consigue en cualquier farmacia y el ciudadano puede aplicarlo y obtener el resultado en tan solo ocho minutos.  A su vez, la Administración de Drogas y Alimentos autorizó esta semana la comercialización de la primera píldora para el tratamiento de la enfermedad y el propio presidente Joe Biden decidió poner a disposición de la población 500 millones de pruebas gratuitas.

 

Con amenazas tan latentes para la humanidad, como la superpoblación, el calentamiento global, la deforestación y la contaminación, sumados a una creciente brecha de desigualdad y una rampante corrupción, no son tiempos de pañitos de agua tibia.

 

De ahí que, en estas fechas de celebración, pero también de balances, nuestro llamado a los distintos candidatos presidenciales es a incluir en sus programas de gobierno una verdadera estrategia integral de fortalecimiento del sistema de salud, para que en un futuro no tengamos que llorar la muerte de otros 130.000 compatriotas o muchos más.

 

Como ya lo advertimos en una reciente columna, nuestro sistema de salud padece problemas estructurales que ameritan tratamiento urgente, iniciando por devolverles la dignidad a nuestros médicos, a quienes se les coarta su libre albedrío para escoger las ayudas diagnósticas necesarias a la hora de atender a sus pacientes, les limitan el uso de medicamentos, los someten a engorrosos papeleos, les demoran el pago de sus salarios y hasta los amenazan con despedirlos si no se ajustan a las exigencias de muchos auditores. Para todos ellos, mi saludo de admiración, respeto y aprecio.

 

A los demás colombianos, en especial a quienes no se han vacunado, nuestra invitación es a no seguir creyendo en tantas teorías conspirativas y a inmunizarse lo más pronto posible. No lo tomen como una obligación o imposición, sino como un deber humano para preservar la vida propia y la de nuestros seres queridos.

 

Y, por último, mis mejores deseos para 2022, con un respetuoso llamado a celebrar con moderación, preservando todas las medidas de bioseguridad, ya que la pandemia sigue latente.

 

Nota: esta columna regresará el próximo 16 de enero.

 

 

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