Abrebocas del segundo capítulo de la obra de Abelardo De La Espriella, Amores Criminales
Gustavo siente sobre él las miradas burlonas y puede escuchar los cuchicheos desde que se baja del carro y empieza a caminar hacia la puerta. Está ligeramente mareado, pero no puede permitir que nadie se dé cuenta, así que tiene que enderezar el paso. Ya se temía que eso iba a suceder.
Es lo mismo todos los días cuando se encuentra con un vecino, con el portero, con la señora de la tienda. Cada vez que se cruza con alguien puede sentir cómo lo están miran- do y cómo hablan disimuladamente de él a sus espaldas. Ya sabía que allí iba a ser peor, aunque esta vez estaba media- namente preparado para ello.
El escándalo se escuchó en todas partes. Es bien cono- cido y no es de extrañarse que cualquier persona que se lo encuentre en la calle reaccione de la misma manera, conte- niendo la risa.
Los guardias que lo ven acercarse a la entrada principal de la penitenciaría no pueden ocultar el chismerío y la cu- riosidad que el visitante les provoca. Hacen como si estu- vieran hablando de otra cosa, pero la picardía de sus gestos los delata, así como también el cruce de sus miradas cóm- plices y el enorme esfuerzo para contener la risa mientras realizan la requisa más mediocre de la que se haya tenido conocimiento en esa cárcel. Porque siempre, antes que todo lo demás, estarán primero el chisme y la vida de los otros.
Gustavo Sanclemente se ha convertido en el hombre del momento, y no precisamente por un hecho digno de admi- rar, sino más bien por algo que a cualquiera avergonzaría y que está en todas las redes sociales y medios de comu- nicación, cosa gravísima para una figura pública como él. Por eso, ha decidido alejarse de los reflectores por completo y cerrar sus perfiles, porque ya no aguanta todo lo que se anda diciendo. No puede soportar más las especulaciones de la gente. No asimila las calumnias infames que lanzan en su contra. No concibe ser tratado con tanta dureza después de ese “inocente desliz”, como él mismo lo llama, que tuvo una profunda repercusión y le cambió la vida por completo. Años de carrera como presentador y periodista con una reputación intachable se convirtieron en nada el 6 de agosto de 2019, una fecha que quedará grabada en su alma como una pintura rupestre. Cada vez que cierra los ojos puede verla, y su voz interior no para de repetírsela una y otra vez. Fue, sin duda, la noche más desafortunada de su vida.
La noche en la que se convirtió en un payaso, en un meme. Aquella siempre será la fecha en que dejó de ser la imagen importante de uno de los medios de comunicación más in- fluyentes y poderosos del país.
Han pasado exactamente seis meses, veintitrés días, die- ciséis horas y unos pocos minutos. Y no es que él lleve la cuenta, por supuesto que no, ni que fuera tanto tiempo tampoco, son seis meses nada más, claro que a Gustavo le han parecido eternos, como si fueran años. Se ha resguar- dado esperando que todo pase y que la gente olvide. Se dice que la fama en los tiempos de internet se escapa como el agua entre los dedos, pero parece que el vergonzoso show del 6 de agosto de 2019 se resiste a desaparecer. Lo siguen compartiendo en todas partes, es motivo de conversación y sigue igual de vivo y fresco como si hubiera sucedido ayer. Aquí yace Gustavo Sanclemente, más conocido como el presentador del noticiero borracho en vivo. Tal como fue ti- tulado el video que ya le ha dado la vuelta al mundo y que tiene millones de reproducciones, así reza la lápida en la que está enterrada su reputación. Él está arrodillado frente a la inscripción y llora desconsolado.
De repente, un brazo de ultratumba emerge de la tierra agarrando una de sus manos, y por mucho que trata de re- sistirse y de gritar, desesperado, como un niñito desconso- lado, no puede evitar que lo jalen hacia la tierra y lo intro- duzcan en el féretro.
De pronto, él se ve allí dentro, en un cubículo hecho de pantallas de televisión que reproducen los videos del ins- tante en que se baja los pantalones y expone sus tristes po- saderas al mundo entero. Pesadillas como esta se repiten cada vez más frecuentemente.
Luego, lo persiguen también las imágenes en las que se ve repitiendo una y otra vez la retahíla de incoherencias que lanzó en plena transmisión, como si estuviera en el más desafortunado de sus trances etílicos. Lo atormenta la idea de que todo eso se volvió más importante que sus inconta- bles logros y la imagen prístina que cultivó durante tanto tiempo. Definitivamente, este país es un circo en el que por un tiempo Gustavo interpretará el papel de payaso. ¿En qué otro lugar del mundo el incipiente culo de un cachaco se vuelve más importante que la realidad nacional o cualquier otra cosa que verdaderamente merezca atención?
Hoy, Gustavo Sanclemente es inspeccionado con la mis- ma severidad por los lectores de rayos x y por las miradas socarronas de los guardias penitenciarios que parecen más preocupados por gozarse el momento que por realizar su trabajo. Nunca habían visto tan de cerca una celebridad como Gustavo que, además, la haya embarrado como la embarró, y no piensan desaprovechar un solo segundo para alimentar el ojo y divertirse a sus costillas.