Por: Andrés Villota
El pésimo nivel de la educación en Colombia fue uno de los problemas que dejó en evidencia la vorágine salvaje de terrorismo ocurrida en los últimos meses. Una crisis que se ha vuelto crónica con el paso de los años y que alcanzó su clímax con la actitud mezquina, desalmada y violenta de los representantes de los maestros de las escuelas públicas, con la desconexión del mundo real mostrada por los profesores de las universidades privadas y con la enorme ignorancia de los representantes estudiantiles y estudiantes de las instituciones de educación superior, evidente cada vez que trataban de justificar la sin razón de su presencia en las revueltas callejeras.
Se creó una oferta educativa artificial que no tenía ninguna correlación con el mercado laboral y con la economía real de Colombia que desatendió la calidad y la utilidad del conocimiento por tratar de aumentar la cobertura para promover una mal entendida inclusión, por pretender proteger la libertad de cátedra con fines de adoctrinamiento político y por usar la autonomía universitaria para convertir a las instituciones de educación pública en feudos inexpugnables cuando se trata de rendir cuentas sobre la destinación de los recursos que aporta toda la sociedad para la educación de los niños y jóvenes.
El conocimiento pasó a ser un commodity que se transa en el mercado académico y la labor de las universidades se convirtió en una gestión comercial en la que el rector es un simple impulsador que trata de darle a sus clientes lo que ellos esperan recibir a cambio del pago de la matrícula. Un vendedor de ilusiones que promueve la mediocridad porque el cliente, surgido de una generación floja y básica, es el que define lo que quiere consumir, algo no muy difícil, algo sin carga académica agobiante, algo no muy pesado, algo bien light.
Se paga por un intangible que es el prestigio de la institución sin que prime la calidad en la educación que, se supone, es lo que debe importar porque el conocimiento al que va a tener acceso el estudiante será la herramienta principal para desarrollar una carrera profesional exitosa. El modelo de negocio de la plataforma Coursera ilustra perfectamente esa realidad. Formación gratis sin diploma y la misma formación pero con diploma tiene un valor que se incrementa de manera proporcional al prestigio de la institución que lo expida. La validación reputacional de la ignorancia y de la incompetencia.
Si lo pusiéramos en términos gastronómicos, la universidad es un restaurante, el rector es el chef y los profesores son los meseros que entregan el menú y toman las órdenes de los comensales que son los estudiantes. Ellos son los que piden lo que su corta capacidad intelectual les deja consumir y el profesor (mesero) tiene que darles lo que los alumnos exigen porque sus padres de familia o papá Estado son los que pagan la cuenta.
Si no les dan lo que quieren se quejan con el chef que actúa con complacencia para que lo perciban, si tiene intereses políticos y se resiste a renunciar, como un rockstar, un bacán, un descomplicado lengüisucio que dice vulgaridades cuando le habla a su clientela para mostrarse más humano, más cercano a unos potenciales electores que pertenecen a una generación que vive traumatizada, obsesionada con el cuento que no tiene oportunidades, que los discriminan y que no los tratan de manera incluyente.
Algunos meseros tratan de congraciarse con los comensales para que les dejen una buena propina, escribiendo estupideces progresistas en el microcosmos de sus redes sociales, sin importar que los perciban como a unos perfectos imbéciles en el mundo académico, a cambio de un puñado de “me gusta” que les asegure su puesto por otro semestre más porque saben que el chef valora mucho eso porque él también escribe las mismas estupideces progresistas. Algunos de esos profesores son igual de jóvenes que sus alumnos, con un PhD, pero igual de inexpertos y de incompetentes.
A todos los comensales, en el futuro, les tienen que dar un trabajo aunque no estén preparados para poder desempeñarlo con suficiencia porque el comensal asume (así fue formado) que el mundo real es una extensión de lo que vivieron durante su proceso educativo por eso, cuando se estrellan contra la realidad, salen a culpar al gobierno de turno de su falta de oportunidades en el mercado laboral. Y el gobierno (nacional, departamental o municipal) corre a solucionarles el problema porque los miembros de ese gobierno, en últimas, son el producto insignia de la fábrica global de la educación gourmet.
Los profesionales creados por la educación gourmet jamás tendrán cabida en una empresa privada, ni en el mundo de la economía real, no solo porque su conocimiento es inútil para ser productivos y generar valor, sino porque fueron formados en un ambiente académico que no fomenta la excelencia y en el que no existe la competencia, la eficacia, la eficiencia o la productividad. Toda esa pléyade de egresados de carreras inútiles encontraron cabida, solamente, en las oenegés y en las entidades públicas.
Los comensales, los chefs y los meseros de la educación gourmet son activistas incondicionales de la Izquierda que, a su vez, encontró a los idiotas útiles perfectos para que sean sus electores porque les venden el discurso que si votan por ellos, les van a dar todas las oportunidades que caprichosamente le quita una sociedad indolente que ignora a semejantes portentos de sabiduría. El maridaje ideal para el fracaso perfecto de una sociedad.
“Estado desde, hasta dónde el mercado alcance”, esa Verdad de Perogrullo la han utilizado para justificar el crecimiento desbordado de la burocracia porque el Estado debe intervenir en la economía para corregir las imperfecciones del mercado pero lo que ocurrió, en la realidad, es que la híper regulación y el mega intervencionismo lograron convertir a los mercados en ineficientes, costosos, improductivos y caóticos. El mercado laboral no fue la excepción en las imperfecciones por culpa de la oferta educativa sintética. Entonces, le tocó al Estado hacerse cargo de los sin demanda laboral y la tuvo que crear, su especialidad. Agencias, ministerios, departamentos administrativos, curules, altas consejerías y acuerdos de paz, son la demanda sintética que todos pagamos para atender a la falsa oferta laboral gourmet.
Hoy existen dos modelos de gobierno. Un modelo se basa en la libertad y la eficiencia de los mercados (incluido el laboral) para favorecer el crecimiento económico y el bienestar de la gran mayoría de la sociedad, por ejemplo, los Estados Unidos del presidente Donald Trump, Polonia y Hungría. El otro modelo se basa en la búsqueda de una solución a los problemas de ingreso de todos los miembros de la minoría del sistema de la educación gourmet, caldo de cultivo óptimo para el saqueo y la malversación de los recursos públicos. Ejemplos de este último modelo son los Estados Unidos de Joe Biden, la España de Pedro Sánchez con los de Podemos, la Argentina de Alberto Fernández, la Bogotá de Claudia López y la Medellín de Daniel Quintero.
No es una coincidencia la proliferación de aspirantes a las corporaciones públicas y la multiplicación de los anhelos por ocupar altos cargos en el gobierno porque ven el perfil y el nivel deplorable de los burócratas egresados de la educación gourmet. Hacen una regla de tres sencilla: “Si a este lo nombraron de viceministro, yo por qué no puedo ser ministro?” o “Si Armando amasó semejante fortuna, yo por qué no me puedo volver un magnate de la gestión pública?”. Es tan básico el conocimiento que se requiere para ir al Congreso de Colombia a proponer que se cambie el orden de los apellidos en el nombre o para ir al Concejo de Bogotá a proponer que prohíban comer carne que, todos los de la educación gourmet se sienten empoderados, con delirios de grandeza, sufriendo ataques de megalomanía y creyendo que por primera vez en sus cortas vidas van a dejar de ser los perdedores de siempre.
Sin embargo, en esta época de grandes retos que imponen las crisis económicas, la proliferación de la pobreza y el final de las libertades individuales por culpa de las nuevas cuarentenas para evitar la mortal variante Delta, el modelo de la educación gourmet colapsó y el esquema en el que los más ignorantes, inexpertos, incapaces, ineficientes y mediocres eran los que gobernaban y administraban el erario público, tiende a desaparecer para siempre. Ojalá.