Ninguno de los compañeros de la detective Fonseca puede decir que la conoce, ni siquiera pueden decir que saben a ciencia cierta la más mínima cosa sobre ella. Tienen la impresión eso sí, de que siempre se está riendo de ellos, como cuando se hace llamar “detectiva”, acentuando la última sílaba de la palabra, corrigiendo a quien se refiera a ella como “detective”. Pocos saben que se trata de una medida para poner a prueba a su interlocutor, y así el afinadísimo, y casi infali- ble instinto que le han dado los años de experiencia en su oficio, pueda decirle qué esperar de la persona en cuestión. Algunos creen que lo hace por una simpatía verdadera con las ideas del feminismo más radical en su intento de transformar la utilización del lenguaje.
Esta suposición equivocada le ha valido el remoquete de la “feminazi Fonseca”. Y es que ella no defiende ninguna bandera, son otras sus motivaciones para hacer lo que hace. Como es costumbre en el ser humano menospreciar lo que no entiende, la han convertido en tema de conversación y objeto de burla entre sus colegas, que se divierten sacando hipótesis sobre su vida e inventándole historias y sobrenombres. Ella lo sabe y no le molesta, se divierte más que los que se ríen a costa suya, sabiendo la cantidad de tiempo que pierden tratando de entenderla, mientras ella sigue viviendo su vida sencilla, concentrada en los asuntos que realmente importan.
Siempre ha sido una mujer misteriosa. Es muy reservada y utiliza las palabras con medidísima cautela. Es un verdadero placer escucharla hablar, emplea el lenguaje con una maestría poco común. Muchos dirán que no es usual ver a una agente de la ley con un conocimiento tan vasto en poesía, narrativa, pintura, música y, en general, en todas las manifestaciones del arte, además de ser una apasionada por la ciencia y recitar de memoria frases de Shakespeare y de sus filósofos favoritos.
Es verdad que Fonseca es una “detectiva” (¿o detective?) como ninguna, pero también hay que decir que, como ella, existen otros que resaltan por sus sorprendentes habilidades y talentos. No todos los policías están hechos de palo ni son máquinas que cumplen órdenes y las dan, como gran parte de la gente cree. Muchos de ellos también han cursado carreras universitarias y tienen en sus cabezas un universo que va más allá del casco y del bolillo.
Es bien sabido que una buena parte de los miembros de la fuerza pública ingresan a sus filas por necesidad, porque no encuentran otra opción, y no por verdadera vocación, pero hay otra gran cantidad de personas que se enlistan porque tienen una real disposición para ayudar al prójimo, para servir, y encuentran en la institución cómo canalizar esos dones, además de la posibilidad de obtener un diploma y un título y, con ellos, perseguir los sueños que antes de ingresar a la escuela de policía resultaban esquivos.
Fonseca se prepara para cada uno de los casos que atiende con la dedicación de un atleta que entrena para un triatlón. Asume cada reto con ardentía y fiereza, sin tratar de demostrarle nada a nadie más que a sí misma. Combina el trabajo detectivesco de campo con la investigación enciclopédica y científica, todo con tal de armarse con las herramientas que mejor le ayuden a cumplir el resultado esperado.
Por eso, sabe de todo un poco, porque se ha visto involucrada en infinidad de casos. Por ejemplo, aquel asesinato ocurrido en una plaza de mercado, asunto en el que, para dar con el asesino, resultó muy conveniente conocer la dife- rencia entre el tomate chonto y el tomate milano.
Ha tenido que resolver muchos misterios criminalísticos, pero el caso que la ocupa en este momento en particular la tiene sumida en una profunda tristeza. Hace mucho tiempo que no se conmovía así.
La “detectiva” es como una cajita de sorpresas que suele hablar muy poco, pero habla fuerte, la mayoría de las veces lanzando datos curiosos, estadísticas y anécdotas de las mejores y más variadas fuentes. Pero en el caso de Dayanis no se le ha visto ni se le ha escuchado decir nada. Es que es muy poco lo que hay que decir al respecto.
Con la muerte de esa niña se comprueba lo poco que vale la vida para los que disponen de ella y la ciegan abruptamente. Era solamente una criatura a punto de convertirse en una adolescente nacida y criada en un barrio oscuro que amenazaba con tragársela por completo, hasta que por fin se la devoró.
Fonseca no va a permitir que su historia pase a engrosar las estadísticas de violencia, maltrato y muerte. Desde que fue nombrada en la Unidad de Crímenes en Contra de la Mujer, ha asumido un irrestricto compromiso para que ninguna de esas mujeres quede en el olvido y se haga justicia.
Es cierto que ha tenido que ver cosas horribles, imágenes que quisiera nunca haber visto y detalles que preferiría nunca haber conocido, pero nada le había causado tanto impacto como todo lo que rodea la desaparición y muerte de Dayanis.
No se puede quitar de la cabeza las imágenes de esa niña indefensa y, por eso, aunque el caso esté ya a punto de cerrarse y el presunto culpable pronto será enjuiciado….