Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Una de las páginas más memorables de nuestra historia la protagonizó un niño de tan solo 12 años: Pedro Pascasio Martínez Rojas, el humilde soldado que a su cortísima edad no se dejó intimidar ante la presencia de un General extranjero ni mucho menos ante el poder corruptor de sus monedas de oro. Fue el héroe que contribuyó a sellar nuestra gesta libertaria al capturar en plena Batalla de Boyacá al general José María Barreiro.
Mi paisano, el soldado Martínez, cuyo nombre inspiró al Congreso de la República a institucionalizar la medalla Ética Republicana, que exalta a quienes trabajan en la recuperación de valores ciudadanos y en la prevención del flagelo de la corrupción, es uno de los símbolos más extraordinarios de nuestro Ejército Nacional, fuerza que hoy cumple 202 años, fiel a su lema: “Patria, Honor, Lealtad”.
En esta oportunidad, queremos dedicar este espacio a todos los oficiales, suboficiales y soldados de Colombia de ayer y hoy, en especial a esos jóvenes que a esta hora patrullan cada rincón de nuestra patria cumpliendo con la misión de defender nuestra soberanía, la independencia, la integridad del territorio nacional y el orden constitucional, en consonancia con los mandatos del artículo 217 de nuestra Constitución, tal como lo hicieron sus antecesores.
Por eso, todo nuestro reconocimiento a esos valiosos hombres y mujeres que aunque ya no portan el uniforme siguen defendiendo nuestra institucionalidad y aportando su vasta experiencia en procura de construir un mejor país. Sin su talento y sacrificio hubiese sido imposible doblegar las peores amenazas que se cernían sobre nuestra nación. La cuota de sacrificio de nuestro Ejército Nacional ha sido muy alta. Por eso, desde esta tribuna queremos rendirles un sentido homenaje a quienes resultaron heridos u ofrendaron sus vidas. Los colombianos siempre estaremos en deuda con cada uno de ustedes y con sus respetadas familias.
Como policía tuve el honor de trabajar en distintas partes de la geografía nacional con nuestros soldados de tierra y fui testigo del entrañable compañerismo que los caracteriza, expresado siempre por la palabra “lanza”, todo un homenaje al sargento Inocencio Chincá y a los otros 13 lanceros de Juan José Rondón por su hazaña en la Batalla del Pantano de Vargas, y una oda a la amistad, a la hermandad y a la solidaridad, valores que deberían caracterizar a todos los colombianos.
Ellos son capaces de caminar extenuantes jornadas entre la manigua, en medio del sol abrazador o de la inclemente lluvia o en la oscuridad de la noche, siempre llevando a sus espaldas hasta 25 kilos de peso, más su arma de dotación, granadas, municiones y radios de comunicación.
Son soldados que abandonan la comodidad de su hogar para dormir incluso en el monte y exponerse a las enfermedades propias del trópico, como leishmaniasis, dengue, paludismo, mal de chagas, fiebre amarilla, hepatitis, chikunguña y leptospirosis, con el firme propósito de enfrentar la guerrilla, las bandas criminales y demás manifestaciones del crimen organizado y proteger nuestras fronteras y la infraestructura nacional.
Son nuestros hijos, los hijos de nuestros campesinos, los hijos de una Colombia que a través de su historia ha contado con un Ejército Nacional de renombre internacional, el cual se acrecentó en 2008 con la ‘Operación Jaque’, la más brillante acción militar de los tiempos modernos, mediante la cual la excandidata presidencial Ingrid Betancourt, 3 ciudadanos estadounidenses y 11 integrantes de la fuerza pública fueron rescatados sin disparar un solo tiro. Esta estratagema de inteligencia, que deslumbró al mundo y que demostró el talante de nuestro Ejército Nacional, hace parte de una larga cadena de acciones protagonizadas por nuestros soldados, reconocidas más allá de nuestras fronteras.
Es un orgullo saber que en la lejana Corea del Sur, a casi 15.000 kilómetros de distancia, existe el único parque que lleva el nombre de un país latinoamericano. En el parque de Gyeongmyeong o Parque Colombia ondea a diario el tricolor patrio en honor a la valentía y sacrificio de más de 5000 soldados del Batallón Colombia, que en 1951 arribó a tan lejanas tierras para hacer parte de las fuerzas lideradas por las Naciones Unidas que protegieron la democracia de esa pujante nación que nunca olvida lo hecho por nuestros soldados en batallas tan memorables como las de Old Baldy y la ‘Operación Nómada’, convirtiéndose en la primera fuerza en obligar a replegarse a las tropas enemigas. Fue el gobierno coreano uno de los primeros en ofrecerle ayuda irrestricta a nuestro país en plena pandemia del coronavirus.
“Gallardos soldados de Colombia, nacidos en el espíritu del Mar Caribe, pusisteis en alto el estandarte de las Naciones Unidas y luchando por la libertad y por la paz 611 de vuestros nobles guerreros vertieron por último la sangre para vuestra eterna memoria. Erigimos aquí y dedicamos este monumento”, se lee en el ‘Monumento dedicado a las Fuerzas Armadas Colombianas en la Guerra de Corea’, único en su género en toda Asia y me atrevería a afirmar que en el resto del mundo.
El agradecimiento coreano también se puede palpar en la Escuela Superior de Guerra, en el norte de Bogotá, donde las autoridades de ese país levantaron el monumento ‘La Pagoda’, con los nombres de nuestros soldados cuyos cuerpos jamás regresaron a casa.
Ya en el conflicto contra el Perú, entre 1932 y 1934, nuestros soldados habían escrito otra página de oro al expulsar a las fuerzas invasoras que se querían apoderar de Leticia. Entre ellos sobresalió el soldado nariñense Juan Bautista Solarte Obando, un campesino que, en la mañana del 26 de marzo de 1933, en pleno combate de Güepí, abandonó su posición de ranchero de las tropas para proteger la vida de un centenar de sus compañeros amenazados por una poderosa ametralladora camuflada entre la mata de monte.
Se montó en una canoa, tan solo armado de un machete, alcanzó la orilla del rio Putumayo, se arrastró entre la maleza y desvió hacia su humanidad la atención del fuego enemigo, recibiendo al menos 22 impacto mortales, los mismos que dieron origen a las famosas “22 de pecho” de nuestro Ejército Nacional, que deben ser entendidas, no como un castigo, sino como un homenaje al héroe nariñense en cuya memoria se bautizó con su nombre el Batallón de Infantería de Selva Número 49 y la condecoración que exalta al mejor soldado de cada contingente del Ejército Nacional, la Armada Nacional y la Fuerza Aérea Colombiana.
En el mismo conflicto, el soldado Gerardo Cándido Leguízamo protagonizó otro acto heroico. En la batalla de El Encanto, tras la muerte de su comandante, no dudó en asumir el mando de las tropas de su unidad hasta obtener la victoria, pese a que él se encontraba gravemente herido. Ya en el hospital San José, en Bogotá, carcomido por la gangrena y consciente de que no sobreviviría, les pidió a las enfermeras que lo ayudaran a poner de pie, y, en posición de firmes, grito: “¡Viva Colombia, porque así mueren los vencedores!”. Y así murió, como un vencedor.
En los años 60, otros dos excelsos militares escribieron páginas memorables. El 22 de enero de 1963 un soldado logró ponerle fin a la carrera criminal de Teófilo Rojas Varón, ‘Chispas’, uno de los bandoleros más temidos de nuestra historia. Haciendo gala de su excelsa capacidad de francotirador, impactó, a gran distancia, al delincuente, que se atrincheraba entre un matorral de la vereda La Albania, en jurisdicción de Calarcá (Quindío).
Dos años más tarde, el soldado José Bejarano, al mando del entonces teniente Harold Bedoya y quien llegará a ser Comandante del Ejército y de las Fuerzas Militares, abatió a otro peligroso bandolero: Efraín González, el llamado ‘Siete Vidas’, luego de todo un día de combates en el sur de Bogotá.
La lista de soldados héroes es interminable. Por eso, en este nuevo aniversario de nuestro Ejército Nacional y más allá de puntuales acciones dolorosas, la invitación a todos los colombianos es a proteger el legado de honestidad y grandeza del soldado Pedro Pascasio Martínez y de todos sus ‘lanzas’, cuyas proezas dieron vida y alimentan la épica historia de una de las instituciones más antiguas y queridas de nuestra nación, imprescindible para salvaguardar nuestra libertad y democracia.