Por: TC (R) Gustavo Roa
Gabriel García Márquez, cumple por estos días 10 años de su muerte. Escritor de carácter pasional, cínico, injusto, procaz, impúdico e hipócrita, como todo izquierdista latinoamericano. Demostraba una evidente animadversión por el capitalismo, pero, sin embargo, lo vivía, lo disfrutaba y lo amaba intensamente.
Populista y dicharachero, como buen caribeño, amigo de las tertulias y de las largas sesiones de “mamadera de gallo”. Poseedor de una narrativa encantadora, alimentada con un farisaico trasfondo capcioso, sobre la necesidad de implementar una igualdad social, para los pueblos latinoamericanos, esa misma “igualdad”, que miraba con desdén, a través de los sofisticados cristales de las ventanas de sus lujosas mansiones, de La Habana, París, Ciudad de México, Barcelona y Cartagena. Adorador de las mieles, que le dio a manos llenas la rancia oligarquía comunista cubana, en cabeza de su íntimo amigo el dictador Fidel Castro, tal como lo escribió sin objeciones Enrique Krause en un excelente ensayo, donde García Márquez manifiesta, que su adhesión al régimen cubano era algo similar al catolicismo, una especie de “comunión con los santos”, vaya, tamaño desatino…
Olvidadizo o tal vez ingrato, con su pueblo natal, Aracataca, la tierra que lo vio nacer y crecer y donde vivían, todos sus amigos de niñez, esos recuerdos, que ni siquiera el tiempo, los puede borrar.
Parecía más bien, un “antisocialista”, en el buen sentido de la palabra, a pesar de la influencia de Franz Kafka, en su pensamiento sociopolítico. La fama que crecía poco a poco como escritor y novelista, lo obnubiló, y le hizo olvidar, no solo las raíces de su niñez, sino las necesidades de las gentes, que habitaban a Aracataca y esperaban su influencia social y política, para mejorar las condiciones, de ese cálido y pintoresco, pueblito magdalenense.
Leí, algunas obras suyas, por curiosidad y por el gusto y avidez propia de lector juvenil, pero más que todo por imposiciones académicas, donde profesor de secundaria que se respetara, colocaba como tarea, la lectura obligada y la exposición de contenido, de alguna de las obras de nuestro famoso premio Nobel.
«Cien años de soledad», «El amor en los tiempos del cólera», «Crónica de una muerte anunciada». Escritas todas, con una inigualable imaginación y con una admirable capacidad descriptiva.
En cien años de soledad, la fascinación narrativa, la encabeza el coronel Aureliano Buendía, hijo de Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía,
El coronel Buendía fue un personaje de muchas batallas y luchas perdidas, contra los gobiernos de turno. Tenía una capacidad especial como clarividente, mago e ilusionista. Al final de su existencia, se refugia en Macondo, a vivir cien años de soledad, rodeado de pescadores de oro y mariposas amarillas.
Años después, terminó entre mis manos un ejemplar de «El coronel no tiene quien le escriba”, inspirado en lo que le había ocurrido a su abuelo el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. La novela es una interesante descripción, del desengaño que nos puede ofrecer la vida, especialmente cuando entramos en el otoño de nuestros días.
Es la radiografía perfecta de los seres humanos, un comportamiento usual entre muchos colombianos, al final del camino cuando la esperanza se mantiene, a pesar de las burlas y engaños reiterados.
Es una narración donde el autor, escribe sobre el olvido del Estado contra el viejo coronel, personaje honesto, diáfano y trabajador incansable, que nunca recibe su pensión como militar.
Al final de esta corta novela, y seguramente sin proponérselo, García Márquez se pasa al bando de los ricos y famosos que se olvidan de sus coterráneos y amigos sencillos de juventud, los cuales, a pesar de sufrir profundas angustias económicas, nunca reciben el aliciente de su viejo y famoso amigo.
Por esa razón el imaginario Macondo y la real Aracataca sufren el destino del viejo coronel, olvidados y comiendo «mierda», mientras García Márquez disfruta de la elitista y mundana oligarquía socialista latinoamericana, que hoy como nunca, muestra sus garras y sus enriquecidos bolsillos, a costa de la pobre ignorancia de los pueblos. Originando de esta manera, una nueva forma de esclavismo del siglo XXI, donde los socialistas latinoamericanos, encumbrados en las posiciones más altas de los Estados, siguen engañando a los pueblos ilusionados, utilizando con astucia, una dialéctica fraudulenta y victimizante, pero lo más grave, engañosa y falaz.