Por: Fernando Álvarez
Lo que pone de presente el excanciller Alvaro Leyva en su carta al presidente Gustavo Petro es la supuesta adicción a las drogas del primer mandatario. Un hecho que resultaría escandaloso en cualquier lugar del mundo que en Colombia no produce nada.
Primero porque no es una novedad, lo había dicho la columnista María Jimena Duzán, su antigua admiradora, y lo habían dicho Ingrid Betancur y Carlos Alonso Lucio, que lo conocen de autos. Y lo soltó el mismo Armando Benedetti cuando hablaba de su propia adicción y en ejercicio legítimo del principio caradura de “entre bomberos no nos pisamos las mangueras”.
Y segundo porque de alguna manera los colombianos lo consienten, ya sea con el gaseoso discurso de que eso pertenece al fuero individual o al libre ejercicio de la personalidad, o con la cínica postura de que eso lo hace todo el mundo y la zona de confort indica que mal de muchos, consuelo de tontos.
Lo cierto es que al gobierno Petro ya le da lo mismo ser que parecer, o decir una cosa y hacer la contraria. Ya untado un dedo con Benedetti, untada toda la mano con Laura Sarabia. Y con la anuencia de una oposición errática e impopular, más centrada en la batalla por la titularidad de la herencia del expresidente Alvaro Uribe que en propuestas para reparar las deudas sociales que deja Petro, que no se distinguen en nada de las que han dejado los gobiernos de la derecha, se ha caído en una triste realidad que consiste en que a Petro se le justifica todo, como ocurría en la Argentina de mediados de los 50 con la consigna callejera “Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”.
Respuesta agitada en los estadios ante las criticas sobre corrupción durante el primer el mandato del dictador Juan Domingo Perón, y que a veces sonaba: “Puto o ladrón queremos a Perón. Y realmente lo de Leyva no dice nada nuevo para los entendidos y mucho menos para los desentendidos. Los que lo venían advirtiendo podrán soltar un sobrador “se los dije” pero de ahí no pasa y los que lo saben y se hacen los locos matizarán los hechos para continuar haciéndose los locos.
Como Gustavo Petro se hace el loco cuando revindica que Benedetti se haga el loco. Y en estados de locura o de traba se permite compararlo con el loco Jaime Bateman, el genio de la locura del M19, a quien si nos descuidamos el presidente en algún “sollis” declarará héroe mundial y decretará el 19 de abril nueva fiesta patria o le incrustará la espada de Bolívar al escudo nacional.
En todo caso pónganle los paños de agua tibia que se quieran, Petro no está en sus cabales y eso merece una consulta al especialista en adicciones y obviamente al psiquiatra. Pero en Colombia, por más agobiada y doliente que esté, va a se muy difícil que alguien se tome en serio la salud mental del presidente o se dé a la tarea de evitar que el país quede al garete en manos de una persona que necesita ayuda sicológica o psiquiátrica. Ya que este caso no se debe limitar a la preocupación por su adicción, a las drogas o al alcohol, o a ambas sustancias, que en un nivel de dependencia da lo mismo una que la otra y el consumo de una busca la otra.
A los golpes de cabeza, que no son de pecho, hay que sumarle la estabilidad emocional que genera inestabilidad nacional con trinos de media noche, o altibajos temperamentales que muestran su paranoia anti Sarmiento Angulo y su fobia antiuribista cuando tiene el sol a sus espaldas. Y súmense los síntomas de escaso equilibrio mental al defender a Nicolás Maduro y atacar a Daniel Noboa, o su incapacidad para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto con Jesús Santrich y Salvatore Mancuso, o lo repetitivo de comportamientos socialmente irresponsables que dejan ver la precariedad en su salud mental.
Por desgracia en el país existe cierta modorra nacional que se manifiesta cuando menos en escepticismo y cuando más se desliza a estado dubitativo, el cual simplemente deriva en importaculismo. Y por supuesto pocas bolas se le pararán a las advertencias que ha hecho el fundador de la Sociedad de Siquiatría, Laureno Chileuitt, con PHD en neurología y 40 años de experiencia en el tema, quien sostiene sin ambages que Gustavo Petro tiene personalidad psicopática.
Enfermedad que incluye egocentrismo, narcisismo, mitomanía, impulsividad, manipulación, engreimiento, falta de empatía, deshonestidad, ausencia de remordimiento, búsqueda de excitación, comportamiento socialmente irresponsable, dificultad para mantener relaciones y tendencia a la violencia o a la falta de respeto por las normas. Patologias que han sido asociadas en la historia a personajes de la talla de Hitler, Mussolini, Stalin, Polt Pot, y el más cercano, Pablo Escobar.
Colombia ha tenido que ver el asunto de las drogas, la violencia del narcotráfico, la decadencia de sus estructuras morales, ciudadanas y culturales de una forma tan cruda que ya nada que se relacione con las drogas y sus repercusiones la sorprende. Es peor, se ha normalizado hasta el punto que lo raro es que alguien se alarme o preocupe. Por eso no resulta extraño que temas que afecten a la sociedad como la manipulación de los sentimientos la ausencia de emociones, la capacidad de disimulo y el engrandecimiento propio que cualquier ciudadano de a pie identificaría en el presidente no sean alarmas dignas de analizar como si uno se enterara de que el piloto del avión en el que viaja se encuentra borracho, o como si el cirujano que va a operar a su hijo se encuentra bajo estado de alteración sicologica.
Esos temas de salud presidencial se sienten lejanos y ajenos pero la realidad puede terminar dramática. Los colombianos se aprestan a meterse en la vacaloca de una consulta popular propuesta por el presidente Gustavo Petro como reacción, entre populista y revanchista, a la decisión del Congreso de archivar una estrambótica reforma laboral que pretendía en últimas congraciarse con la clase trabajadora a costa de los trabajadores informales y de los pequeños y medianos empresarios, quienes representan el mayor porcentaje de la población desfavorecida respecto de los empleos formales.
La reforma proyectada con todo el tufillo de conquista sindical se explica en buena parte porque de cara a las elecciones del 2026, los sindicatos son una cauda electoral manipulable y los trabajadores oficiales son una masa votante a la hora de recurrir al clientelismo rampante como parte de la artillería electoral del gobierno para los comicios del año entrante.
Y lo más seguro es que entre lentejas y mermeladas la famosa consulta será aprobada por el Congreso que ha demostrado una vez más que no tiene problemas en asumir una u otra postura si el gobierno se les porta bien en el único tema que realmente les interesa, burocracia y contratos. Y este tipo de votación con la triunfal llegada del Ministro del Interior Armando Benedetti está más que garantizada. Un “loco” que es sin agüero y a quien no le importa si tiene que chantajear, amedrentar o sanjuanear a un congresista para que vote la consulta. Pero ya hay muchos colombianos que piensan que la consulta que urge es la psiquiátrica.