Por: Salvatore Lucchese
Mi amado Niño Jesús, en esta
Navidades, con mucha nostalgia, pero con mucha fe te escribo nuevamente esta carta con el propósito de hacerte la siguiente petición:
Permíteme nuevamente
recorrer las calles del centro de Valencia donde me crié, comerme un bistec de hígado encebollado en Peresito, disfrutar del mejor helado donde “Concetto”.
Pasear por el hermoso malecón de Puerto Cabello y disfrutar de la inigualable vista del Fortín Solano, sin antes haber probado la exquisita “Leche de Burra” en San Esteban.
Saborear los innumerables sembradíos de la hermosa San Felipe, hasta la cima de Sorte, donde yace la Deidad María Lionza, denigrada por brujos y hechiceros que tragiversaron su bondad y nobleza para convertirla en un símbolo de maldad.
Navegar en las turquesas aguas del Parque Nacional de Morrocoy disfrutando del inigualable ceviche y ostras que ofrecen sus pobladores en sus peñeros.
Sentir en mis pies descalzos la suave arena de los Medanos de Coro para luego degustar un chivo asado.
Disfrutar de la emoción tan grande a punta de gaitas de cruzar el puente de Maracaibo, degustando los patacones y pastelitos en La Limpia, rumbear en Mi Vaquita campaneando un Old Parr con el sazón de una punta trasera asada.
Hurgar en los tarantines de la artesanal Quíbor, para luego beberme un buen vaso de leche recién ordeñado de una cerrera vaca caroreña, NaGuará Barquisimeto con su melódico Cuatro instrumental.
Llega hasta La Puerta en Valera con su templado clima y su exquisita pisca andina.
Deambular por los páramos hasta llegar al Pico El Águila, comerme una trucha en la ciudad señorial de Merida, para luego paladear el rico helado en la plaza de los enanitos, subir en el teleférico hasta la inmensidad del Pico Bolívar.
Recargarme de buenas energías en la ciudad guerrera por excelencia, San Cristobal, tierra del general Marcos Antonio Pérez Jiménez, visitar Rubio ciudad natal del expresidente Carlos Andrés Pérez.
Deleitarme del vuelo de un Garzón Soldado entre esteros y moríchalés en las infinitas sabanas apureñas, meditando en los predios del río Arauca donde se paseaba
Bárbara, la de Don Rómulo
Gallegos.
Bañarme en las playas del rio Barinas, disfrutar de las coleaderas y de su carne en varas en los altos
Barineses.
Visitar la tierra del Generalísimo José Antonio Páez, Portuguesa, y su ciudad natal Curpa, vecina de Acarigua y su gemela Araure, tierra del expresidente Luis Herrera Campins.
Seguir por la hermosa e histórica llanuras y morros guariqueños.
Descansar en Clarines, ciudad natal del expresidente Jaime Lusinchi y luego seguir por las costas de Anzoátegui disfrutando de sus paradisíacos paisajes.
Tedioso el camino entre Sucre y Monagas, pero valió la pena llegar hasta Caripe, en las serranías del Cerro Negro, visitar las majestuosas Cuevas del Guácharo.
Reencontrarme con viejos amigos en Ciudad Bolívar y San Felix, bañarme en las turbias aguas donde se unen los ríos Orinoco y Caroní, sin dejar de comerme un buen carpacho de Lau Lau, navegar en las prehistóricas aguas del Salto de la Llovizna, preñar mi cuerpo con la mojada brisa del deslumbrante Churún Merú, pescar pavones en Maniapure hasta Río Negro para luego freírlo con huevos y harina pan en el remanso de un claro de luna.
Luego emprender el largo viaje hasta llegar a Caracas, para subir por Galipan del majestuoso cerro el Avila.
Divagar por Los Teques para revivir tristes pero inolvidables recuerdos de mi estadía en la cárcel militar de
Ramo Verde.
Pausar en Maracay ciudad jardín de Venezuela, la consentida del Benemérito Juan Vicente Gómez, sin antes pararme en la encrucijada para saborear los inigualables sándwich de pernil.
Y finalmente regresar a mi Valencia amada para hacer una parrilla en el cerro el café entre pinos y malezas, en fin lo que te pido mi amado Niño Dios es envejecer y morir en Venezuela, esto es lo que yo más anhelo.
Atte. Salvatore Lucchese.