Por: Julian Buitrago Arango
“Hay que jubilar a Uribe”. Eso decía el infame Roy Barreras en uno de los Petrovideos publicados por la Revista Semana y que han dejado al descubierto la estrategia de destrucción moral contra los oponentes del pacto histórico. El Presidente elegido dos veces en primera vuelta, que terminó con una popularidad cercana al 80% y puso sucesor que lo traicionó, el que ganó el plebiscito con un megáfono contra los billones derrochados en mermelada y pauta, el que volvió a poner Presidente en el 2018 y se convirtió en el Senador más votado de la historia, era un enemigo demasiado poderoso y había que quitarlo del camino.
El Senador Iván Cepeda recorrió diferentes cárceles ofreciendo beneficios a peligrosos criminales a cambio de testimonios contra Uribe. El Expresidente decidió denunciarlo ante la Corte, pero en una maniobra inexplicable pasó de acusador a acusado de manipular testigos. El Cartel de la Toga le dictó medida de aseguramiento porque lo consideraba «una amenaza para la sociedad” mientras le filtraba apartes del expediente a Daniel Coronell para que afectara su imagen ante la opinión pública. El Expresidente debió renunciar al Congreso porque no tenía garantías con esa corte sesgada, con lo que se cumplió la primera parte del objetivo, sacarlo de la vida política. El Senado perdió a su congresista más juicioso, y más de 800 mil colombianos quedaron sin representación en el legislativo.
La segunda parte correría por cuenta de la JEP, la corte de bolsillo de las Farc creada en el Acuerdo de Paz. Los falsos positivos existieron, fueron unos crímenes horrendos, pero no fueron política de Estado, ni su autor intelectual fue el Expresidente, así sus enemigos se los adjudiquen. Cinco años de funcionamiento que nos han costado casi dos billones de pesos y lo único que han hecho es sacar del sombrero el número 6.402. La Fiscalía le presentó a la JEP un listado de 2.248 víctimas, casi la tercera parte, pero esa Corte prefirió el número aportado por las oenegés zurdas porque le convenía más a su narrativa antiuribista de cara a las elecciones del 2022.
Por causa de ese numerito hoy los jóvenes repudian a Uribe y piden un cambio. Nadie les ha contado que cuando llegó al poder en el 2002, Colombia tenía la tasa de homicidios más alta del mundo, 77 por cada 100 mil habitantes, equivalente a 31.807 víctimas y que cuando entregó el poder estaba en la mitad, 34 por cada 100 mil habitantes, equivalentes a 15.459 asesinatos. No les contaron que gracias a sus exitosas políticas de sometimiento, más de 50 mil paramilitares y guerrilleros se desmovilizaron. Gracias a la política de seguridad democrática, todos esos millennials hoy pueden tener teléfonos inteligentes desde los que escriben «Uribe paraco el pueblo está berraco» en vez de estar limpiando vidrios en alguna ciudad de Ecuador o Perú, como les pasa a los jóvenes venezolanos que votaron por «el cambio» y les tocó migrar caminando a otros países.
Los terroristas descubrieron que era más rentable destruir la reputación de sus enemigos que asesinarlos, porque en vez de convertirlos en mártires los volvían parias. Por eso después de innumerables atentados contra la vida de Uribe, decidieron cambiar la estrategia e inventarle una leyenda negra de genocida. Los maestros activistas de FECODE llevan años adoctrinando niños con historias macabras en que le adjudican masacres, les ponen de lectura obligada los libros de Cepeda y para completar el lavado cerebral, existen periodistas que se han dedicado también por años enteros a escribir columnas o dibujar caricaturas que refuerzan el mito criminal del “innombrable”.
Hoy gracias a la revista Semana conocemos el modus operandi de la izquierda. Acabaron con la reputación de Uribe, con Fajardo, con Fico y ahora pretendían hacer lo mismo con el ingeniero Rodolfo, llegando al extremo miserable de sugerir que el abominable secuestro y desaparición de su hija fue una estrategia de campaña para ganar votos. Todas las formas de lucha para llegar al poder y lo más terrorífico es que así como hacen campaña gobernarían. Ojalá la sensatez prime y votemos con la cabeza, no cegados por el odio que sembraron, de lo contrario sí sabremos lo que es estar peor que Venezuela.