Por: Andrés Villota
En Colombia, la toma de decisiones en materias tan importantes como lo son la diplomacia y la política exterior, se limita a la subjetividad presidencial, acorde a la micro visión que tenga del mundo, lo que hace imposible la definición coherente y pragmática de una política exterior que se base en los intereses de todos los colombianos y no solo en los intereses subjetivos del presidente, de su esposa, de su moza o de su señor amante de turno.
Dicho de otra manera, la política exterior de Colombia, se basa en el principio de no tener política exterior. Sí existiera una política exterior, de verdad, con unas bases sólidas y con unos pilares democráticos primordiales, unos objetivos definidos y altas dosis de pragmatismo, Colombia, jamás hubiera legitimado la invasión asesina al territorio continental de la República de China, por parte del Partido Comunista Chino, al mando de Mao Tse-tung, el mayor genocida en la historia de la humanidad.
La República de China, fundada en el año 1912, es el nombre que se mantenido durante 114 años, hasta nuestros días, de la China original, real, verdadera, la que se fundó al momento de finalizar la Era Imperial China, por lo tanto, goza del reconocimiento, prestigio y respeto de una nación libre y soberana, al interior de la Comunidad Internacional.
El concepto de una sola China permaneció inquebrantable porque todos los agentes diplomáticos, el Sistema de Naciones Unidas y los gobernantes de los diferentes Estados, eran lo suficientemente inteligentes, sensatos, coherentes y evolucionados, para entender que solo existe la República de China.
El Partido Comunista Chino, creó un Estado-Nación fake, que le cambió el nombre y bautizó como “China Popular”, para despistar a incautos que creyeran que era la China original y copiaron la bandera de la dictadura comunista de la Unión Soviética, a la que solo le cambiaron el martillo y la hoz por más estrellas amarillas, para que cuando ondea pareciera ser la de otros.
Sin embargo, eso no bastó para ocultar al mundo que había roto el ordenamiento legal internacional, que había matado de hambre a 20 millones de chinos, que había esclavizado al pueblo y que le había prohibido a las madres, tener más de un hijo.
Los que crearon un Estado “Frankenstein”, usando como cuerpo, el territorio que invadieron y le robaron a la República de China, poniéndole un cerebro comunista, fueron Mao y su horda de salvajes comunistas. Por esto, al interior de una comunidad Internacional, sensata, coherente, incorruptible, no tuvo cabida semejante barbaridad de aceptar y reconocer a un régimen asesino, genocida, salvaje e ilegítimo.
La República de China, es miembro fundador de las Naciones Unidas y miembro del Consejo de Seguridad de la ONU. Hoy, no forma parte de la organización porque fue sacada de manera ilegal, con votaciones espurias que violaban los estatutos fundacionales de la misma organización.
De hecho, la República de China, tenía el poder de vetar la resolución que la expulsaba de la ONU, pero mediante una jugada sucia, puerca, de Richard Nixon y de su fiel sirviente, Henry Kissinger, viciaron esa votación, solo para cumplir con lo pactado con Mao Tse-tung, el mayor genocida de la historia.
La única China que debe reconocer el mundo, por elemental sentido común y respeto al Derecho Internacional, al margen de oenegés decadentes, debe ser a la República de China, como ha sido desde el año 1912.
Así lo hace un país digno y soberano como Paraguay, que jamás ha sucumbido a las extorsiones y a los chantajes, abiertos y descarados, que hacen los agentes diplomáticos de la China Popular para que los reconozcan a ellos.
Esta coherencia diplomática y política exterior, inquebrantable e incorruptible, ha hecho de Paraguay, una nación respetada y admirada en el contexto mundial, que acumula un poder que va más allá de su extensión territorial o de su riqueza nacional.
No es una coincidencia la enorme producción de falsificaciones y copias de artículos de todo tipo, que hacen en las fábricas de la China Popular, porque la falsedad, lo fake, lo trucho, lo chimbo, está en su ADN. Desde su creación siniestra, es una China falsa, que no conserva nada de la China original.
La China Popular es falsa, es una simple imitación de un Estado, pero no es un Estado de verdad, que terminó siendo reconocida por los más brutos, movidos por la ignorancia o por la codicia de un soborno. Es idéntico al proceso de toma de decisiones del que compra una cartera falsa de Louis Vuitton en el mercado negro, los que la compran porque son engañados fácilmente por su ignorancia o los que motivados por el precio, aceptan el engaño de manera deliberada.
Para ponerlo en perspectiva y para que sea más fácil de entender, para los colombianos, es cómo sí las FARC, el ELN y el M-19, invadieran a la Colombia continental, a sangre y fuego, y los colombianos de bien, salieran todos a la isla de San Andrés y allá mantuvieran el gobierno de Colombia y preservaran todas las tradiciones y el acervo cultural de la nación colombiana. Y luego, bautizaran a Colombia como “Colombia Humana” y su líder, Gustavo Petro, deambulara por el mundo, en guayabera blanca y con un lápiz Mirado 2, exigiendo el reconocimiento internacional y sobornando o amenazando a los otros Estados para que así lo hagan.
La economía de la República de China fabrica más del 60% de los microchips que se utilizan en el mundo, que la convierte en una potencia tecnológica global que, frente a la política pública colombiana de desarrollar la ciencia y la tecnología, encuentra en la República de China, el aliado perfecto para cumplir con el objetivo trazado.
El interés mostrado por empresas privadas de la República de China para establecerse en ciudades colombianas que le ofrezcan mano de obra calificada y condiciones de seguridad y estabilidad jurídica, atiende a la misma lógica de las más de doscientas empresas de origen estadounidense que salieron despavoridas de la China Popular por las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que padecen los trabajadores chinos de manos de la dictadura comunista del Partido Comunista Chino (PCC).
La República de China, es la mejor fabricante de bicicletas del mundo, las mismas que usan los ciclistas colombianos en las carreras más exigentes e importantes del circuito mundial. Sería una gran oportunidad para Colombia, que en el país con los mejores ciclistas se establecieran las mejores fábricas de bicicletas del mundo que, por la posición geográfica de los puertos del Caribe colombiano, podrían atender la demanda del exigente mercado de la Costa Este de los Estados Unidos.
La República de China, también, es una potencia en la fabricación de textiles inteligentes. Los jugadores de la Selección Colombia de fútbol se visten con uniformes hechos con telas Made in Taiwan. Ellos y todas las selecciones de fútbol que van a participar en el Mundial del 2026.
Desde el siglo pasado en la República de China en Taiwán, no existen rellenos sanitarios porque toda su basura orgánica la convierten en energía eléctrica. Las ciudades colombianas podrían solucionar su problema de las basuras y empezar a generar energías limpias, si traen esta tecnología que los taiwaneses están dispuestos a compartir y a financiar su implementación en Colombia.
La República de China en Taiwán es, a su vez, uno de los más importantes consumidores de café gourmet del mundo y podría ser un mercado natural para nuestros productos agrícolas por tratarse de una economía complementaria y, los más importante, se puede hacer negocios en igualdad de condiciones, transparentes, con contratos sin cláusulas leoninas como las que suelen incluir los monopolios de las dictaduras comunistas que no respetan las reglas del libre mercado y de la libre competencia.
La República de China en Taiwán firmó un acuerdo con ICONTEC, para homologar las condiciones técnicas de sus productos con los colombianos, lo que facilitará el intercambio comercial en el futuro próximo. El intercambio comercial está en aumento, porque se trata de mercados complementarios y libres.
La iniciativa privada prima sobre la estatal y el Estado debe de ser, simplemente, un facilitador de las relaciones comerciales de los particulares, como lo ha demostrado las políticas de desregulación y desmonte del tamaño del Estado, llevadas a cabo por el señor presidente Javier Milei en Argentina.
Es muy fácil revivir una relación diplomática con la República de China, que se inició en el año 1947, entre pares, libres, democráticos, que se respetan y conviven en igualdad de condiciones, sin intereses mezquinos o presiones indebidas.
Es imposible, por otra parte, mantener una relación tóxica con la dictadura comunista de la China Popular, a la fuerza, llena de maltratos, impuesta, mantenida por presiones, marrullas, chantajes, sobornos, que empezó desde 1980, por presiones más que por convicciones.
Espero que, muy pronto, se termine la invasión criminal del Partido Comunista Chino al territorio continental de la República de China y que Colombia restablezca las relaciones diplomáticas con la China original. Es muy fácil reconquistar y volver a enamorar a la República de China. Y es muy fácil, también, terminar con una relación tóxica, asfixiante, traumática, con la China Popular.
Los colombianos aman lo original porque prefieren el amor verdadero.