Por: Emersson Forigua R – Docente de Europa y Estados Unidos
El 16 de junio de 1858, en lo que era el Capitolio del Estado de Illinois, en la ciudad de Springfield, el candidato republicano al Senado de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, dio un memorable discurso en el que manifestó que “Una casa dividida contra sí misma no puede seguir en pie; creo que este gobierno no puede continuar, de forma permanente, mitad esclavo y mitad libre». Esta intervención del futuro decimo sexto presidente de los Estados Unidos, pasó a la posteridad como “El discurso de la casa dividida”, siendo una de sus piezas de oratoria más recordadas junto con otras como “La proclama de emancipación (1863)”, el “Discurso de Gettysburg (1863)” o el “Discurso de su segunda toma de posesión (1865)”. Las palabras de Lincoln hicieron alusión a una parábola bíblica que aparece en tres de los cuatro evangelios y respondió con precisión a la audiencia a la que se dirigía en la noche de 1858: Un grupo de protestantes del medio oeste estadounidense. Aunque la campaña al Senado de ese año fracasó, sus palabras dejaron clara la que había sido y seguiría siendo su postura frente a la esclavitud, un tema que dividía profundamente la sociedad, la política y la economía norteamericana en esa época, generando una creciente fragmentación que finalmente llevó, en 1861, a la feroz guerra civil estadounidense que consumió el país hasta 1865.
Lincoln entendió con precisión que la esclavitud en los Estados sureños era un mal moral, social y político, que se tenía que acabar. Desde ese pedestal moral y cimentado en su proverbial honradez, Lincoln fue consciente de como las tensiones que desgarraban el país se profundizaban, no siendo indiferente a problemas como el de “La sangrienta Kansas”. En este Estado, surgido en el marco de la expansión hacia el oeste, esclavistas y abolicionistas se enfrascaron en una guerra civil a pequeña a escala que para 1855 ya dejaba más de 200 muertos y actos tan estremecedores como el saqueo del pueblo abolicionista de Laurence por parte de los esclavistas o la masacre de cinco hombres por parte del antiesclavista John Brown y cuatro de sus hijos, en Pottowatomie Creek. Para el futuro presidente fue evidente que este problema moral estaba fuertemente relacionado con aspectos sociales, políticos y económicos que no podían ignorarse, debido a que reforzaban el riesgo de romper la unión, siendo determinantes para el futuro del país. El aumento de los Estados no esclavistas entre 1858 y 1859, rompió el equilibrio político en el Congreso, al dejar 30 senadores del Sur contra 36 del norte y 90 representantes del Sur contra 147 del Norte. Este hecho fue visto por los Estados sureños como una amenaza a su existencia, temiendo que las mayorías abolicionistas acabasen con el estilo de vida del sur, de un plumazo.
Adicionalmente, el Sur veía exacerbada su sensación de debilidad política al tener una economía principalmente algodonera, basada en la mano de obra esclava y solo el 8% de las industrias del país. Por otro lado, el norte, tenía una economía centrada en el desarrollo de la banca, vías férreas, trenes, fabricas, metalúrgicas, buques, armas, carbón y trigo, siendo asimismo creativa e innovadora. Estos factores fueron decisivos para la victoria del norte en la guerra civil y les permitieron impulsar la industrialización a niveles inimaginables una vez finalizó la contienda. Por ello, en las tensiones morales, sociales y políticas que dividían la nación también había una discusión de fondo sobre el futuro económico del país, descansando todos estos elementos en la inexpugnable convicción de los dos bandos de la justicia moral de su causa, lo que se tradujo en un creciente odio y aversión hacia el otro. Lincoln, un inigualable genio moral, logró en líneas generales entender estos elementos, siendo cruciales para mantener en pie la voluntad de lucha del norte, en una guerra que se saldó con la vida de cerca de 650.000 estadounidenses.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el Presidente Joe Biden? La respuesta radica en que una vez más los Estados Unidos se han sumido en un peligroso clima de polarización política, cuyos últimos capítulos han sido el no reconocimiento de la victoria del Presidente Biden por algunos sectores de la sociedad estadounidense, la toma del Capitolio que se saldó con la muerte de cinco personas y el inicio de un nuevo juicio político contra el expresidente Donald Trump. Aunque el presidente Biden se ha movido con celeridad desde su posesión, el pasado 20 de enero, para firmar más de 21 órdenes ejecutivas y más de 40 acciones ejecutivas, que buscan reversar las decisiones de su predecesor en temas como migración, cambio climático, igualdad o atención a la crisis del Covid19; aún no es claro el nivel de comprensión de las causas estructurales que han llevado a la actual crisis sociopolítica que corroe a los Estados Unidos. Asimismo, por el momento, no es muy evidente una estrategia viable por parte de los demócratas, para enfrentar la situación.
En el caso de Lincoln fue indudable que la esclavitud como problema moral, era la piedra angular de la polarización, al ser un sistema aberrante que el país ya no podía tolerar y que estaba fuertemente interconectado con otros elementos políticos, sociales y económicos, que fueron lentamente polarizando al norte y al sur hasta llevarlos a la guerra. En la coyuntura que enfrenta el Presidente Biden, el problema o problemas que fragmentan al país y sus interconexiones, no son tan fáciles de identificar. El expresidente Trump obtuvo 74.2 millones de votos, una cifra que no se puede subestimar, debido que muestra que un sector nada despreciable de la sociedad norteamericana comparte total o parcialmente sus ideas. Ello refleja la creciente polarización ideológica de las visiones, las ideas, los partidos, los medios de comunicación y los individuos, en temas como el acceso a la salud, el porte de armas, el medio ambiente, el uso de sustancias psicoactivas, el acceso a vivienda, la lucha contra la pobreza, el rol del Estado en la economía o la sociedad y la disposición a ser una nación multiétnica o multicultural, entre otros. Este es un fenómeno llamativo debido a la tendencia que en el pasado mostraron los estadounidenses para lograr desarrollar, desde los dos partidos y sus seguidores, consensos pragmáticos para abordar determinados problemas, aún en coyunturas críticas.
La senadora republicana Marsha Blackburn escribió hace unos días, en la cuenta del Presidente, que “no se puede gobernar con un bolígrafo y un teléfono”, una expresión con la que hizo referencia al gran número de ordenes ejecutivas firmadas por el presidente en tan corto tiempo, pero que también podría aludir al hecho de que la compleja división sociopolítica que vive el país, es ajena a cualquier tipo de solución simplista. No sé puede negar que las causas de la actual situación de los Estados Unidos son previas a Trump y continúan después de él, siendo también innegable que él expresidente Trump las exacerbo de forma significativa, siendo por ello útil ver al controvertido expresidente como una consecuencia y no como una causa de las mismas. En este momento parece que ni los demócratas en el poder, ni los republicanos en la oposición, están en capacidad o tienen la voluntad de construir un consenso básico para debilitar los extremos y mover el país hacia el centro. Este es un proceso que requeriría de aproximaciones más pragmáticas y menos ideologizadas para identificar los problemas que los aquejan y a partir de allí poder abordarlos. Esto es algo que hasta este momento no parece probable, lo que deja al Presidente Biden con una casa peligrosamente dividida y en la cual, las cusas estructurales de la división aún están por definirse.