Tensión con Rusia: un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma

Por: Emersson Forigua R – Docente de Europa y Estados Unidos

En las últimas seis semanas se ha producido un aumento de la tensión en la región de Donbáss, parte de la inestable frontera entre la Federación de Rusia y Ucrania, situación que ha revivido el temor a una guerra en Europa. La zona está inmersa en un complejo conflicto que enfrenta el oeste ucraniano, cercano a las visiones e intereses de la Unión Europea, con el este del país, que tiene fuertes vínculos étnicos y culturales con Rusia. En 2014 Rusia anexionó la península de Crimea y surgieron movimientos separatistas pro rusos en las zonas ucranianas de Donetsk y Luhansk, lo que llevó a un conflicto que a la fecha deja cerca de 14.000 muertos. Asimismo, en los últimos meses se han venido incrementado las violaciones al cese al fuego, pese a que los bandos enfrentados firmaron los “Acuerdos de Minsk II” el 11 de febrero de 2015, con los que los gobernantes de Ucrania, Rusia, Francia y Alemania acordaron, bajo la supervisión de la “Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE)”, medidas para aliviar la guerra civil en el este ucraniano y a que se firmó un armisticio, el 27 de julio de 2020.

Los ucranianos han denunciado el aumento de los choques armados con fuerzas separatistas apoyadas por Moscú, lo que ha dejado 26 militares muertos, así como la puesta en marcha de un amplio despliegue de campamentos, tropas, artillería y equipos pesados rusos en la frontera, en magnitudes no vistas desde 2014. La situación se ha agudizado por el redespliegue de unidades militares rusas en las regiones de Briansk, Vorónezh, Rostov y Crimea, siendo estos movimientos percibidos como la antesala de una posible agresión militar contra Ucrania. El Kremlin, por su parte, ha llamado la atención sobre las acciones deliberadas de Kiev para exacerbar la situación en la línea de contacto entre las tropas ucranianas y las milicias populares independentistas de Donetsk-Luhansk, lo que ha dejado 20 separatistas y dos civiles muertos. Rusia ha mencionado también el incumplimiento de los acuerdos de Minsk II por pare de Kiev, la creciente rusofobia externa e interna del gobierno ucraniano, la consolidación de las fuerzas nacionalista de extrema derecha y la realización de acciones hostiles contra los rusos de la zona. También ha señalado la creciente preparación militar de Ucrania para resolver la situación del Donbáss por la vía de las armas, con el apoyo de los Estados Unidos.

En este contexto, el Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, conversó telefónicamente el 2 de abril con el Presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, reafirmando “el apoyo inquebrantable a la soberanía e integridad territorial de Ucrania frente a la actual agresión de Rusia”, declaraciones que fueron ratificadas por del Secretario de Estado, Antony Blinken, quien manifestó de los norteamericanos seguirían apoyando la integración euroatlántica de Ucrania frente a la agresión en curso de Rusia en Donbáss, así como su soberanía e integridad territorial. El Comando Europeo de los Estados Unidos fue puesto en alerta máxima, mientras que los ucranianos plantearon su ingreso formal como miembros de la OTAN, anunciando los norteamericanos el traslado de los destructores USS Roosevelt y USS Donal Cook al Mar Negro con el fin de enviar un mensaje especial al Kremlin y nuevas sanciones. Por su parte, el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, conversó telefónicamente con la Canciller alemana, Angela Merkel, acerca de la crisis, llamando la atención sobre las acciones provocadoras de Kiev, al tiempo que enfatizó la necesidad de que Ucrania implemente los acuerdos firmados, especialmente en el sentido de establecer un diálogo directo con Donetsk y Luhansk, así como para legalizar el estatus especial de Donbáss.

El Ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, se pronunció lamentando que el gobierno ucraniano siga contando con el respaldo de occidente a pesar de que las violaciones de los acuerdos de Minsk II son obvias, al tiempo que exhortó a Washington a dejar de lado la política sin salida que ha impulsado contra Rusia, recordando que responderán a cualquier acción hostil en contra del país, incluidas nuevas sanciones como las anunciadas por los estadounidenses tras su revisión de inteligencia a las acciones hostiles realizadas por los rusos. El Ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigú, llamó la atención por las maniobras “Defender Europe 21” de EEUU y la OTAN, en las que se están movilizando fuerzas hacia las fronteras europeas de Rusia, se han intensificado operativos de reconocimiento aéreo y reconocimiento naval, al tiempo que se han concentrado unidades en la región de los mares Báltico y Negro, una actividad amenazante ante al cual Rusia ha trasladado a dos ejércitos y tres agrupaciones aerotransportadas hacia sus fronteras occidentales. La portavoz de la Cancillería rusa, María Zajárova, manifestó que la hipotética obtención de la membresía en la OTAN, contrariamente a las expectativas de Kiev, no traerá la paz a Ucrania, sino que por el contrario, provocará una escalada de tensión en el sureste y podría tener consecuencias irreversibles para el Estado ucraniano. La misma posición fue reafirmada por el Subjefe de Gabinete de la Oficina Ejecutiva Presidencial, Dimitry Kosak y el Viceministro Ruso de Relaciones Exteriores, Serguéi Riabkov, quien afirmó que Rusia asegurará que su seguridad y sus intereses estén garantizados, cualquiera que sea el desarrollo de los eventos, agregando que no quieren una escalada, pero que están listos para cualquier giro de la situación.

Aunque nadie quiere una guerra en Donbáss, la probabilidad de que este escenario se haga realidad ha vuelto a poner sobre la mesa la difícil situación por la que atraviesan la relaciones entre Rusia y los Estados Unidos-Europa. La coyuntura critica que se observa no solo es resultado de los hechos ocurridos recientemente en el este de Ucrania, esta situación es producto de la gradual acumulación de tensiones, la divergencia de intereses y la discrepancia de visiones, entre estas dos potencias, en las últimas dos décadas y media. Desde el punto de vista estadounidense y de sus aliados europeos, tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991, la ampliación de la Unión Europea – OTAN hacia Europa Oriental se convirtió en un interés de primer orden al ser una acción que ayudaba a la estabilidad, la seguridad y la integración, así como a la expansión de la democracia, el estado de derecho y los valores europeos, en una zona que estuvo bajo la influencia de Rusia a través de la URSS. La presencia de los norteamericanos, en la cúspide de su poder, fue entendida en líneas generales como una garantía para contener las fuerzas del nacionalismo o las reivindicaciones territoriales, minimizando con ello las probabilidades de que volvieran a surgir conflictos. De llegar a surgir, como ocurrió con la desintegración de Yugoslavia en la década de los 90, se les podría hacer frente con operaciones militares como las realizadas en Serbia y Kosovo.

Al iniciar el Siglo XXI, esos principios rectores se mantuvieron como guías de la expansión de la Unión Europea – OTAN sobre las antiguas zonas de influencia de Rusia. En el año 2002 los Estados Unidos tomaron la decisión de retirarse del Tratado de Antimisiles Balísticos (ABM) firmado con la URSS en 1972, argumentando que impedía desarrollar métodos para proteger a los ciudadanos estadounidenses ante futuros ataques con misiles de terroristas o Estados enemigos, al tiempo que se anunciaba el despliegue de un escudo antimisiles con interceptores e instalaciones de radar en Polonia y República Checa, decisiones que generaron profundo malestar e inquietud en Moscú. Durante el año 2003, los norteamericanos llevaron a cabo la invasión de Irak, país donde había intereses rusos, con el fin de remover del poder a Sadam Hussein, poner fin a su programa de armas de destrucción masiva y expandir la democracia en Medio Oriente. Asimismo, entre 2003 y 2005 los estadounidenses apoyaron las “Revoluciones de Colores” en Ucrania, Georgia y Kirguistán, las cuales fueron presentadas como evidencia de una sociedad civil floreciente en los antiguos territorios soviéticos, lo que se alineaba con los objetivos norteamericanos de fomentar la democracia, la libertad y el estado de derecho, siendo posible hacerlos parte del bloque occidental. En abril de 2008 se anunció que Georgia y Ucrania serían miembros de la OTAN, lo que incrementó las tensiones en las regiones independentistas de Georgia (Abjasia y Osetia del Sur), situación que llevó la guerra entre georgianos y rusos en agosto, escenario en el que los norteamericanos brindaron su apoyo con asesores militares, lo que no impidió la victoria de Rusia.

El Presidente Obama no promovió la membresía de Georgia y Ucrania en la OTAN, restando prioridad al plan de desarrollar el escudo antimisiles, gestos que permitieron a Estados Unidos contar con un corredor aéreo a través de Rusia para abastecer sus fuerzas en Afganistán y avanzar en la negociación de un nuevo acuerdo para el control del número de armas nucleares (New START). Sin embargo, en 2011, en el marco de las Primaveras Árabes, el apoyo dado por los norteamericanos a la oposición en Libia y Siria para construir gobiernos democráticos llevó a complejas guerras civiles en estos países, así como a un importante involucramiento de Estado Unidos y Europa, lo que terminó vulnerando los intereses económicos, políticos y militares rusos en estos países. La situación empeoró cuando los estadounidenses, en cabeza del Vicepresidente Joe Biden y la Secretaria de Estado Hilary Clinton, decidieron apoyar a través de ONG’s la oposición y las protestas contra la reelección del Presidente Putin, argumentando que se buscaba respaldar los derechos y aspiraciones del pueblo ruso que quiere progresar, construir un mejor futuro para sí mismo, siendo las protestas un fenómeno motivado únicamente por causas internas. Fue en este contexto en el Vicepresidente Biden manifestó que Vladimir Putin no tenía alma y que no hay nada que Putin pudiera hacer militarmente para alterar fundamentalmente los intereses norteamericanos.

En los años siguientes Estados Unidos continuó trabajando para fortalecer su presencia militar en Polonia, los Países Bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) y el Mar Negro, al tiempo que estrechó sus lazos con los ucranianos, apoyando a este país cuando en 2014 estalló una crisis producto de las protestas realizadas en el oeste del país para respaldar el acercamiento de Ucrania hacia la Unión Europea y que fueron rechazadas por comunidades rusófilas de la este de Ucrania. La situación llevó a la anexión de Crimea por parte de Rusia que veía en esta acción una amenaza a su capacidad para controlar el Mar Negro, a sus puertos de Sebastopol (Militar) y Novorosíisk (Comercial), así como al avance de sus proyectos de integración regional: La Unión Euroasiática y la Unión Económica Euroasiática, de los que esperaba que Ucrania fuera parte. La anexión de Crimea llevó a la imposición de sanciones económicas por parte de Estados Unidos y la Unión Europea sobre Rusia, lo que ralentizo el crecimiento económico del país. Las tensiones siguieron aumentando cuando sectores del gobierno estadounidense acusaron a Moscú de interferir en la campaña electoral norteamericana de 2016, con el fin lograr la derrota de Hilary Clinton y favorecer la victoria de Donald Trump, cuyo gobierno trató de mantener buenas relaciones con Rusia. Esto no evitó que los estadounidenses se retiraran del “Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias”, firmado en 1987 con la URSS y del “Tratado de Cielos Abiertos”, firmado en 2002, acusando a Rusia en ambos casos de no cumplirlos.

El Presidente Biden inauguró su administración llamando a Putin asesino, amenazando a Rusia con sanciones, represalias y castigos por su interferencia en las elecciones de 2020, así como por vulnerar los intereses norteamericanos, anunciado asimismo el nombramiento de un enviado especial, Amos Hochestein (Antiguo enviado especial y coordinador de asuntos energéticos de Obama y ex miembro del Consejo de Supervisión de la compañía energética ucraniana Noftogaz), para bloquear la terminación del gasoducto Nord Stream II. Esta obra permitirá a Rusia suministrar gas barato directamente a Alemania a través del Báltico, siendo el objetivo de los americanos evitar el fortalecimiento de los rusos como proveedor de energía a Europa y lograr que los alemanes adquieran el gas a los estadounidenses. Estados Unidos también han criticado el avance ruso sobre el Ártico, la modernización de las fuerzas militares rusas, sus capacidades para librar guerras hibridas, el autoritarismo del gobierno y las duras acciones llevadas a cabo contra la oposición, al tiempo que cuestiona los principios y valores que guían la sociedad. Por lo anterior es claro que durante la administración Biden es poco probable que la cosas mejoren, debido a que se ha posicionado la imagen de Rusia como un agresor irredento, que ataca sin razón alguna y al que hay que castigar, siendo esperable un incremento de las tensiones en lugares como el Báltico, Europa Oriental, el Mar Negro, Bielorrusia o Ucrania.

Desde el punto de vista de Rusia, la lectura de las acciones estadounidenses en las últimas dos décadas fue muy diferente, respondiendo a objetivos mucho más prosaicos, poco ligados con la promoción de la democracia, el estado de derecho o algún tipo de valores. Para los rusos, la expansión en los años 90 de la Unión Europea-OTAN hacia Europa Oriental, posicionándose cada vez más cerca de las fronteras rusas, fue percibida en mayor o menor medida y pese al atlantismo de Yeltsin, la creación del “Consejo Conjunto Permanente OTAN-Rusia” o la “Carta de Cooperación y Consultas”, como una amenaza a su seguridad, siendo una herramienta inadecuada para construir la seguridad europea. Para Rusia, la OTAN había surgido con el objetivo de mantener a los Soviéticos a raya, a los alemanes controlados y a los estadounidenses al frente de Europa, ahora que los soviéticos ya no existían, Rusia estaba debilitada, los alemanes eran socios confiables y no había amenazas al poder estadounidense, ¿Por qué se mantenía la OTAN y se ampliaba? ¿Contra quién iba dirigida la alianza militar? La respuesta parecía apuntar con claridad hacia Moscú, siendo un curso de acción que se aprovechaba de la debilidad política, económica y militar del país, aquejado por la crisis económica, una turbulenta transición sociopolítica, una brutal guerra en el Cáucaso contra los separatistas chechenos y otras guerras en Bakú, Karabaj, Georgia, Moldava o Tayikistán. Este curso de acción generó una creciente percepción, convertida en algunos casos en certeza, de que los estadounidenses ponían en marcha una estrategia de largo aliento que buscaba vulnerar los intereses rusos y marginar a Rusia como poder europeo.

Bien fuera con la debilitada Rusia de Yeltsin o fortalecidos bajo Vladimir Putin, los rusos concluyeron que sus intereses políticos, económicos, culturales, geopolíticos y militares eran sistemáticamente desconocidos, vulnerados o trasgredidos por las ampliaciones de la OTAN en Europa y las intervenciones de los norteamericanos en lugares como Serbia, Kosovo, Irak, Libia, Siria o Ucrania, lo que generó un profundo sentimiento de hostilidad e indignación. Para Rusia fue de especial gravedad la decisión estadounidense de retirarse del Tratado de Antimisiles Balísticos en 2002, hecho que fue entendido como una acción para degradar y debilitar las capacidades de disuasión nuclear de Moscú, percepción que se ratificó cuando se anunció el despliegue del escudo antimisiles en Europa Oriental, una herramienta que solo afectaba al Kremlin. Aunque los norteamericanos insistieron en que el despliegue era defensivo, Rusia manifestó su desconfianza debido a que el sistema podía volverse ofensivo con facilidad, amenazando zonas estratégicas del país. El apoyo dado por los estadounidenses a las “Revoluciones de Colores” en el espacio Ex Soviético fue visto como una estrategia americana para fomentar cambios de gobierno utilizando la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y organizaciones como la Open Society Foundations, la USAID, el National Endowment for Democracy u otras ONGs, lo que minó aún más la confianza de los rusos sobre las verdaderas intenciones de los norteamericanos, debido que en estas zonas se ubica o desde ellas se puede amenazar infraestructura militar, comercial, industrial o energética vital, siendo asimismo lugares con una importante significación histórica o cultural para los rusos.

Para Moscú, la intervención estadounidense en las elecciones rusas de 2011, acción en la que se invirtieron millones de dólares para empujar los resultados electorales en una dirección que buscaba perjudicar la reelección Vladimir Putin, fue una agresión que escaló significativamente la tensión, pese a que tanto los estadounidenses como los europeos siempre han negado o minimizando la importancia de este hecho. Finalmente, el involucramiento de los norteamericanos y algunos de sus aliados europeos en Ucrania fue un paso particularmente hostil para Rusia, debido a que desde la época de Yeltsin los rusos han sido categóricos en el sentido de que el avance de la Unión Europea y la OTAN sobre Ucrania era una línea roja que no se podía cruzar, algo que incluso Francia y Alemania reconocieron en 2008, siendo en la actualidad la situación mucho más instable y volátil que en ese momento debido no solo a la inocultable animadversión personal entre los líderes de Rusia y Estados Unidos, sino también al deterioro de la interlocución bilateral y la acumulación de tensiones entre los dos países. Los hechos de las dos últimas décadas han llevado a que Rusia desarrolle una visión en la que Estados Unidos es un actor que busca unilateralmente imponer su voluntad, visiones y principios en el espacio Ex Soviético y a la propia Rusia, actuado en detrimento de los intereses de Moscú, a quien confiere un rol de actor tangencial, subordinado, en su propia área de influencia, siendo identificable lo que parece ser una estrategia con la que se busca marginar a Rusia como poder europeo. Esto es algo que Moscú no parece estar dispuesto a aceptar sin luchar, pese a que la economía norteamericana es cerca de ocho veces más grande que la rusa y que el presupuesto norteamericano en defensa es once veces superior.

Por ello es fundamental analizar la actual crisis de Ucrania de manera mucho más estratégica y menos coyuntural. La actual situación descansa sobre procesos acumulativos interconectados con profundas raíces históricas y en la respuesta pragmática a preguntas como ¿Dónde empieza y termina la Unión Europea – Rusia? ¿En qué forma amenaza una esfera de influencia rusa los intereses de Estados Unidos-Europa? ¿Cómo se pueden reducir las probabilidades de que el conflicto ucraniano se escale? En este marco es útil tener presente que Rusia ha definido sus intereses nacionales en torno a la promoción de un orden multipolar, la defensa de los intereses de Rusia, la recuperación de su posición internacional y la necesidad de responder a la amenazante política de contención desarrollada contra Rusia por Estados Unidos-OTAN, siendo fundamental preservar y desarrollar la cultura, los valores espirituales y morales rusos tradicionales, así como fortalecer sus fuerzas militares. En un programa de radio, en octubre de 1939, Winston Churchill manifestó que «No puedo adelantarle las acciones de Rusia, es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma, pero quizá haya una clave, la clave es el interés nacional de Rusia”, valiosa reflexión que puede ser un primer paso para entender esta compleja situación y tratar de frenar la peligrosa inercia que está adquiriendo este escenario.

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