Por: Mayor General (RP) William René Salamanca
Un caballo con el agua hasta el cuello. Sobre el noble animal una valiente jinete vestida de azul, con tapabocas y gorro médico. Con una mano guía las riendas del corcel y con la otra protege la nevera de icopor donde guarda una dosis de esperanza para la gente olvidada de Colombia.
La imagen surrealista parece sacada de los tiempos de la Colonia, de épocas pretéritas en que el progreso llegaba a lomo de mula. Pero no, es de pleno siglo XXI, vivida hoy en los morichales de los Llanos Orientales, donde un grupo de aguerridas mujeres libra a diario una batalla épica contra la pandemia del covid-19 y toda clase de enfermedades tropicales.
Son las vacunadoras del hospital San Lorenzo, de Arauquita, las mismas que todos los días dejan a sus hijos para internarse en la Colombia profunda; allá donde el río Cusay decide si deja pasar o no, en especial en tiempo de invierno, cuando el barro y el agua lo cubren todo y dejan incomunicada la región. Sortean múltiples peligros, como las serpientes venenosas y el accionar de grupos armados ilegales, más el sofocante calor y torrenciales aguaceros, para cumplir con su probada vocación de vacunar a niños, jóvenes, adultos y abuelos.
“Son jornadas extenuantes. Partimos a las 6 de la mañana y regresamos a las 6 de la tarde e incluso al día siguiente, muertas del cansancio, después de haber vacunado la mayor cantidad de personas posibles, con la satisfacción de haber contribuido a salvar muchas vidas”, me relató esta semana Milena Bernal, en diálogo telefónico desde el remoto corregimiento de Puerto Jordán, hasta donde llegó en desarrollo del Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI).
Después de hacerles el desayuno a sus hijos se montan en una moto, hasta donde la trocha lo permite; luego atraviesan esteros o corrientes de agua en lanchas; después buscan prestado o alquilado un caballo para continuar su camino y, allí, donde ni siquiera pueden moverse las mulas, continúan a pie, en medio del lodo, hasta llegar a donde los moradores más lejanos, en un territorio habitado cada kilómetro cuadrado por tan solo tres personas.
Su abnegada labor humanitaria, siempre respaldada por las Juntas de Acción Comunal, ha llegado hasta el distante caserío Bocas del Ele, para convencer a nuestros indígenas de las bondades de los biológicos, sin violentar sus creencias ancestrales.
Qué honor haber podido dialogar con Milena y con la coordinadora de vacunación de la zona, Nelly Pérez Manrique, para expresarles mi admiración por tan sublime acto de generosidad hacia el prójimo, el mismo que hago extensivo a esas guerreras que se internan en la Sierra Nevada de Santa Marta para vacunar a nuestros indígenas; en Aranzazu (Caldas), para hacer lo propio con nuestros abuelos; en todo el litoral Pacífico; en Amazonas, Caquetá y La Guajira, y en otros tantos rincones de nuestra compleja geografía nacional.
Sus arriesgados viajes traen a mi memoria los tiempos en que, como oficial de policía, trabajé, hombro a hombro, con muchos de sus moradores para vencer los repetitivos vicios del centralismo y la burocracia que tanto daño le han hecho a nuestro país. Por eso, siempre guardo un especial aprecio por tantos héroes anónimos que, como se lo expresé a Nelly y a Milena, gracias a ellos este país no se ha hundido en el caos y la desesperanza.
Confieso que su macondiana labor genera una mezcla de sentimientos encontrados, que oscilan entre la admiración, la impotencia y la rabia. No puede ser que mientras los corruptos cada año se embolsillan más de 50 billones de pesos del erario, estos territorios no cuenten con lo mínimo para tener una vida digna, como vías transitables, unos puentes que remplacen peligrosas cuerdas colgantes, medios de transporte que pongan fin a esas eternas caminatas de nuestros niños para asistir a la escuela más cercana, centros médicos dotados con los elementos básicos y otros servicios que no son lujos, sino principios fundamentales, propios de un Estado Social de Derecho.
Este escenario de olvido es el que permite que germine la violencia en todas sus manifestaciones, porque allá donde no hay progreso ni presencia integral del Estado siempre brota y se reproduce la semilla del conflicto armado, el narcotráfico, el abigeato, la trata de personas y otros tantos males que aquejan a nuestro país.
Este es un llamado a nuestra clase dirigente, para que mire hacia esa Colombia perdida entre la manigua; para que incluya en sus programas de gobierno verdaderas propuestas que permitan recuperar el control de nuestro territorio, con vías primarias, secundarias y terciarias, centros de salud, colegios y algo de ese bienestar que algunos privilegiados gozan con indiferencia indignante en las grandes urbes.Nuestra invitación a cada colombiano es a revisar minuciosamente los planes de gobierno de quienes aspiran a la Presidencia de la República, para determinar si estos contienen la mínima dosis de humanismo que se necesita para sacar a Colombia del pantano que nos tiene con el agua al cuello.
No podemos terminar este viaje imaginario al mundo de las guerreras del morichal sin hacerle un sentido reconocimiento a todo el personal médico que viene vacunando a millones de compatriotas en pueblos y ciudades, con estándares humanísticos y profesionales que nada tienen que envidiarle a los planes de vacunación establecidos por Estados Unidos y Europa.
Comprobamos, de primera mano, cómo en varios puestos de vacunación de Bogotá el orden, la eficiencia y la amabilidad son el común denominador a la hora de atender a la población, que incluye desde darles la bienvenida, ayudarles a llenar el formato de consentimiento, tenerles una zona de recuperación, dictarles una charla con los cuidados a seguir e incluso ofrecerles transporte hasta la avenida más cercana; acciones que siempre terminan con un atronador aplauso, un “gracias” que nace del corazón y hasta lágrimas de alegría, tal como lo pude corroborar cuando acudí a uno de los puntos establecidos para inmunizar al personal de nuestra Policía Nacional.
Por eso, raya en lo absurdo que, mientras el personal médico hace sus mayores esfuerzos por proteger a sus semejantes, todavía haya gente renuente a vacunarse y toque rogarle para que proteja su vida y la de lo demás. Desde este espacio, queremos invitarlos a dejar tanto prejuicio y no esperar incentivos para cumplir con este impostergable compromiso de salud pública que nos permita alcanzar la tan anhelada inmunidad de rebaño y recuperar parte de nuestra antigua normalidad, para así retomar el camino del crecimiento económico, que se traduzca en desarrollo sostenible, en especial en nuestros territorios carcomidos por el barro, la marginalidad, la pobreza, la violencia y el olvido.Para todo el personal médico y logístico que participa del Plan Nacional de Vacunación, una vez más, todo mi agradecimiento.
Su vocación de servicio, sus agotadoras jornadas y su amor por Colombia gozan de mi gratitud eterna. Gracias a ustedes estamos superando uno de los mayores desafíos de salud pública de todos los tiempos.
A Nelly, muchas gracias por esa fortaleza para enfrentar tantas adversidades. No es fácil ser madre cabeza de familia y tener que trabajar tantas horas seguidas, como lo ha hecho usted en los últimos 14 años, con un sentido de profesionalismo digno de emular.Para Milena y demás integrantes de ese maravilloso equipo médico de Arauquita mil gracias por lo que hacen en ese hermoso rincón de nuestra patria.
Su ejemplo cotidiano nos inspira a no desfallecer en nuestra tarea de ayudar a construir una mejor Colombia. Desde los 640 kilómetros que nos distancian y las casi 12 horas de viaje por trochas en mal estado, un abrazo fraterno de un compatriota que las admira y las aprecia.