Por Rafael Nieto Loaiza
02 de octubre, tres años del plebiscito. Aunque Santos dijo que los ciudadanos “tendrán la última palabra” en relación con su acuerdo con las Farc, en realidad se inventó el plebiscito para, confesión de su escudero Benedetti, “hacer una jugada política que consistía en darle una estocada final al uribismo”. Le salió el tiro por la culata: el NO triunfó.
Una victoria milagrosa. Sin excepción, los poderes se alinearon con el Sí: el Congreso y los partidos políticos (menos el Centro Democrático), los grandes grupos económicos, el grueso de la jerarquía católica y el papa Francisco, los grandes medios de comunicación, los gobernadores y alcaldes, presionados por el gobierno, las altas cortes que, sin pudor, pusieron el pacto con las Farc por encima del estado de derecho, la Constitución y sus deberes jurídicos. Cambiaron las reglas de juego para que ganara el Sí: bajaron el umbral para la aprobación del plebiscito del 50 al 13%, se levantó la prohibición de participación en política para los funcionarios públicos de manera que todo el gobierno pudiera apoyar el Sí, le negaron financiación pública a la campaña del NO pero gastaron miles de millones del presupuesto en la del Sí. Embaucaron a la opinión: so pretexto de hacerle pedagogía al plebiscito, hicieron propaganda falsa y engañosa. Prometieron que llegaría “la paz” si ganaba el Sí, dijeron que vendrían multimillonarios beneficios económicos, y amenazaron con que “si el plebiscito no se aprueba volvemos a la guerra, así de sencillo” y, más grave, “a la guerra urbana, que es más demoledora que la guerra rural».
Sin embargo, en ese combate de David contra Goliat, contra todos y contra todo, el NO salió victorioso. Un triunfo que enseña que hay que dar todas las batallas, incluso las que parecen perdidas, que las causas justas consiguen apoyos discretos y silenciosos pero efectivos, y que las redes rompen el monopolio informativo de radio, tv y prensa y permiten la movilización de ideas disruptivas.
Tras la victoria vino el conejazo, la trampa descomunal, la violación a la democracia. Santos, con el apoyo del Congreso de entonces, el aplauso de los grandes medios (con la excepción valiente de RCN), y una vergonzosa sentencia de la Corte Constitucional (que cambió de posición en apenas semanas y aceptó que el Congreso usurpara al pueblo a través de una “proposición” que ni siquiera tiene sustento legal) rompió el sistema democrático, desconoció el triunfo del NO en el plebiscito que él se había inventado dizque para acabar el uribismo e implementó el acuerdo negado en las urnas. La bendición a la profanación en el Congreso y en la Corte Constitucional solo dio apariencia de legalidad, pero no cambió en nada el déficit de legitimidad de la implementación del pacto.
Las consecuencias son todas negativas. El raponazo al NO dejó a la sociedad no solo dividida sino polarizada, con una fractura profunda que, estoy convencido, no se resolverá al menos en el mediano plazo. Hoy no tenemos acuerdos en lo fundamental: el respeto de la voluntad popular, la protección de la Constitución, el repudio a la mermelada, el tratamiento al delito y a los violentos, la no impunidad de crímenes internacionales, la igualdad frente a la ley, los mecanismos para enfrentar el narcotráfico, entre ellos la erradicación forzada, la aspersión aérea y la extradición. Acá hay quienes todavía aplauden, como un sacrificio que había que hacer por “la paz”, que se haya violando el resultado de las urnas, que se haya manoseado el orden jurídico y se haya comprado a magistrados y congresistas, que no haya penas reales para los criminales, que se premie a los violentos con derechos y beneficios que no tienen los ciudadanos que nunca han delinquido, que se haya quebrado el espinazo de la rama judicial y que los criminales hayan creado el tribunal que los “juzgará”, que creen que a los narcos hay que dejarlos tranquilos y no extraditar a los de las Farc.
Además, las instituciones se erosionaron gravemente. Mancharon la Constitución. La Presidencia negoció como si las Farc fueran iguales política y éticamente al Estado y a la Fuerza Pública. Y encabezó el desfloramiento grupal a la voluntad popular. El Congreso perdió el poco prestigio que tenía y hoy alberga bandidos de la peor calaña a los que les regalaron las curules. La Constitucional es vista con desconfianza por muchos y falla por política e ideología y no para defender la Constitución. Lo mismo ocurre con la sala penal de la Suprema.
Para rematar, los hechos muestran que ocurrió lo que anunciamos: la “paz” no existe; las Farc suman “disidencias”, “reincidentes” y un partido en el Congreso; el Eln tiene más fuerza que nunca; las bandas criminales crecen con el narcotráfico, vivimos en un mar de coca, las calles se inundaron de droga y aumenta dramáticamente la drogadicción; la Fuerza Pública no tienen moral para el combate, su presupuesto está recortado, y la inteligencia y la capacidad aérea están en los rines; y el año pasado hubo más homicidios que en el 2017.
Un pacto espurio, una implementación ilegítima, un resultado desastroso. Eso nos ha dejado el asalto al triunfo del NO en el plebiscito.