Por: Ricardo Puentes
Sobre la carta de Lía Fowler y sus amigas
Entre ayer y hoy rodó por internet una “declaración pública”, o algo similar que firmaban tres mujeres, con Teresa Marmolejos a la cabeza. En este manifiesto se me acusaba, poco más o menos, de ser un estafador que pedía dinero a varias personas para solucionar las mismas cosas. No le di mucha importancia a este nuevo ataque, así que publiqué ratificando que, efectivamente, he recibido apoyo de muchas personas y que he agradecido siempre tales apoyos. La inmensa mayoría de esos apoyos, no obstante, no los pedí yo aunque igualmente siempre los agradecí.
No quería pasar de ahí, pero una terrible carta que publicó Lía Fowler en mi contra, cargada de virulencia y repitiendo las mismas cosas que dice la Marmolejo, me obliga -frente a mis amigos, no a mis enemigos- a hacer necesarias aclaraciones.
Aclaraciones que, debo reconocerlo, me producen mucho dolor y me lleva a contar cosas que son de mi estricta vida personal.
1. Dice Lía que yo le pedí una suma fuerte de dinero a Teresa para cubrir unos costos de falsas citaciones a la Corte y a multas. Yo sí le comenté a Teresa de esas necesidades, y lo hice porque ella se comunicó conmigo y me preguntó qué sucedía, porque había escuchado que tenía problemas de desalojo. Yo le comenté lo que sucedía. Y acá empiezan a acusarme de mentiroso.
Dice Lía Fowler que es falso que me estuvieran haciendo un desalojo porque su esposa era co firmante en mi contrato de arrendamiento. Si tan solo Fowler se hubiera dignado preguntarme antes de salir a llamarme mentiroso, hubiera sido más fácil aunque menos placentero para ella.
Es cierto que el esposo de Lía figuraba en el contrato de arrendamiento de un apartamento ubicado en Chester. Pero jamás dije que de ese apartamento era que me estaban haciendo desalojo.
Del apartamento que me desalojaron era de otro donde yo estaba viviendo con uno de mis hijos después de haberme tenido que separar de mi ex esposa, por motivos que no voy a explicar acá. Al tener yo doble carga de arriendos (uno con ayuda de Fowler) sucedió lo que vendría después. En esos meses, la página de Periodismo Sin Fronteras sufrió el más virulento ataque de que hayamos tenido noticia. Según los ingenieros del servidor, nunca habían visto semejante despliegue de tecnología para tumbar una sencilla página como la nuestra.
No solamente explotaron el servidor, sino que destruyeron mi computadora, no sin antes entrar a la página de mi banco, donde yo tendría 2.500 dólares aproximadamente (no recuerdo con exactitud la cifra) que se esfumaron en compras de intangibles, como cursos de cartas, lecturas de esoterismo en línea, y cosas así.
No solamente desocuparon mi cuenta sino que la pusieron en sobregiro por casi 1.000 dólares. No hubo manera de pelear con el banco. La investigación demostró que las compras de esos intangibles salieron desde mi computadora y que no habían robado ni mi chequera ni mi tarjeta débito.
Ante la imposibilidad de pagar ese mes de arriendo en el apto que yo habitaba, decidí cubrir el arriendo del apartamento donde Fowler estaba de coarrendatario.
Cualquier persona puede consultar, con mi nombre, ese proceso de desalojo. Es muy simple.
2. Si bien es cierto que Lía decidió pagar la deuda restante del auto, para evitar -como dice ella en su carta- tener vínculos conmigo, ella jamás me manifestó ese motivo. Por el contrario, en un mensaje de octubre 16, que aún tengo en el WhatsApp, ella me pide mi nueva dirección. Le doy mi POBox y le digo que no tengo dirección porque ando quedándome en hoteles. Ella me dice que pagó una cuota del carro que se estaba atrasando y yo le contesto que no debió hacer eso porque yo había hecho un acuerdo de pago con la financiadora. Ella dice que igual hizo el pago y que va a pagar todo el resto de la deuda, y que todo quedará a mi nombre. Yo le agradezco y le ofrezco disculpas por los malos momentos que le he hecho pasar debido a mi situación financiera.
Cuando me llegan los papeles, en enero de este año, el carro está en el taller por una estrellada de que fui objeto. La situación no podría ser peor, pero empeoraría.
Cuando me entregan el auto en el taller, ya a mi nombre, no pasó mucho tiempo antes de que lo embargaran. Me lo quitaron en horas de la noche, mientras yo dormía en un hotelucho.
De ahí en adelante, tuve que alquilar un carro en Lyft para poder seguir trabajando conduciendo. Muchas veces dormí en el carro por falta de dinero para poder hacerlo en un hotel. De esto solo un par de amigos se enteraron,
3. Dice Lía que miento respecto al carro, que nunca fue embargado. Pero no miento. Después de tratar de negociar con los tenedores del carro, para que me lo entregaran y poder pagar por cuotas la suma adeudada (que ya se había trepado a cerca de 6.000), accedieron a que hiciera los pagos y me entregarían el carro cuando hubiera pagado el total. Por supuesto, esa tarea fue imposible. Cuando ya daba por perdido el carro, hablé con el tenedor y me dijo que me daba un último plazo para el día 12 de julio pasado. Eran casi 5.000 dólares. Un amigo me había ofrecido su ayuda, aunque no para ese día, así que lo llamé y le conté la situación. Y me prestó el dinero con el cual pude recuperar el auto.
Mi amigo nunca me pidió documentos para verificar que el carro hubiera estado retenido, pero ante la carta de Lía, me solicitó esos documentos y se los envié de inmediato. Y quedó satisfecho.
4. Dice Lía que cuando yo llegué a Estados Unidos, ella me ofreció su apoyo luego de verificar que yo era un perseguido político. Eso es cierto. Sin embargo, debo contar que yo había decidido cruzar la frontera hacia Canadá, junto a mi ex y a mis hijos. Ya había hablado con un abogado y con un amigo que nos recibiría en la frontera. Así se lo hice saber a Lía, agradeciéndole su interés en contactar a su amigo abogado. Le dije que yo veía la situación muy difícil en USA, que yo no tenía trabajo, que mi nivel de inglés era paupérrimo, que estaba sin dinero, y que en Canadá el Estado me apoyaría durante un año mientras aprendía el idioma y que ellos se encargarían de conseguirme trabajo. Las condiciones en Canadá eran mejores para mí en esos momentos.
Sin embargo, Lía insistió en que nos quedáramos, y que ella nos apoyaría financieramente mientras se definía el tema del asilo. Torpemente, aunque muy agradecido, acepté ese apoyo. Si yo hubiera sabido lo que vendría luego, definitivamente me hubiera ido a Canadá. Amo este país, pero acá hemos pasado muchas, muchísimas penurias.
5. Lo que cuenta Lía del Gofundme, es muy cierto. Ella se dedicó a conseguir fondos y se levantó un dinero que nos ayudó muchísimo a instalarnos.
6. También es cierto el resto de lo que cuenta. Lo de los apoyos emocionales, financieros, etc. Y se queda corta.
7. Pero lo que recibí como una puñalada, fueron las insinuaciones de que yo era una especie de aprovechado de su generosidad. No fue así.
8. Habla Lía de un préstamo que le solicité por 2.000 dólares para una eventualidad urgente con uno de mis hijos. Cierto. No tuve a quién más acudir. Y ella, aunque pudo decirme que no, me los prestó diciéndome que se los pagara cuando yo pudiera. Todo eso se lo agradecí.
9. Pero la insinuación malévola de Lía, luego de hablar del préstamo, es decir que yo me pegué un viaje a Miami, con ese dinero que no estaba destinado a tal cosa. Eso es una mentira, y así se lo aclaré en su momento. Viajé a Miami, sí. Pero fui invitado por Liliana Melo, del equipo de campaña de Alejandro Ordóñez, para una serie de reuniones que habría con el ex procurador. Yo, encantado. El donante pagó todo: Hotel, alimentación y pasajes. Y le di a Lía el número de Liliana Melo para que confirmara. Hace casi un año. Fue muy bajo ese comentario por parte de ella.
10. Me acusa Lía de “menospreciar” la ayuda de Marmolejo. Jamás. En su momento, cuando ella me llamó para decirme que quería regalarme una tarjeta de Walmart, le agradecí inmensamente. Lo que sucede es que Teresa mencionó en un trino que me había dado una tarjeta de 150 dólares, y yo respondí que no estaba seguro de la cantidad pero que era fácil verificar buscando el correo electrónico. Le manifesté a Teresa que prefería regresarle ese valor.
11. Finaliza la carta Lía diciendo que yo cometí delitos contra ella, contra Teresa y contras las otras dos amigas. Las invito a que instauren la correspondiente denuncia. Sin bravuconadas ni nada parecido. Eso es lo que debe hacer cualquier persona que tenga pruebas de proceder delincuencial en su contra.
No puedo desconocer la enorme ayuda de Lía y su esposo, ni su apoyo moral, ni su constante acompañamiento. Pero de ahí a pintarnos como unos desvergonzados mantenidos que esperaban su cheque mensual, es muy atrevido y desconsiderado. Lo que recibí de Lía lo recibí de su propia iniciativa; aunque sí le pedí esos 2.000 dólares, debido a la urgencia del momento, le dije que entendería si no me los prestaba y que había sido la primera persona a quien estaba acudiendo; también le dije que no se preocupara si no podía hacerme el préstamo. Y me lo hizo. Y se lo agradecí y se lo agradezco.
Si bien es cierto que Lía inició una recolección de dinero para sostener a mi familia, yo no le pedí que lo hiciera. Se lo agradecí pero no me sentía cómodo teniendo que vivir de la caridad.
¡Cuántas veces lamenté no haber mantenido mi impulso de viajar a Canadá…! ¡Me hubiera ahorrado cientos de problemas, de penurias y de humillaciones..!
Que Lía me dibuje como un vago esperando por su caridad, es, también muy injusto y doloroso. En mis esfuerzos por mantenerme y mantener a mis hijos, he tenido que trabajar de profesor, limpiador, mensajero, domiciliario, me he empleado haciendo compras para ancianos o personas ocupadas. He cargado cajas, he caminado al lado de quien me contrata como si fuera un perrito faldero, cargándole el carro de víveres a alguien que me ha tratado como si yo fuera un esclavo en pleno siglo XXI. He sufrido muy de cerca los desprecios de estar sin dinero, sin con qué comer. He dormido entre el carro, en pleno invierno. He trabajado días enteros solo para que, al final, quien me contrata haya huido sin pagarme.
Pero también he aprendido mucho de este país y he aprendido a reconocer a la gente buena, aquella que da sin contarle a nadie, sin esperar algo a cambio, sin llevar cuenta de la limosna.
Mi situación y vivencias en este país me han enseñado, también, que hasta los más sucios mendigos merecen respeto y dignidad. He visto a americanos buenos comprando almuerzos para los indigentes, en secreto, sin publicidad. He visto cómo una joven mujer negra, muy bonita y educada, se acerca a un indigente blanco, sudoroso y maloliente; ese mismo indigente me había mirado minutos antes, sin pedirme con nada más que la mirada. Yo iba entre el carro, y para regalarle un café que yo tenía, nuevo, debía hacer una maroma que me hubiera atrasado 3 minutos. Pero aquella joven mujer no dudó en hacer esa maroma para poder alcanzar al indigente; y no le dio un café sino que se bajó en Taco Bell y le compró cosas en dos o tres bolsas. Por el espejo retrovisor alcancé a ver como esta joven y el anciano maloliente se abrazaban estrechamente y lloraron. Sentí una profunda vergüenza de no haber querido perder dos minutos para solucionar el hambre de este hombre. Dos minutos que habrían cambiado su día y mi día. Sentí un nudo en la garganta y me prometí jamás volver a mirar para otro lado frente a la necesidad de mi prójimo, un prójimo que ha sufrido cosas peores que yo porque ni siquiera tiene un coche para dormir.
Mis afanes son nada comparados con los de personas como muchos homeless que veo a diario. Por supuesto, también hay malas personas, como aquellas que he descrito; pero no encajan en lo que amo de este país.
América me ha enseñado mucho. La he sufrido, pero jamás he perdido la esperanza de que esta tierra y sus buenas personas hacen posible que los sueños se cumplan y que quien sueñe quedarse debe amar este país como si fuera el propio. Y lo hago.
Que Lía y sus amigas, por los motivos que fueren, hayan emprendido esta campaña llena de crueldad con alguien que recibió su caridad (es decir, yo) no me hace ser desagradecido. Agradezco todo lo que Lía me dio, y agradezco las dos tarjetas de Walmart que Teresa Marmolejo publicita como prueba de su generosidad.
Yo, que conozco a Dios perfectamente, sé que los papeles cambiarán. Ojalá que, cuando pasen necesidades no sean humilladas como yo lo he sido estos días, sometido al escarnio de mis enemigos que se regocijan con cada tragedia que me sucede.
No tengo nada más que decir de estas personas. Y reitero que esta aclaración es para quienes me aprecian y aprecian el trabajo que he hecho -permítanme esta falta de modestia- a favor de mi país. Espero que muy pronto yo pueda superar mis dificultades, espero poder responder muy pronto como el proveedor que necesitan mis hijos, y agradezco inmensamente a todos aquellos que me han apoyado financieramente, en reconocimiento a ese trabajo, sin publicitar las dádivas “tocando trompetas” para anunciar las limosnas. Estos ya tuvieron su recompensa.