Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Esta semana, la Asociación Diplomática y Consular de Colombia volvió a expresar su molestia por la designación en cargos clave de personas sin mayor experiencia en el manejo de las relaciones exteriores de nuestro país.
En el mismo comunicado, la influyente Asociación reveló que en los últimos ocho meses hubo un retroceso histórico del 22 por ciento en el nombramiento de personal de Carrera Diplomática y Consular en las Direcciones de la Cancillería, al pasar del 55 al 33 por ciento. Y agregó que este mismo preocupante fenómeno se registró en la escogencia de embajadores, que pasó del 30 a tan solo el 20 por ciento.
Y es que mientras a un funcionario de carrera le exigen 30 años de experiencia para aspirar a ser embajador, la cual debe refrendar mediante exámenes y actualizaciones periódicas, a un recomendado político lo nombran de la noche a la mañana, así no cuente con habilidades tan elementales como hablar inglés.
En términos sencillos, eso significa que, a la hora de escoger a nuestros diplomáticos, poco o nada importan sus méritos y trayectoria, sino sus contactos y padrinazgo político. Seguimos cayendo en vicios tradicionales, como nombrar dirigentes, empresarios y hasta gente de la farándula sin el palmarés necesario para atender temas de vital importancia en el concierto internacional. Incluso, personas con investigaciones penales y disciplinarias han llegado a ostentar tan importantes dignidades.
Es decir, nuestra política exterior es el reflejo de nuestra actual política interna, caracterizada por carecer de estrategias a largo plazo, la polarización y hasta la falta de conocimiento de la realidad colombiana a la hora de enfrentar los graves problemas que nos aquejan, como el control del territorio, la inseguridad, la pobreza, la corrupción, la precariedad de los sistemas educativos y de salud, el desempleo, la impunidad y hasta la intolerancia cotidiana.
De ahí que es hora de recordar nuestro pasado diplomático, que se remonta 200 años atrás, cuando en 1821 se crearon las Secretarías de Estado, incluyendo la de Relaciones Exteriores, fiel exponente de quien fuese considerado el primer diplomático de estas tierras, como lo fue el libertador Simón Bolívar, nombrado en 1810 como representante de Venezuela ante el Reino Unido y quien siempre argumentó que, por encima de los intereses personales, la diplomacia se debe a la soberanía y la dignidad de la nación.
Es tiempo de emular a hombres de la talla del expresidente Alberto Lleras Camargo, artífice de la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuya figura exaltó el propio presidente John F. Kennedy, al señalar que si América Latina hubiese tenido diez mandatarios de su talante, la historia sería muy distinta.
O deberíamos de aprender de la mayoría de países europeos, Estados Unidos y varios latinoamericanos, como Brasil, que siempre nombran en su cuerpo diplomático a los más idóneos, con amplio conocimiento de la realidad mundial y expertos en el manejo de asuntos de Estado.
Nuestra representación en el exterior debe velar inequívocamente por los intereses del país, más allá de cualquier diferencia ideológica o política, ya que están en juego desde la soberanía, la lucha integral contra el flagelo de las drogas y demás manifestaciones del crimen transnacional y la cooperación multilateral, hasta la inversión extranjera, el crecimiento económico y la consolidación de la paz.
De ahí que es urgente hallar consensos sobre los intereses nacionales para superar estas debilidades estructurales en el servicio diplomático, recuperando el principio de no injerencia en las decisiones de otros Estados, ya que tenemos suficientes problemas internos y con algunos países vecinos como para tomar partido en procesos políticos de otras naciones o en conflictos que no estamos en capacidad de contribuir a resolver.
También es importante honrar los compromisos adquiridos en acuerdos bilaterales o multilaterales, no solo cuando los fallos o pronunciamientos nos sean favorables, sino cuando tengan un carácter crítico o adverso.
Es prioritario que solo el Presidente de la República y su Canciller dirijan la política exterior colombiana, porque es recurrente que otros funcionarios hagan declaraciones que no son de su competencia, pero que sí afectan las relaciones internacionales, en especial en tiempos en que se erosionan los liderazgos hegemónicos.
Hay que devolverle su importancia a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, cuerpo consultivo del Primer Mandatario encargado de estudiar temas tan trascendentales como la Política Internacional de Colombia, las negociaciones diplomáticas y la celebración de contratos públicos, la seguridad exterior de la República, los límites terrestres y marítimos, espacio aéreo, mar territorial, zona contigua y plataforma continental, reglamentación de la Carrera Diplomática y Consular y proyectos de ley en materia de política externa.
También resulta de vital importancia consolidar la Academia Diplomática ‘Augusto Ramírez Ocampo’, sucesora de la Academia Diplomática de San Carlos que, a su vez, reemplazó al Instituto Colombiano de Estudios Internacionales, que siempre ha promovido la enseñanza, la investigación y la difusión de temas concernientes a nuestras relaciones internacionales.
De ahí que, en momentos en que el país se apresta a elegir nuevo Primer Mandatario, nuestro llamado a los distintos candidatos es a incluir en sus programas de gobierno una auténtica política exterior, que fortalezca nuestros lazos de amistad con las naciones aliadas, busque salidas pacíficas con aquellas que existan diferencias y conquiste nuevos mercados y oportunidades para todos los colombianos, porque está demostrado que la diplomacia bien ejercida siempre generará réditos importantes para nuestro país.
La mejor demostración fue lo registrado esta semana en Alemania, cuando se llevó a cabo la primera reunión de seguimiento al proyecto de cooperación policial binacional, convocada por la propia Presidenta de la Policía de Berlín, de la cual participaron el Inspector de la Policía Antidisturbios de los Estados Federados y la Directora Adjunta del Departamento de Prevención de Crisis y Superación de Conflictos, con la asistencia de funcionarios de la Embajada de Colombia.
Tan importante fue ese encuentro que la delegación alemana anunció la designación de recursos adicionales para continuar con el proceso de transformación de nuestra Policía Nacional, modernización que redundará en beneficio de todos los colombianos.
Todo lo anterior demuestra que el servicio diplomático de nuestra patria siempre debe estar en cabeza de expertos, de quienes tengan la formación suficiente para defender, con la mayor sabiduría, no sus intereses particulares, sino el bien común, teniendo en cuenta máximas como la de Napoleón: “La diplomacia es la política en traje de etiqueta”. O si se quiere una más contundente, la de Winston Churchill: “La diplomacia es el arte de mandar a la gente al infierno de forma tal que te pregunten cómo llegar”.