Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Nuestra columna de hoy está dedicada a la memoria del intendente Edwin Guillermo Blanco Báez y a la de cada uno de los policías que ofrendaron sus vidas para poner fin a más de 35 años de carrera criminal del cabecilla del ‘Clan del Golfo’, Dairo Antonio Úsuga, ‘Otoniel’.
También está dirigida a los 47.642 policías reconocidos como víctimas del conflicto armado, tal como lo inmortaliza el Monumento Edificadores de Paz, entre ellos casi 4 mil fallecidos, cerca de 10 mil heridos, 652 secuestrados y más de un centenar de desaparecidos; además, a todos los uniformados que a lo largo de la épica historia de nuestra Policía Nacional se han sacrificado por preservar los valores más preciados de nuestra sociedad, incluidos, por supuesto, los 550 asesinados por orden de Pablo Escobar y los 22 cadetes muertos durante el cobarde atentado terrorista perpetrado por el Eln en enero de 2019.
Esta cuota de dolor, que también lacera el corazón de centenares de viudas y huérfanos, debería ser más que suficiente para sentir una admiración profunda por una institución que se gestó desde el mismo momento en que quedó sellada nuestra independencia, pero cuyo día se institucionalizó hace 130 años, el 5 de noviembre de 1891, mediante el Decreto 1000, firmado por el presidente Carlos Holguín Mallarino.
Es la misma Policía que doblegó las peores amenazas del narcotráfico contra nuestra democracia, al desmantelar los carteles de Medellín, Cali, Norte del Valle, la Costa, Bogotá y los Llanos, entre otros, y que hoy es la columna vertebral de la ‘Operación Agamenón’, que está erosionando al ‘Clan del Golfo’, y desarticulando a Grupos Armados Organizados, como el Eln, ‘Los Pelusos’, ‘Los Puntilleros’ y las disidencias.
Es la institución que, con la ‘Operación Fénix’, golpeó por primera vez la cúpula de las Farc, hasta generar un punto de inflexión en el conflicto armado y así hacerle entender a la guerrilla que no había salida distinta a 50 años de confrontación sino a través del diálogo y la negociación, tal como finalmente ocurrió.
Es la fuerza que goza de la confianza de las autoridades de Estados Unidos, Reino Unido, España, Israel, Alemania y docenas de países más; que tiene firmados convenios de asistencia con organismos de la talla de la Agencia de la Unión Europea para la Cooperación Policial (Europol) y la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol); la misma que lideró la creación de la Comunidad de Policías de América (Ameripol) y la Comunidad Latinoamericana de Inteligencia (Clacip).
Tal es su prestigio en el concierto mundial que cuando fui delegado para atender una invitación del gobierno de Kazajistán, tendiente a reformar su Policía, este país euroasiático no dudó en tomarnos como referente para su modernización, en especial en la lucha contra el narcotráfico y otras modalidades del crimen organizado, por encima de instituciones de países del primer mundo.
Es un valioso equipo humano y profesional que atiende partos en plena vía pública, arriesga su vida para que otros desistan de atentar contra la propia, acude a los llamados de la comunidad, acompaña a nuestros campesinos, protege desde niños hasta dignatarios, salva animales en peligro inminente, combate la minería ilegal y presta auxilio en zonas de desastres naturales, como la que, hace 36 años, atendimos un grupo de jóvenes policías, tras la tragedia que les costó la vida a 25.000 compatriotas en Armero, donde tuvimos que caminar incluso entre los muertos (experiencia a la que me referiré en la próxima columna).
Son 130 años de grandes logros y transformaciones. Los Serenos, esos vigilantes de la noche que también prendían y apagaban los faroles de petróleo de las calles, dieron paso a un cuerpo de policía altamente profesional, de renombre internacional.
De ese puñado de Serenos pasamos a más de 173 mil hombres y mujeres de las mejores calidades profesionales y humanas, siempre con una visión incluyente. En el caso de la mujer, ella ha estado presente desde 1953 y ha alcanzado metas insospechadas. Comenzaron 46 y ya van 29.986, quienes se destacan en todos los grados y especialidades, incluso en las más complejas, como Inteligencia, Investigación Criminal, Antisecuestro y Antiextorsión, Carabineros, el Escuadrón Móvil Antidisturbios y protección de dignatarios.
El aporte de los afrocolombianos ha sido invaluable. Son 7661 que portan el uniforme e incluso cuentan con una escuela, como la de Yuto, para brindar oportunidades a los jóvenes del Chocó y sus alrededores. A ellos se suma la sabiduría de nuestros ancestros. Ya 1063 indígenas son policías, quienes se han convertido en el puente entre su cultura y el resto de sociedad.
Por todo lo anterior, se equivocan quienes, en medio de la crisis institucional que vive el país, proponen una reforma total de la Institución o hasta acabarla. Esto último no solo es impensable, sino que raya en lo absurdo. Ninguna sociedad moderna sobreviviría sin un cuerpo armado de naturaleza civil que preserve las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas y asegure la convivencia de los habitantes de cualquier país.
Como bien lo afirmó el presidente Alberto Lleras Camargo: “La misión de la Policía es la más alta, la más noble, la más importante, porque para la ciudadanía la única autoridad con la cual se encuentra a diario, y que representa para ella todo el poder, es la Policía. El gobierno, para muchos de nuestros compatriotas, no es sino la Policía. Y, para el ciudadano, habrá buen o mal gobierno si hay buena o mala Policía”.
Esta máxima sigue teniendo plena vigencia en la Colombia de hoy. Por eso, en cuanto a posibles reformas, lo primero que se debe es delimitar el alcance de las mismas, porque lo que se necesita es modernizar una parte de ella, solo una parte, como lo es su especialidad de vigilancia, aquella que presta su servicio en las calles y está en contacto directo con el ciudadano.
Esta transformación debe enmarcarse dentro de una Nueva Política Integral de Seguridad, con énfasis en convivencia ciudadana y cambio climático, que nos permita reentrenar a la totalidad de policías de vigilancia en materia de derechos humanos, Derecho Internacional Humanitario, manejo de la protesta social, uso de la fuerza y otros retos propios del posconflicto y del mundo de hoy.
No olvidemos que nuestra Policía Nacional viene de contribuir, de manera disruptiva, a enfrentar el conflicto armado más largo de nuestra historia moderna, con características propias de un ejército, donde los puestos de policía eran trincheras, rodeados de zanjas de arrastre, y los policías defendíamos la ley y el orden con armas de guerra, incluidos helicópteros de combate, como los Black Hawk.
Es apenas natural que hay que recuperar esa parte del carácter civil que se nos trastocó por cuenta del conflicto. Pero pretender afectar el funcionamiento de Direcciones que son referente en el mundo, como Inteligencia, Antisecuestro y Antiextorsión, Antinarcóticos e Investigación Criminal e Interpol, y de especialidades como Infancia y Adolescencia, Ambiental y Turismo, por citar tan solo unos ejemplos, demuestra un alto grado de desconocimiento de las fortalezas de nuestra Policía.
Pensar que la solución a los posibles o probados excesos del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) es acabarlo, también denota falta de sentido común en la interpretación de la realidad, en especial para diferenciar la protesta pacífica del vandalismo. ¿Quién protegerá la propiedad pública y privada del accionar de aquellos que destruyendo un almacén, una escultura, un monumento, un banco o una estación de transporte masivo creen estar generando algún tipo de cambio?.
Como colombiano, que durante 38 años porté con orgullo el uniforme de nuestra Policía Nacional, hago un llamado a la sensatez y a no politizar las transformaciones que necesita una institución patrimonio de todos los colombianos.
Esta modernización se debe efectuar sin traumatismos, con el mayor cuidado y por expertos, lejos de dogmas, fanatismos y cálculos mezquinos o electorales, para que entre todos podamos prevenir y enfrentar al verdadero enemigo de Colombia, como lo es el delito en sus distintas manifestaciones.
Mi invitación a todos los colombianos es a rodear a nuestra Policía Nacional, sin dejar de ser críticos, veedores de sus actuaciones y denunciantes de quienes se aparten de sus deberes y obligaciones como servidores públicos.
En esta fecha tan especial quiero extenderle un cordial y fraternal saludo a cada uno de los buenos policías de la patria, liderados acertadamente por el general Jorge Luis Vargas Valencia; al igual que a todos los miembros de la Reserva de Policía, cuya capacidad de trabajo y amor por Colombia son y seguirán siendo determinantes para forjar un mejor país, con el compromiso de seguir contribuyendo, desde mis nuevas responsabilidades, en el fortalecimiento y defensa de nuestra institución. ‘Dios y Patria’.