Por: Juan José Gómez
“Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de Mi infancia y nada te será negado” (Promesa del Niño Jesús a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, según la Novena tradicional colombiana de aguinaldos) Oh Divino Niño Jesús, los católicos colombianos que te amamos y te tributamos nuestra sincera adoración y siempre hemos creído en la promesa que hiciste a la venerable religiosa Margarita del Santísimo Sacramento, nos disponemos a celebrar nuevamente con intenso fervor y gozosa esperanza, el acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad, como es Tu nacimiento en un humilde pesebre de la ciudad hoy palestina de Belen, cuando Tu santísima madre, la Virgen María, y Tu bienaventurado padre adoptivo, el casto san José, rechazados por los hombres tuvieron que refugiarse en una pesebrera en donde los animales que allí pastaban se mostraron más compasivos con su Creador que los seres humanos que eran supuestamente sus criaturas racionales. Vivimos en una época de incredulidad y desenfreno.
El concepto de la sacralidad casi que ha desparecido y los humanos, aquellas criaturas a quien Tu Padre Celestial dotó de alma y capacidad de razonar, han usado el libre albedrío que el Creador les regaló para optar por el mal, esto es, para utilizar los pecados capitales en contra de sus congéneres y lo peor, en contra de la Santísima y Augusta Trinidad que Tú formas con el Padre Eterno y el Espíritu Santo.
Los colombianos no hemos escapado a ese mal universal. De ser una nación consagrada a Tu Divino Corazón hemos pasado, por mal de nuestras culpas, a ser un país gobernado por un personaje que inició su vida pública como guerrillero en contra de las autoridades legítimas del estado y la continuó, cuando le fueron generosamente perdonados sus delitos, como dirigente de un izquierdismo furioso y radical hasta alcanzar la presidencia de la República, hazaña que logró mediante la mentira y el engaño, porque logró convencer a unos electores ignorantes y a otros que reclamaban un nuevo modelo de sociedad más democrática e igualitaria, mismos que se dejaron arrastrar por el verbo encendido del candidato y las falsas promesas de cambio que ofreció en todas sus apariciones ante diversos públicos que lo escuchaban con esperanza en los escenarios de casi todas las ciudades de la nación.
Pero su gobierno ha resultado un completo fiasco. Ha desmoralizado y rebajado a las fuerza pública, constitucionalmente encargada de velar por la seguridad nacional y ha mostrado una especie de simpática tolerancia con los grupos criminales que están lacerando con sevicia el alma de la nación; ha promovido tozudamente unos cambios en la salud pública, en la reglamentación del trabajo, en las pensiones y en la educación pública que tienen en común un odio inexplicable por la labor de los empresarios creadores de riqueza y generadores de empleo, porque los considera enemigos del pueblo y también porque dentro de su mente -que a veces hace dudar de su cordura- existe un pensamiento invariable de que el estado lo es todo y consecuente con ello, el dinero público (o privado) debe ser manejado por el estado a través del gobierno, es decir, del ejecutivo que él preside.
Por lo demás, es completamente inferior al decoro y a la dignidad propia de la jefatura del estado y del gobierno, viéndolo y oyéndolo, nadie con dos dedos de frente puede asociarlo con la majestad propia de quien preside la república; utiliza las alocuciones presidenciales para mentir sin pudor, para insultar y rebajar a quienes considera sus enemigos y para lanzar “cortinas de humo” que pretenden tapar los escándalos causados por sus parientes, sus ineptos y voraces funcionarios y sus antiguos conmilitones del grupo guerrillero M-19 hoy convertidos en altos ejecutivos del “gobierno del cambio”.
Oh Divino Niño Jesús, la mayoría de los colombianos, especialmente los católicos, te suplicamos por los méritos de Tu Infancia, que este estado de cosas termine y comience la normalidad democrática que con los altibajos propios de la humanidad y de la política, siempre superables, hemos tenido en nuestro país desde que terminó la época de la independencia; que podamos confiar en un gobierno que trabaje con toda honestidad por mejorar los males de la nación y por lograr el Bien Común; que los funcionarios del ejecutivo sean honrados, serviciales y eficaces en el cumplimiento de su deber frente al pueblo; que los congresistas, algunos hoy tan desprestigiados por su venalidad, ineptitud y mala entraña, sean cambiados por el pueblo elector por hombres y mujeres decentes, honorables, responsables, trabajadores y comprometidos con el bien público; que los jueces y magistrados, que hoy representan la única defensa de la libertad y el orden en este gobierno del caos institucionalizado, no se dejen pervertir por las dádivas ni los sobornos, provengan del gobierno o de los particulares y que, por el contrario, cada día sean más firmes en la rectitud y en el cumplimiento de su deber que se traduce únicamente en una frase que iluminaba la acción de la justicia en la Constitución de 1886, al establecer que la labor de los operadores judiciales era el de procurar “pronta y cumplida justicia” para quienes la necesitaban, ¡Niño Jesús, Hijo del Eterno Padre, Salvador de la humanidad, Rey de las naciones, Santo de los Santos, Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, ten piedad de Colombia y de los colombianos y danos lo que en palabras del dulce Francisco de Asís era el mayor de los dones celestiales: Paz y Bien!